Al fondo de la clase
Lo cuenta maravillosamente bien Eduardo Infante en entrevista reciente y forma parte del prólogo de su libro Filosofía en la calle. Por aquel entonces él era un joven profesor y la mañana de autos se encontraba dando clase a alumnos de Bachillerato, en concreto explicaba la Metafísica de Aristóteles. Todos los alumnos/as tenían los libros abiertos y tomaban apuntes excepto una alumna sentada al fondo de la clase. Esta joven tenía el libro cerrado, no tomaba notas y miraba distraída la calle por la ventana. El profesor se fue poniendo cada vez más nervioso. Dejó la tiza encima de la mesa y se acercó para preguntarle –de manera sarcástica e irónica fruto de sus miedos– que qué era lo que estaba mirando, si le parecía más interesante que el examen de la próxima semana. La chica, rotunda, contestó: «La vida».
“Me destrozó”, reconoce Infante. Esas dos palabras –»la vida»– le arrasaron haciéndole ver que había convertido su aula en una caverna. Había hecho de sus alumnos prisioneros obligados a contemplar una pizarra con cosas que poco o nada tenían que ver con sus vidas, erudición deshabitada. «Los profesores –dice– corremos ese peligro». Enrique Tierno Galván solía decir que deberíamos leer como beben las gallinas, un rato con la cabeza agachada y otro, levantada, para reflexionar y asimilar lo que uno va leyendo.
Ahora que en el ámbito político tanto se habla de batalla cultural o de ideas, me pregunto si ésta, la batalla cultural, –aunque sólo fuera de manera latente– está teniendo lugar en la escuela y en tal caso qué posturas la polarizan, quiénes permanecen al margen y por qué. Lo que se observa en redes sociales es un creciente debate entre –digamos– los partidarios de una escuela donde el objetivo principal es la transmisión de conocimientos, la exigencia y el esfuerzo como garantía de equidad y ascenso personal, y los más dados a destacar cuestiones de índole integral y educativa, metodológica, donde encuentran cabida prioritaria las emociones, los intereses del niño y el llamado «aprender a aprender». Simplificando mucho, la eterna disputa entre instrucción y Educación. Nada nuevo.
Ahora que en el ámbito político tanto se habla de batalla cultural o de ideas, me pregunto si ésta, la batalla cultural, –aunque sólo fuera de manera latente– está teniendo lugar en la escuela
Pero la cuestión no se discierne acudiendo a la meliflua equidistancia canceladora de todo debate sino al compromiso por retomar la síntesis en que originariamente se dan ambas posturas. Por eso se utiliza tanto el término «desaprender». Dice Gómez Pin que «el pensamiento satisfecho es pensamiento acabado». La batalla en todo caso es contra la ortodoxia y la inercia. Y las preguntas –más que las respuestas– nos ofrecen la posibilidad de una inclusión coordinada como método de solución de los problemas.
Entre la Metafísica de Aristóteles y la vida caben, pues, infinitos campos donde reflexionar y actuar juntos. El mito de la caverna, por cierto, lo comprendí más tarde, no en el aula, donde el profesor se devanaba las meninges intentando hacérnoslo entender. Fue leyendo la novela homónima de Saramago, la historia del alfarero y sus vasijas de barro, sus manos haciendo, creando, dando cuerpo en contraste al deambular zombi por el centro comercial, al fondo de la clase.