Exclusión educativa, una historia viral
Hace tiempo que sigo en las redes a Safia El Aaddam, más conocida en su perfil de Instagram como @hijadeinmigrantes, donde lleva adelante campañas tan necesarias como “Votar es un derecho” o “Compra antirracista” que siguen vigentes y activas.
Es, sin duda, un referente social no solo para la comunidad árabe, ya que su activismo y compromiso se extiende a todos los que necesiten información, acompañamiento o asistencia, principalmente en situaciones de injusticia social.
En su última publicación, acompañada de una maravillosa foto en la Universidad de Barcelona celebrando la finalización de su Grado en Filología Árabe, realiza una valiente publicación que titula “Exclusión”.
La copiaré literal porque es dura, veraz y emocionante a la vez, nos invita a reflexionar como educadores sobre nuestro papel en la sociedad.
Entre sus frases, que evocan recuerdos por su trayectoria educativa como alumna, describe a un único profesor, Ramón, uno que se salía de la normalidad, por su implicación y vocación de ayuda. Me entristece que se refleje como excepcional aquella representación de protección e igualdad cuando debería ser nuestra labor primordial.
“He intentado posponer mucho esta publicación pero allá voy. Me tiemblan las manos. Tengo una imagen de mí a los 6 años. Muy ilusionada y feliz. Desempaquetando los libros que nos había comprado mi padre. Olían a nuevos. Iba a ser la última vez. No pudimos comprarlos más. Me recuerdo a los 8 años. Robando un libro de inglés que se había dejado mi compañero debajo de la mesa. Taché su nombre y puse el mío. «Safia El Aaddam». Qué ingenua. Porque al día siguiente el único libro que yo tenía era el de inglés. Supuestamente el único que «de momento me habían comprado mis padres». Y ese mismo día, a ese niño, le había desaparecido el mismo libro. El de inglés.
El profesor me interrogó delante de toda la clase. Que qué raro. Y yo sostenía que era mío. Me dijo que fuera a su mesa con el libro y lo abrió.
Había un tachón y mi nombre al lado. Sacó la lupa para ver bien que ponía y si podía descifrar algo. Y me dijo que le llevara el libro a mi compañero y le pidiera disculpas.
Los días posteriores no quería saber nada del colegio. Pero tenía que ir.
Otro curso más. Los primeros días son los mejores porque hay muchos niños que no traen libros porque tardaban un poco en llegar a la librería.
Cuando me preguntaban decía lo mismo: Sí sí, los he comprado pero todavía no llegan… A medida que pasaban los días, éramos menos las que no tenían libros.
Y un mes después, dos o tres. Las niñas y los niños pobres.
Y los profesores nos echaban bronca: ¿Es que a ti no te van a comprar los libros tus padres? ¿Es que no puedo hacerte siempre fotocopias? ¡Es que no puedo ponerte siempre con tus compañeros! Es que encima que te pongo con tu compañero te pones a charlar y no dejas hacer clase…
Sin libros, sin agenda escolar, sin carpeta y sin regla.
Porque no habías pagado el material.
En cuarto de primaria tenía una amiga. Su hermano estudiaba con el mío en sexto.
Yo no contaba nunca mi situación porque ante todo diva y orgullosa pero mi hermano era un bocachancla. Le dijo a su amigo que no teníamos dinero para pagar el material.
Su madre nos llamó al día siguiente preguntando por nuestro apellido.
Cuando llegué a clase, mi amiga Mery me pasó un resguardo del banco por debajo de la mesa con el material pagado.Me levanté y se lo di al profesor (el del libro de inglés).
Se rió y me dijo: Vaya… Qué ha pasado este año… NO ME LO CREEO. Seguía riendo.
Y ese año tuve agenda, carpeta y regla.
En quinto y sexto tuve a un profe que se salía de la normalidad.
Salirse de la normalidad es hacer bien tu trabajo.
Lo tuvo mi hermano bocachancla. Así que ya sabía todo.
Me conseguía libros de años anteriores. También me daba el material porque lo pagaba él (a día de hoy mantenemos amistad, Ramón, te quiero).
Servicios sociales ¿qué hacía? Nada. Violentar a mis padres.
Y aprovecharse de que no sabían el idioma.
¿La directora? Pues pasota.
No todos los profes son iguales. Lo sabemos. Pero habéis hecho mucho daño.
Ah, ni hablar del ordenador en casa.
Deberes sin hacer por ser pobres. Y no tener ordenadores.
¿Y los migrantes e hijos de inmigrantes con padres analfabetos o sin saber castellano?
Sí, no es un insulto. Mis padres lo son.
Y no podían ayudarme a los deberes.
Y los hacía como podía. Porque tampoco podían pagarme clases.
Aún así me han apoyado siempre. Mi carrera es la de mi madre.
Mi graduación es la de mi madre. Y orgullosa.
No olvides que tener los libros cada año fue un privilegio. Y no le dabas importancia.
No olvides que estudiar bachillerato sin trabajar fue un privilegio.
No olvides el sistema educativo español excluye y hace daño.
No, los pobres y los inmigrantes pobres no fracasamos en el instituto.
No nos cuesta.
No es que no queramos estudiar y fracasemos, es que no nos dejáis.
Estudiar es de ricos, no de pobres».
La escuela es inclusión, tiene el compromiso de equidad educativa superando las barreras de lo meramente académico para responder con igualdad social
"A raíz de su publicación, miles de historias de niños y niñas resurgen, no es un caso aislado, y por supuesto existen miles de profesores como Ramón o escuelas donde se garantizan libros y material escolar para todo el alumnado.
La escuela es inclusión, tiene el compromiso de equidad educativa superando las barreras de lo meramente académico para responder con igualdad social.
La infancia necesita docentes que amen lo que hacen, comprometidos a avalar actitudes y valores que promuevan el respeto a la diversidad, la tolerancia y la inclusión como principios básicos de derechos humanos.
La crítica y la invitación a reflexionar por el cual esta historia se hizo viral llegando a identificarse con nuestros contextos más cercanos es por la necesidad de RESPETO, por la reivindicación de un compromiso ético con la infancia, por la necesidad de educar en valores democráticos siendo los adultos modelos de justicia social, y sobre todo por la GRAN oportunidad que tenemos desde la escuela de EDUCAR para la Paz.