fbpx

El insomnio del Minotauro

0

Hablé tiempo atrás de los ojos de Moncho, el niño de La lengua de las mariposas. Ojos llenos de vida, anhelantes de experiencia y conocimiento. Ojos libres del miedo que vendría después como zarpazo al alba. Ahora la pandemia nos ha confinado la mirada y las manos y las bocas. El alborozo habitual de las escuelas ha huido para esconderse agazapado y temeroso. Se ha instalado ciertamente un otoño prematuro en las aulas. Los niños arrastran sus mochilas al son de una melodía triste. Falta el lenguaje y la magia de la carne, la viveza deslumbrante, la ilusión, el movimiento intrépido de la vida en el salto, en el grito y la cabriola: los ojos abiertos que buscan y miran y no encuentran el abrazo huérfano de mapas y tesoros tras la puerta del colegio.

Una escuela de silencios y voces bajas no es una escuela, es más un teatro de sombras y máscaras donde asoma la verdad desagradable, el eco vacío y sin alma ni remedio de un coro que repite la canción, el cansancio sordomudo, la mariposa ahogada en el tintero, que diría Lorca. Porque sólo la luz de la infancia compite con el vuelo de los pájaros. Pero la alegría cesa cuando la materia extraña y la mañana no se atreve ni rompe el fervor de la tarde hacia el discurrir libre donde no habite el olvido.

No, no se divisan infinitos campos aunque retornará la nieve, el huracán y los abismos al sitio de nuestro recreo, y las carreras y las risas y los gritos sin auxilio, la gran máquina terrestre celebrando la existencia para que nuestros sueños no tropiecen ni giman en los inmensos pasillos, en los indicadores que señalan un futuro sin tiempo hacia ninguna parte.

Una escuela de silencios y voces bajas no es una escuela, es más un teatro de sombras y máscaras donde asoma la verdad desagradable

Hay un pasaje de El idiota, la novela de Dostoyevski, en que el príncipe Mishkin habla a sus amigos de una época oscura de su vida en que sus frecuentes crisis epilépticas le sumieron en un estado de confusión cercana al delirio. Una tarde, en las afueras de Basilea, el repentino rebuzno de un burro tiene el poder de devolverle la razón que estaba perdiendo al poner frente a él la presencia insustituible de lo real (Martín Garzo, El arte de la mirada, El País, 6-4-14).

En la poesía –en el valor de las cosas menudas e invisibles– se encuentra cobijo en tiempos de pandemia. Y la distancia de seguridad no es ya un abismo entre pupitres ni una pálida torre de marfil, tampoco el insomnio dibujado para el desencuentro en el laberinto del Minotauro.

Sin duda volveremos a ver la lengua de las mariposas.

0
Comentarios