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Entorno educativo 360º: un tránsito fluido entre la clase presencial y la online

El concepto de entorno educativo 360º consiste en ligar la presencialidad y la virtualidad entre sí, de manera que los cambios fluyan con naturalidad y no se vivan de forma traumática.
Adrián ArcosMartes, 6 de octubre de 2020
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© REXANDPAN

Una semana después de la vuelta al cole, en la Comunidad de Madrid había ya 168 aulas en cuarentena, un 0,5% del total, según los datos que ofrecía entonces el viceconsejero de Salud Pública y Plan Covid-19. Suponía la confirmación de lo que los expertos esperaban: un curso escolar intermitente en el que no siempre será posible la presencialidad.

¿Cómo lidiar con esa situación desde la comunidad educativa? “El principal objetivo debe ser conseguir un tránsito fluido entre los momentos presenciales y los no presenciales. Esta fluidez permitirá que los cambios –inesperados– no se vivan de forma traumática, sino natural”, señala Albert Sangrà, catedrático de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

De esta forma, los cambios serán asumidos con mayor serenidad, lo que permitirá reducir la tensión emocional que en estos días de incertidumbre y de situaciones inesperadas se ha producido entre estudiantes, docentes y familias.

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Hay que ligar la presencialidad y la virtualidad entre sí, de manera que, cuando convenga, las dos fluyan con absoluta naturalidad

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Junto a otros 11 profesores especializados en enseñanza digital, Sangrà ha publicado un libro gratuito titulado Decálogo para la mejora de la docencia online. Propuestas para educar en contextos presenciales discontinuos, con la intención de poner a disposición de toda la comunidad educativa el conocimiento que estos docentes han ido adquiriendo durante su carrera.

Sangrà es partidario de diseñar los momentos presenciales y los no presenciales como si fueran un continuo, aunque no sepamos cuándo llegarán unos y otros. No recomienda diseñar, por un lado, los momentos presenciales y, por otro, los no presenciales: “Nos urge aplicar el concepto de entorno de 360º también a la realidad digital. Solo de esta manera seremos capaces de darle sentido a la totalidad. Hay que ligar la presencialidad y la virtualidad entre sí, de manera que, cuando convenga, las dos fluyan con absoluta naturalidad”.

El experto considera muy importante que “durante las clases presenciales se enseñe y se aprenda a utilizar los entornos virtuales de modo eficiente, tanto por parte del grupo docente como de los alumnos –competencia digital discente–”. Y recuerda que “hay que tener presente aquel principio que dice que el aprendizaje no es solo lo que ocurre cuando el docente está mirando”.

No solo es clase invertida

El resultado habitual de poner en práctica este principio puede evocarnos el concepto de flipped classroom o clase invertida. Pero no es exactamente eso. Según Sangrà, “la clase invertida la hemos decidido nosotros en una situación de normalidad, y esta no lo es”.

Y añade además que “en el periodo online no debemos limitar la actividad básica del alumnado a leer o visionar contenido; se pueden desarrollar muchas otras actividades de aprendizaje de manera virtual, individualmente o en grupo: ejercicios de síntesis, análisis de casos, juegos de rol virtuales, debates, proyectos…”.

“Los criterios para decidir qué actividades emplear nos los dan sus posibilidades de interacción –presencial o virtual– y la motivación que puedan generar entre los alumnos para que se impliquen”, aclara el profesor de la UOC. Hay que tener en cuenta que las instituciones educativas se han organizado y dimensionado sobre la base de una Educación únicamente presencial. Y por eso suele ser tan difícil su transformación digital.

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La asincronía hay que aprender a usarla durante el periodo de presencialidad, y así facilitar el cambio de entornos de manera fluida

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Ante esta configuración alternativa, la interacción no puede ser solo síncrona porque mantenerla así podría ser insostenible. Según Sangrà, “hay que descubrir el potencial que tiene la asincronía para el aprendizaje y valorarla como un mecanismo que aporta más agilidad y flexibilidad. Nos la da a nosotros y se la da al alumnado, permitiéndole utilizar en momentos distintos los dispositivos que tiene en casa, contribuyendo a la redistribución de estos recursos”. Él cree que “la asincronía hay que aprender a usarla durante el periodo de presencialidad, y así facilitar el cambio de entornos de manera fluida”.

Al fin y al cabo, la propuesta es preparar a los estudiantes para los momentos no presenciales que puedan venir. Es decir, hay que procurar que los estudiantes se familiaricen con los contenidos cuando no puedan seguir la clase de forma presencial, pero también fomentar la interacción con compañeros y profesorado. Y ya en las clases con el docente, deben aprovechar para cuestionar, profundizar o afianzar nuevos conocimientos.

El objetivo principal es diseñar programaciones que contemplen la formación en los dos entornos –presencial y virtual– y establecer los vínculos que permitan enlazar las actividades que se hagan en un entorno y en el otro. De esa forma se ligarían la presencialidad y la virtualidad entre sí de manera fluida. “Si los estudiantes no pueden asistir a los centros educativos, convendrá que los centros vayan a ellos”, afirma Sangrà.

¿Cómo evaluar?

Uno de los elementos clave en este tipo de contexto es la forma de evaluación. Como explican los autores de Decálogo para la mejora de la docencia online. Propuestas para educar en contextos presenciales discontinuos, hay muchas alternativas distintas de evaluación. Y en un entorno de estas características, lo ideal es tener todas las fuentes de información posibles sobre la formación.

Por eso, estos docentes aconsejan diversificar al máximo los mecanismos de recogida de datos para la evaluación, y que en lugar de un solo examen final la evaluación sea continua, que sirva para que el propio estudiante identifique sus puntos débiles y pueda mejorarlos, y que haya muchos mecanismos de recogida para la evaluación –pruebas objetivas sencillas, trabajos, actividades en grupo…–. “Esa diversidad ayuda a aplicar una evaluación más justa y más equitativa, porque tenemos menos riesgo de equivocarnos”, recuerda Albert Sangrà.

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