Reencuentros
Ha tenido el amigo Rúas una videoconferencia con su joven sobrina, Lidia, que está cursando su último año de Grado en una universidad alemana del länder de Turingia. Le interesan mucho a ella las Relaciones Internacionales y con buen criterio ha elegido el hermano país alemán para mejorar la lengua de Goethe que estudió hasta completar hace años su Bachillerato en su colegio en España, y con la sana intención de una vez terminados sus estudios de trabajar sus primeros años profesionales en la conocida como “locomotora de Europa”. Dadas las dificultades que las sucesivas generaciones españolas están teniendo para incorporarse al mercado laboral desde mediados de los años noventa del siglo pasado, con independencia del sector profesional al que se dediquen, el camino que ella se está planteando es una opción meditada e inteligente.
Lidia, que pertenece a la Generación de 2004, aquellos nacidos entre 1998 y 2012, le cuenta a Rúas que se está encontrando en la Universidad de Erfurt una filosofía y metodología diferente a la que se practica mayoritariamente en España. Se basa la misma en facilitarles antes a los estudiantes unos materiales muy cuidados y seleccionados sobre esa formación específica y general que requieren (artículos, libros, documentales, películas, etc). A partir de ahí, ella y sus compañeros se preparan la clase siguiente y el día concreto pasan a debatir junto al docente sobre los asuntos tratados.
Le cuestiona Rúas a Lidia: –¿Cómo te sientes con esa filosofía y metodología educativa?
A lo que ella responde: –¡Feliz!, aprendemos más y mejor. Nos permite manejar fuentes documentales muy rigurosas, con un lenguaje cuidado y a la vez cercano, recuerda a la mejor ciencia narrativa. Nos hace valorar todo el proceso de selección que lleva documentarse, separando el polvo de la paja, e ir identificando las fuentes relevantes (unas más conocidas, otras emergentes y desconocidas hasta ese momento). Nos hace ponernos en la situación de los otros compañeros de clase cuando analizan y ofrecen sus puntos de vista, y hacerlo en un clima de respeto. Nos guía para que trabajemos como profesionales de nuestro campo y nos aporta un plus de educación para la vida cotidiana.
Rúas, atento a las palabras de Lidia, de pronto le comenta: –¿Te acuerdas de cuando en alguna ocasión te he hablado de Ortega y de aquella Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central entre 1910 y 1936 en la que él y sus compañeros trabajaban?
–Sí, Rúas, ahora caigo, es la filosofía que ellos aplicaban. Recuerdo aquella mañana de hace unos años, acababa yo de empezar la carrera y me contaste la historia de esos hombres y mujeres. ¡Me quedé ojiplática!
Rúas, cuando escucha a su sobrina decir “ojiplática”, se troncha de risa, suelta una carcajada profunda que le sale del alma, y le responde: –¿Lidia, te has encontrado a algún docente español en estos años que enseñe así?
Y ésta, con su rostro iluminado por la luz de su ilusión, le dice: –Sí, tío, a un joven profesor en mi primer curso. Al principio nos sonaba un poco raro, diferente a lo habitual, pero conectó con nosotros. Aprendimos mucho viendo y debatiendo, por ejemplo, El club de los poetas muertos. O un documental que propuso una compañera: The trust. Recuerdo que él le agradeció muchísimo a esta estudiante que nos diera a conocer esa joya audiovisual e histórica, que él desconocía. Y nos dio libertad con responsabilidad para que cada uno eligiera su trabajo de campo, nos exigía pero también nos daba.
–Lidia, esa es la Escuela de Ortega, de María de Maeztu, de Gaos, de Zubiri, de García Morente, de Marías y Lolita, etc… Es de “pura cepa occidental” y abierta a los injertos africanos y asiáticos.
–Tío, me alegro de este ratito de tertulia contigo. Ya sé con quién me voy a poner en contacto para que me dirija mi TFG.