Renaturalicemos la escuela
“La Educación es una forma de construir presente y, al mismo tiempo, de sembrar futuro”. © ADOBE STOCK
El jefe Lakota, Oso Erguido, decía, hace más de un siglo, que el corazón humano alejado de la Naturaleza se vuelve duro. Que el olvido del respeto a lo que vive y crece lleva a no respetar al ser humano. Por eso, en su cultura, los niños y jóvenes crecían siempre bajo la dulce influencia de la Madre Tierra.
La crisis sanitaria está poniendo de relieve la urgencia de renaturalizar la escuela y la Educación por razones poderosas. La más evidente es la lamentable destrucción de nuestro espacio vital, la Biosfera, operada especialmente en el último siglo, por un sistema económico, social y productivo que ha llevado al paroxismo la objetualización de la materia, de los seres vivos, de los cuerpos…
Aunque algunos parecen dispuestos a trasladar el mismo esquema depredador al resto del sistema solar, la mayoría deseamos recuperar el equilibrio entre nuestra especie y los demás seres con los que compartimos este maravilloso Planeta.
La Educación, en su sentido más noble, es una forma de construir presente y, al mismo tiempo, de sembrar futuro. Al ejercerla, los adultos asumimos la sagrada responsabilidad de conservar la vida más allá de nuestra propia existencia, transmitiendo un legado de valores (físicos, emocionales, sociales, intelectuales, espirituales…) a las nuevas generaciones.
Ha llegado el momento de replantear cuáles son esas prioridades y de reflejar su impacto en la práctica educativa. Como afirma el pedagogo madrileño Julio Rogero, hoy la Educación o es ambiental o no es Educación… Asumirlo debería llevarnos a cuestionar buena parte de la estructura escolar convencional: la rígida y estanca organización curricular; los enfoques mecanicistas y cognitivo-conductuales que obstaculizan la experiencia, holística e integradora, de un ser humano plenamente desarrollado; o una visión excesivamente intelectual y tecnocrática de la relación ambiental que no contempla la base emocional del conocimiento y olvida la importancia de cultivar nuestro vínculo afectivo con la Tierra. Un vínculo imprescindible para la infancia de hoy, cada vez más alejada del mundo real-natural y más orientada a unas tecnologías que, en lugar de ponerse a su servicio, están generando importantes carencias en su crecimiento. El déficit de naturaleza se manifiesta en diversos trastornos del neuro-desarrollo, problemas psicológicos y sociales, biofobia, analfabetismo medioambiental, falta de habilidades creativas, desigualdades sociales crecientes, y otras dificultades para desarrollar la propia identidad en una relación saludable de pertenencia al entorno ecológico y social.
En este nivel antropológico se sitúa el intento de revolución tecnológica, sin precedentes, que pretende transformar la propia naturaleza humana. En palabras de Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial(1), la cuarta revolución industrial no solo cambia lo que hacemos: mediante la convergencia de los mundos digital, físico y biológico, nos cambia a nosotras mismas.
Si bien sería preciso un gran debate democrático para dilucidar si es ésta la evolución de nuestra especie que desea la mayoría, el proyecto de cambio antropológico plantea importantes cuestiones: ¿Cómo se desenvolverán las futuras generaciones en un entorno donde cyborgs y robots realizarán una parte importante de las tareas típicamente humanas? ¿Qué características de nuestra naturaleza perdurarán y cuáles desaparecerán o serán incorporadas por las máquinas? ¿Qué tipo de capacidades necesitarán desarrollar mediante la relación educativa, frente a aquellas que tal vez podrán adquirir mediante implantes biotecnológicos? ¿De qué forma afectará todo esto a la experiencia humana? ¿Asumirán también las máquinas la labor docente? ¿Con qué resultados?
Los procesos de renaturalización son trayectorias conscientes e intencionadas que van siempre en una doble dirección. Por un lado, se trata de (re)encontrar nuestro lugar en el conjunto de seres vivos con los que compartimos un territorio y un destino. De convivir en ese espacio, de manera más igualitaria, ética y justa. Por otro, supone profundizar en la naturaleza singular de cada persona, favorecer su autenticidad para humanizar las relaciones personales, sociales, políticas y culturales. ¿Podrán los cyborg, trans-humanos y post-humanos vivir en armonía con el planeta? ¿Podrá una sociedad hipertecnológica y tecnocrática preservar la sutil y exquisita sensibilidad humana? ¿La experiencia errática, intensa y apasionada, vulnerable, creativa, libre y responsable que hoy denominamos naturaleza humana?
(1) Capitaneada por las empresas del mercado tecnológico global, cuyos propietarios, según un reciente informe suizo, cuentan con las mayores fortunas del mundo.
Heike Freire. Referente de la pedagogía verde