Mar Muñiz: "Mi crianza y la de mucha gente de mi generación transita en la incoherencia"
Hubo un tiempo en que las zapatillas de las madres volaban por los pasillos de las casas, amenazantes. Las de Carmina, la vecina del 1º de Mar, incluso lo hacían por la ventana si sus hijos no subían al primer toque de queda. Un tiempo en que los niños se divertían en la calle, “un espacio sin vallas ni conserjes” y, si tenían sed, pedían agua en el bar.
Puede parecer realismo mágico, pero fue no hace tanto –los ochenta– no tan lejos –en una ciudad dormitorio en la órbita de Madrid–. Hoy Mar Muñiz reivindica esa infancia y, sobre todo, a esas madres en ¡Mientras vivas en esta casa…! (La Esfera De Los Libros).
¿Es su libro contrapunto necesario a tanta charla TED para padres?
—La generación a la que pertenezco, la del baby boom, es la primera que lee bastante literatura sobre crianzas y maternidades, consume orientaciones (de ahí el éxito de las charlas TED), pero nuestras madres (que fueron sobre todo las que se ocuparon de criarnos) no leyeron tanto, no se “profesionalizaron” para ejercer su maternidad, que era algo que venía dado. Eso ha sido denostado por muchos, por mí la primera, porque la ignorancia es osada y los hijos somos fundamentalmente cretinos al juzgar cosas de las que no tenemos ni idea…
Nosotros quisimos superarlas y para eso leímos. No queríamos esa pedagogía de brocha gorda, pero héteme aquí que todas las cosas que dije que no iba a repetir las he dicho. Es contrapunto necesario porque tenemos que lidiar con dos polos: los padres y madres que queremos ser y los que somos en algunos momentos.
¿En qué salieron ganando y perdiendo sus hijos?
—Nosotros tuvimos muchas cosas buenas. Nuestras madres por lo general estaban mucho con nosotros. La presencia del padre o la madre ahora muchas veces no podemos ejercerla como creo que debemos porque lo más frecuente es que ambos trabajen fuera y tengan que delegar en otras personas, la escuela infantil, el aula matinal, comedor, extraescolares… Y eso, que a mucha gente le parece muy bien, a mí, no.
Los niños de ahora ganan en que los padres estamos muchísimo más preocupados por estar muy al día de cómo van en el cole, procurarles planes, diversión… Atendemos mucho más su Educación. A mí me llevaban al colegio, miraban que las cosas estuvieran aprobadas y circulando, que es gerundio. En cambio yo sé perfectamente sus notas, controles, si en Mate se les atasca algo… Todo tiene sus cosas buenas y malas, y todo en su extremo es malo… pero desde luego no creo eso de que los niños de ahora son unos consentidos, que lo tienen todo, que nosotros sí que éramos unos niños bien espabilados y bien resueltos. A mí también me decían cuando me dejaba las judías verdes que tenía que haber pasado una posguerra… Ese discurso nos lo han repetido a todos y me parece supercasposo, pero a la gente le encanta.
¿Está muy polarizada la Educación? ¿O eres el juez Calatayud o de la crianza con respeto y apego?
—Creo que todos los padres estamos en un término medio, pero para escribir un libro de humor, molestar a todos, provocar y generar hilaridad, la caricatura es un recurso utilísimo. En el fondo, creo que salvo algunas personas que transitan por los extremos la gran mayoría estamos en el centro y algunas veces nos acercamos más a un lado u otro, pero andamos todos sobreviviendo.
En el fondo, salvo algunas personas que transitan por los extremos, la gran mayoría estamos en el centro, andamos todos sobreviviendo
"Tan pronto les matriculamos en ese cole para que ante todo sean niños felices como les atiborramos a extraescolares…
—Esa parte está escrita desde la exageración pero absolutamente basada en hechos reales. Mis hijos (ahora el mayor ya está en el instituto, en 1º de ESO) han estado toda su Educación Primaria en un colegio con una pedagogía diferente, elegido de manera consciente por el padre y por mí, pero al mismo tiempo hay una ambivalencia e incoherencia. Yo quiero que no tengan sus tardes llenas de deberes, me ha parecido fenomenal que no hayan participado, por ir a ese colegio, de exámenes y competiciones que he visto que hay en otros lugares y me parecen insanas y feas… pero luego quiero que de mayores sean cirujanos, notarios o astronautas, no que sean surferos y vivan en una caravana… Es un poco la incoherencia en que transita mi crianza y creo que la de mucha gente de mi generación.
¿Los padres de hoy magnificamos algunos riesgos?
—Sí, nos pasamos. Entiendo que caer en el miedo es muy fácil y está vinculado a la paternidad, porque qué cosa peor te puede pasar que a tu hijo le suceda algo, pero creo que hay que imponer un poco de sentido común. Mi hijo, con 12 años, a lo mejor por el colegio donde ha hecho Primaria, que creo que es bastante decisivo, es un niño que entra, sale, sube en metro, y sé que a otros amigos míos, que viven en otras localidades más retiradas, o son más asustadizos, o no han tenido ese entrenamiento, esto les sorprende y les parece en cierta manera imprudente. Yo no lo veo así. Para mí es más fácil no estar preocupada y acompañar a mi hijo a todas partes y ser su sombra. Eso es incómodo pero no estás asustado. Creo que hay que soltar un poquito la cuerda. Sé que es costoso, pero hay que hacerlo para convertir a los niños en autónomos y seguros de sí mismos.
Creo que hay que soltar un poquito la cuerda. Sé que es costoso, pero hay que hacerlo para convertir a los niños en autónomos y seguros de sí mismos
"¿Cree que no hay suficiente medidas de apoyo a la natalidad en España, que una persona joven bien informada se lo piensa mucho antes de dar ese paso?
–Básicamente ahora mismo cualquiera, y si vas a ser monoparental para qué te voy a contar, tiene que pensárselo muchísimo.
Hay veces que los niños se acuestan con fiebre, pero hay veces que no, que cuando se levantan por la mañana tienen fiebre y no lo puedes llevar a la escuela infantil, al cole ¿Qué hemos hecho muchos? [Mar habla en prepandémico] Llevar al niño enchufado de Apiretal, de Dalsy… que además se les nota muchísimo, pero ¿cómo nos tendremos que ver muchas veces las familias en nuestros trabajos para tener que llevar a tu hijo a escondidas como si fueses un contrabandista, dejar a tu hijo pequeño, que puede tener un año o cuatro o cinco, que son seres minúsculos, y dejarlo con fiebre con el Apiretal recién enchufado en la puerta del cole? Eso no es porque seamos unas gentes inconscientes ni unos dejados de la mano de Dios. Es porque ha sido nuestra última opción, y está bastante mal que esa sea nuestra última opción y que tengamos que recurrir a ella montones de personas. Yo lo he hecho, lo ha hecho más gente que yo conozco…
Si no tienes una red familiar o de apoyo que te sostenga, de tu amiga que no está trabajando a tu hermano que tiene turno de tarde, o la vecina que te hace favores y te ofrece cobertura, o los abuelos, por supuesto… De repente llegó el Covid y dijimos: “¿Y ahora no podemos dejarles con los abuelos? Yo me quiero tirar a las vías del tren, yo me mato aquí ahora mismo…” Claro, la gente se lo piensa, porque las familias tenemos muchas veces que pedir favores, y no queremos pedir favores en el trabajo, porque nos señalan. Salvo el típico jeta, las familias no queremos llamar al trabajo y decir “Oye, mira, lo siento mucho, pero hoy no puedo ir porque el niño está vomitando” ¿Qué haces? ¿Favores? No queremos eso, queremos que nos apoyen.
¿Favores? No queremos eso, queremos que nos apoyen
"¿Qué faceta de su madre le habría gustado heredar?
–El libro es un homenaje a todas esas madres, tirando del hilo de la mía, todos sus cuidados, su manera de criarnos, denostada, porque ellas se dedicaban muchas veces en exclusiva a esa función y de repente se vio fatal, era una cosa como de marujas, de señoras con pocas inquietudes… y ha sido una injusticia menospreciar aquello a lo que ellas dedicaron los mejores años de su vida.
¿Cosas que mi madre haga fenomenal? Por supuesto, planchar. Yo soy un desastre increíble, una deshonra absoluta. En la parte menos doméstica, los castigos, llamémoslo así o llamémoslo aplicar consecuencias, ese eufemismo maravilloso de los padres guays. Yo me la paso todo el día con consecuencias o castigos, y mi madre no me castigó nunca jamás. Otra cosa es que no me dejara ir a algún sitio aunque yo quisiera, pero no me castigaron nunca. Y yo me digo: “Madre mía, si yo castigo muchísimo y no me sirve de nada… A ver si se me pega a mí un poquito de lo que mi madre utilizó conmigo…”
Si tuviera que reivindicarse como madre, ¿qué rasgo destacaría?
—Cuando veo a la Mar Muñiz madre que les anima a tirarse al charco, pisarlo, rebozarse en la nieve… Si ha salido el niño del parque hecho un Ecce Homo es porque lo ha pasado genial y no seré yo la que le diga: “No te tires al suelo, que te rompes el pantalón”. Me gusta cuando me sale esa parte disfrutona, pero no me sale siempre, que luego llega el estrés de “Niños, dejad de jugar, que no hay tiempo, que hay que cenar, que hay que bañarse”. Sale la cosa de la logística diaria, que es muy esclava y un poco impertinente, pero necesaria, qué le vamos a hacer.
¿Los hijos nos demuestran que siempre se puede caer más bajo?
–Como hijos, en nuestro momento, todos somos especialmente desagradecidos, ingratos… Es una de las características de ser hijo, entre otras muchas mucho más positivas, pero ser cretinos es genial.
Yo me he pasado ratos largos intentando reproducir una fideuá del comedor del colegio que supuestamente estaba riquísima, según mi hijo mayor, que come muy poco. Yo no sé hacer fideuá porque, además, con todo el respeto a los valencianos, es un plato que detesto, me parece detritus. Y ensayaba aquello y no daba con la tecla. Cuando tú te descubres a ti misma pidiendo la receta, intentando modificarla para que les guste… Eso es caer bajo. ¿Que me digan que la sopa de brick les gusta más que la mía? Uno no cae bajo porque te coloquen en ese sitio humillante, porque igual que la fideuá me salía terrible la sopa me sale de escándalo.
De todas las campañas para las que habría recogido firmas en Change.org ¿cuál sería su causa estrella?
–La tengo clarísima. Contra las fiestas de pijamas. Hago mucho chiste con esto porque yo cuando era pequeña no he ido a dormir a casa de nadie: de mi prima, de mi tía, cosas puntuales. Los niños nos veíamos en la calle, jugábamos en la calle y alguna vez podíamos jugar en alguna casa, pero yo básicamente he jugado en la calle y he subido con los churretes de sudar, de correr, de tirarme al suelo. ¿Fiestas de pijamas? ¡De ninguna manera!
Ahora los niños juegan mucho menos en la calle, que, por supuesto, no es su culpa, los niños van donde nosotros les decimos. No les dejamos salir a la calle porque la vida ha cambiado y a no ser que vivas en un entorno que te parezca que cumple las condiciones de seguridad no lo haces. Y este ir más allá de pasar una tarde en casa jugando con tres o cuatro seres humanos a quedarse a dormir es una locura. Ellos se lo pasarán fenomenal pero los padres terminamos para el arrastre.
Aun así, cayendo en estas recurrentísimas incoherencias en las que caigo, he de decir que yo he organizado fiestas de pijamas bastante numerosas y después me he arrepentido, pero no lo suficiente para no volver a caer. Son tremendas, en mi caso es un sacrificio. Las vivo como “Madre mía, a ver si vienen ya los padres a recoger a sus hijos y me dejan en paz”. Yo promovería una acción para su erradicación absoluta.
Una frase de madre para cada edad
- “Me vas a borrar el nombre”: Respuesta refleja al “¡Mamá, mira! ¡Mamá, mira!” cuando son más pequeños. “Siempre que miras está saltando de dos escalones. Si yo ya he visto esto antes… De hecho, 36 veces… ¿Por qué me llama de nuevo?”
- “Si tu amigo se tira por un puente, tú vas detrás”: “Muy propia de la predolescencia y adolescencia, junto con la que da título al libro y “¡Tú te crees que soy el Banco de España!”. Están vinculadas a su maduración como individuos diferentes a ti, cuando aquello que tú dices ya no tiene por qué cuadrarles”.
- “¡Con lo que yo he sido!”: “Mirar atrás es un ejercicio frecuente en mi generación. Al pasar los 40 te tienes que despedir de algunas cosas si no quieres ser patético. Tus obligaciones y energía vital te van poniendo límites”.
Palabra de Mar
- “Y así fue como un día inesperado programé un menú semanal y envejecí diez años de golpe”.
- “Queda feo, lo sé, pero detesto los Transformers, la plastilina y la oca, a la que solo acepto en versión micuit. Por eso, cada vez que los niños aparecen con uno de esos artefactos, considero inaplazable limpiar el horno, releer la Espasa-Calpe o aprender a enyesar tapias con un tutorial. ¡Que jueguen entre ellos, carajo, que para eso parí dos unidades!”
- “Aquí hay mucho postureo, incluido el de servidora. Este discursito mío de perroflauta de pacotilla, este panegírico a la infancia plena y alborotada y este carpe diem desbocado se me escurren enteritos por el desagüe cuando veo a Leonor, tan Princesa, tan Infanta, tan de todo. Porque ¡cómo va siempre de impoluta, con su ropa planchada y quién sabe si almidonada! Y ¡cómo nos ha salido de lista la niña!”
- “Los niños, criaturitas sin gobierno, andaban por allí, lastimeros y ojerosos, merodeando alrededor de mis chuches como el que coge una kunda rumbo a su dosis. Estaban lánguidos, de tanto ganchito de apio y tanta magdalena de algarroba, un sustituto desabrido y fraudulento del chocolate que lo tiñe todo de marrón, como un Baltasar de pacotilla. Con la audacia de los furtivos, conseguí pasarles de estraperlo chicles de melón y unos cuantos Petazetas. Por suerte, no nos trincó la Stasi”
¡Qué buena pinta tiene este libro!
¡Qué tiempos aquellos cuando uno, con seis años, iba solo al colegio! Y claro, algún día llegabas a casa con una brecha en la cabeza… Pero ahí estaba tu madre para curarte la herida y leerte la cartilla. Y al día siguiente… ¡otra vez al colegio solo y temeroso!
Ya veremos qué pasa tras esta terrible pandemia, cuando todos estemos vacunados y ya podamos hacer una vida escolar más o menos normal.