Planificar y gestionar instituciones educativas en contextos de excepcionalidad
En muchos países de Iberoamérica, las decisiones tomadas para garantizar el cuidado de las poblaciones, implicó el cierre de las instituciones educativas, lo que obligó a organizar las actividades pedagógicas con otros dispositivos, recurriendo a la virtualidad, a esquemas de semi-presencialidad, así como al uso de materiales de apoyo, actividades y contenidos que ponían a disposición gobiernos y organizaciones para continuar estudiando.
Los equipos directivos debieron revisar sus prácticas y organizar una nueva agenda institucional recurriendo a modos de comunicación remota, sin mucha experiencia previa en el uso de esas tecnologías para uso diario. Así, idearon formas alternativas con sus equipos docentes y las familias, ya que la conectividad y los dispositivos no eran suficientes o, en definitiva, no se contaba con ellos. Esas acciones demandaron la puesta en marcha de múltiples habilidades específicas relativas a las coordinación, gestión y comunicación. Hubo que priorizar contenidos, adaptar modos de enseñanza y organizar espacios de trabajo sincrónico y también a deshoras. De hecho, el uso del tiempo se vio modificado y fueron necesarias muchas más horas de trabajo y disposición adicional por parte de los directivos para usar nuevos recursos que acompañaran los procesos formativos, además de otras demandas personales y materiales.
En Argentina, por ejemplo, el cierre de escuelas ocurrió a una semana del inicio del ciclo lectivo. Esto supuso un período inicial de mucha incertidumbre en el que docentes y directivos se organizaron a partir de criterios y recursos propios. Posteriormente, se generaron acuerdos y definiciones que organizaron criterios más estables sobre la promoción y acreditación de saberes y los procedimientos para monitorear los avances y difultades.
La participación de los directivos aumentó en la formulación de las agendas pedagógicas y disminuyó en el peso de las tareas administrativas
En este contexto, dos iniciativas nos han permitido conocer cómo ha sido para los equipos directivos trabajar en contextos de incertidumbre, con regulaciones y escenarios que se fueron adaptando conforme pasaba el tiempo. Por un lado, la indagación hecha a docentes y directivos por medio de la Encuesta Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica, respondida por 5.387 equipos directivos de escuelas de todo el país y, por el otro, un ciclo de intercambio que se organizó desde la OEI junto a otras organizaciones, convocando a directivos, funcionarios y referentes de organizaciones de la sociedad civil que brindan apoyo escolar.
Estas indagaciones recogen la dificultad de compatibilizar el tiempo laboral con las tareas de cuidado y las imposibilidades de contar con espacios y ordenadores sufucientes para sostener las tareas más elementales, además de la baja experiencia en el uso de las tecnologías, a pesar de que hace más de una década que la región viene incorporando el uso de las TIC. La participación de los directivos aumentó en la formulación de las agendas pedagógicas y disminuyó en el peso de las tareas administrativas. La situación de crisis que la pandemia desató, también implicó la oportunidad para ensayar nuevas formas de trabajo, más colaborativas y orientadas hacia la enseñanza de contenidos relevantes. En definitiva, un camino que no tiene vuelta atrás, y que cada vez impulsa prácticas menos expulsivas, otras formas de evaluación de los aprendizajes y estrategias de mejora de la enseñanza.
El escenario que abre el año 2021, con rebrotes y la demanda por volver a las escuelas, obliga a organizar protocolos para seguir protegiendo el bienestar físico de estudiantes, docentes y familias. La infraestructura y el equipamiento de las instituciones educativas es hoy una variable que determina la organización de los grupos de trabajo para tener condiciones y ambientes seguros para que la enseñanza y el aprendizaje ocurran. Los desafíos para los equipos directivos de la región aún continúan.