El mundo rural reclama medidas ante el revulsivo de la Covid
Por Mercedes Salas
La pandemia puede aumentar las matrículas rurales “porque hay familias que consideran la escuela rural positiva por las vivencias, los resultados y la seguridad sanitaria y ambiental si en el pueblo hay servicios, vivienda, trabajo, comunicaciones e Internet”, según el Informe España 2020 de la Universidad Pontificia Comillas.
El presidente de la Red Española de Desarrollo Rural y alcalde de Peñarrubia, Secundino Caso, asegura que en zonas de Castilla-La Mancha se han reabierto colegios y que este curso hay más escolares en los pueblos de Madrid o la costa rural cántabra. Padre de dos chicos (11 y 12 años), defiende que la enseñanza a distancia ha aumentado la socialización de estos preadolescentes y recuerda la llegada de la fibra óptica, que “cambió la vida familiar”. “Pero hay muchos sitios sin fibra, sin cobertura del móvil o señal de televisión (…), luego llevas al niño a la cabecera de comarca y parece que su amigo habla otro idioma”, apunta.
La infancia en un pueblo pequeño turolense no puede compararse con la vivida a pocos kilómetros, en Calanda o Alcañiz, según el gestor del grupo de acción local Cuencas Mineras de Teruel, Manuel Llorens.
La ganadera María Gómez Arredondo, de Soba (Cantabria), incide también en las diferencias entre pequeños núcleos –en el suyo hay tres vecinos– y cabeceras comarcales. Debido a la pandemia, sus hijas –de 8 y 12 años– no asisten a las actividades extraescolares en esos centros de comarca. Gómez describió a Efeagro hace un año el confinamiento “privilegiado” en las montañas y 11 meses después sigue valorándolo, pero señala que el campo “no es tan idílico”. “Que mis hijas sean astronautas o ganaderas, pero con buena Educación; estudié Gestión Comercial y Marketing, volví con las vacas y no me arrepiento”, subraya Gómez, en alusión a la necesidad de dotar a los niños rurales y urbanos de los mismos recursos.
Laura San Felipe estudió Publicidad en Madrid y regresó a su comarca en Segovia, donde creó una agencia de comunicación para negocios rurales, que combina con teletrabajo para la Universidad Internacional de la Rioja. En Cantalejo, con 4.000 habitantes, puede dejar a su hijo de dos años en una guardería y tiene buena conexión digital, a diferencia de su pueblo, Cabezuela. Aprecia la atención “personalizada” de los colegios rurales y el privilegio de que los niños jueguen en la calle y pasen la pandemia entre pinares. Pero casi todas sus amigas viven en Madrid y reconoce que “la mentalidad” es pensar que “si quieres prosperar, tienes que irte”.
En sentido inverso, Llorens, licenciado en Historia, se considera un urbanita atípico. Hace 13 años aterrizó en Torrevelilla (200 habitantes) siguiendo a su mujer, farmacéutica rural. Valora llevar a sus mellizas de seis años al colegio de 20 niños adscrito al Centro Rural Agrupado del Mezquín y la crianza en el pueblo, con más libertad e independencia.
Relativiza las carencias en Internet, porque en las ciudades “también hay diferencias”, por poder adquisitivo, y defiende la escuela de sus hijas, con pizarra digital y enseñanza bilingüe. Pero ve un inconveniente en la alta rotación del profesorado.
Patxi Artigot es maestro en Camarillas (Teruel), en un colegio adscrito al CRA de Aliaga, con “seis alumnos y seis niveles” de un pueblo de 86 habitantes; el curso pasado trabajó en prácticas en otro pueblo, en Allepuz. Asegura que se quedará allí el año que viene y que en su círculo hay más colegas que piensan igual, porque en Teruel muchos jóvenes proceden del entorno rural como él, que todavía tiene una abuela en el campo.