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La 'anfibolía' del aprendizaje por competencias

Juan Francisco Martín del Castillo
Doctor en Historia y profesor de Filosofía
13 de abril de 2021
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© ALINABEL

El Gobierno de España tiene un plan para la Educación. Quiere que la enseñanza tradicional, la de toda la vida, mude hacia un nuevo modelo, el llamado aprendizaje competencial. Pretende acabar con el abuso de la memoria y la sobrecarga de contenidos en las materias, que, a partir de la implantación de las competencias, ya habrían de desaparecer. Con esto, la reforma educativa, iniciada en la década de los noventa del siglo pasado, llegaría a la meta, a la utopía con la que algunos soñaron. Visto así, hasta suena entrañable, pero, tras esa ambición, se esconde el peor de los peligros para la misma Educación.

En primer lugar, la enseñanza tradicional, pese a quien le pese, no es el mal absoluto. Ni mucho menos. Esta enseñanza ha dado frutos notables, entendiendo por tales a generaciones y generaciones de jóvenes estupendamente formados en las aulas de España y, cómo no, del resto del mundo. Por lo tanto, no es el leviatán de la Educación, el monstruo del averno al que supuestamente hay que derrotar. Al margen de esta consideración estética, el aprendizaje competencial está sujeto a lo que Charles Peirce llamó en su día la “inferencia de la mejor explicación”, que por sí sola no implica otra cosa que cierta plausibilidad en el argumento, pero, de ninguna manera, poseer la verdad en términos redondos. En sí, esta modalidad de inferencia concluye que, en ausencia de mejores argumentos o experiencias de contraste, hay que certificar la validez de la hipótesis propuesta. Para el caso, en países como Finlandia o Portugal, parece que el aprendizaje por competencias resulta ser óptimo en la dirección de aumentar los porcentajes de alumnos con éxito escolar. Y, desde este punto de vista, pero sólo él por supuesto, nada que objetar. Sin embargo, la inferencia, en su soledad, omite argumentos y razones, derivando en falacia. Me refiero a que, aun siendo verdad que existe un número mayor de aprobados, no queda demostrado ni que aprendan más ni mucho menos que las competencias acreditadas logren hacer progresar los conocimientos objetivos de los muchachos. En consecuencia, aunque los defensores del aprendizaje competencial aleguen que su didáctica vuelve a los chicos más resolutivos, ello no significa que sepan realmente lo que están haciendo, que dominen las disciplinas académicas, que es de lo que se trata cuando hablamos de instrucción básica. En esencia, el aprendizaje por competencias es una magnífica oportunidad para seguir profundizando en la rebaja cultural del alumnado, así como en la merma intelectual de las nuevas generaciones.

"El aprendizaje por competencias es una magnífica oportunidad para seguir profundizando en la rebaja cultural, así como en la merma intelectual de las nuevas generaciones"

En segundo lugar, hay un argumento extraacadémico, político si se quiere, que tampoco hay que dejar de lado. Nadie duda de que el aprendizaje competencial, privado ya de las asignaturas, habrá de mejorar los resultados estadísticos de la enseñanza. Casi estoy por decir que el fracaso escolar sería un mal recuerdo si, de veras, se llevase a cabo el cambio de modelo propuesto. Y esta es la gran incógnita que se cierne sobre el proyecto del Ministerio de Educación: si desea de verdad que los alumnos aprendan o si, por el contrario, tiene como único objetivo hacer desaparecer los suspensos. Mi larga experiencia como profesor me hace pensar más en lo segundo que en lo primero. Y este es mi temor, si como docente puedo expresarlo, no tanto por lo vivido, como por lo que han de experimentar en el futuro los profesionales de la enseñanza con el desarrollo de la pedagogía competencial. Me apena sólo imaginar en qué se convertirán las materias, incluso los contenidos disciplinarios, con esta nueva apuesta. Sería como volver a la Edad Media, a lo que Ortega y Gasset definió como la “técnica del artesano”, cuando éste creía saber lo que hacía, pero ignoraba realmente los fundamentos teóricos y científicos de sus invenciones. En conclusión, el plan de Celaá para la Educación en España será todo lo moderno que se quiera, pero la anfibolía o ambigüedad argumentativa en que se mueven sus principios en orden al progreso del conocimiento me hace albergar las peores dudas.

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