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Prevenir problemas en la educación de los niños derivados de expectativas demasiado elevadas

Criar y educar bien a un hijo no es fácil. Padres y educadores con frecuencia han reflexionado sobre cómo quieren hacerlo, sin embargo, en muchas ocasiones lo que hacen en la realidad no se ajusta al propósito que se habían marcado.
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© Aleutie

Una duda constante es hasta dónde tengo que exigir a mis hijos o alumnos. En este artículo vamos a abordar algunos de los riesgos de llevar a cabo una exigencia excesiva y cómo podemos evitarlo con el objetivo de promover en los niños responsabilidad y autonomía a partes iguales.

Promover el esfuerzo y la disciplina a un límite extremo tiene claras consecuencias negativas en los niños y niñas. Con el deseo de conseguir que los niños se desarrollen a un nivel de competencia alto y acorde al rápido ritmo al que funciona la sociedad actual, podemos exigir una actividad muy alta y que cumplan todos los objetivos que se les proponen sin error. Esta alta demanda sobre el menor puede conllevar su agotamiento y frustración, además suele llevar asociado el desarrollo de una baja autoestima si interioriza que “nunca es suficiente” o que solo se le valora, felicita y reconoce cuando el rendimiento es excelente. Esto podría derivar en una incesante y agotadora búsqueda de atención dada la dificultad exigida para alcanzar la valoración del adulto. Ante las lógicas dificultades encontradas durante el proceso, el niño podría atribuir la falta de éxito y reconocimiento a una carencia de valía personal.

  • Lo que no debemos hacer: pedirle que repita las tareas infinitas veces hasta que estén bien, que el tiempo de dedicación a las tareas para que estén bien sea tan alto que impida que tenga tiempo para otras actividades como jugar y descansar, evitar a toda costa que lleve los deberes con errores a clase cuando se ha esforzado lo suficiente en casa, sobrecargar de actividades extraescolares de carácter educativo. De esta manera estaríamos focalizando el objetivo y el premio en el logro y en evitar los errores a toda costa, estaríamos propiciando un perfeccionismo poco saludable en lugar de valorar un esfuerzo sano de mejora.
  • Lo que sí podemos hacer: pedir al niño que se esfuerce, valorar su dedicación, decirle que va mejorando, reconocer los pequeños avances, no ser muy críticos con los errores, decirle que puede repetirlo o intentarlo de nuevo si se ha equivocado, permitir que él valore si está bien o mal en tareas más subjetivas como son un dibujo o una redacción, favorecer que tengan tiempo para aburrirse y crear su propios juegos o desarrollar sus intereses y creatividad.

Algunos otros consejos que te ayudarán a favorecer una educación respetuosa y significativa son los siguientes:

Por tanto, ¿cómo podemos actuar?:

  1. Evita las comparaciones: intenta no hacerle referencia continua a sus hermanos que tienen mejor conducta o a sus compañeros de clase que obtienen mejores notas. Aunque deseamos que tengan modelos y referentes adecuados ellos recibirán el mensaje de que no son lo suficiente válidos, lo que puede generarles frustraciones y sentimientos de envidia e inferioridad.
  2. No uses etiquetas: un acto aislado no define a la persona. Diferencia el comportarse “mal” con el ser “malo”. Puede haber hecho algo mal, pero no es lo mismo que decirle “eres malo”.
  3. Anímale a luchar por sus metas para que confíe en sí mismo y desarrolle la ambición de mejorar en lo que él elija y en lo que le motive. Si quitamos valor a sus sueños podemos llevarle a que abandone fácilmente.
  4. Permítele cierta autonomía: déjale que explore, que haga cosas por sí mismo y que tome sus propias decisiones. El mejor aprendizaje proviene de la experiencia y así se desarrollará con una persona independiente.
  5. Sé un ejemplo de los valores fundamentales que quieres transmitirle, ya que, en caso contrario, estarás enseñándole a no ser congruente.
  6. Muéstrate empático con sus emociones, hazle entender que sus sentimientos son importantes y ayúdale a canalizarlos.
  7. Demuéstrale que le quieres: sé cariñoso, muestra afecto y pasa tiempo de calidad con él, sin olvidar que no eres su amigo y que un hijo necesita normas y supervisión.

Tatiana Fernández Marcos, doctora en Psicología Clínica y de la Salud

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