Lenguaje exclusivo
Parece ser que en los colegios franceses van a restringir el uso del lenguaje inclusivo, el que hace referencia en todo momento a hombres y mujeres, para facilitar la expresión escrita y oral a su alumnado. Se trata sobretodo de eliminar esas barras y puntos que se suelen utilizar para que quede constancia de que nos estamos refiriendo a ambos géneros y que tanto dificultan la lectura y la escritura. Aún recuerdo aquella reunión docente para modificar un documento interno y la lectura de uno de sus artículos: “Los/las alumnos/as cuyos padres/madres o tutores/as legales pidan una entrevista con los/las maestros/as de sus hijos/as (…)”. Cuando terminé de leerlo nos miramos todos y sobrevino un incómodo silencio. Ninguno de los presentes se había enterado de qué iba el artículo en cuestión y así ocurrió con casi todo el documento. Fue un mero trámite donde no se modificó ni una sola coma del texto original. Y si esto les pasa a personas adultas con formación universitaria, mucho más a los niños que están aprendiendo a leer y a escribir.
La Real Academia Española nos indica que el masculino puede utilizarse como género no marcado e incluir de esta forma al género femenino. También nos habla de la “economía del lenguaje” y de la necesidad de evitar interferencias a la hora de leer y de escribir. A esta necesidad se refieren muchos escritores en la introducción de sus libros para justificar el no desdoble del género en sus obras. También los políticos, por muy progresistas que sean, se adhieren a esta norma de la RAE cuando quieren transmitir con claridad ante su audiencia una idea que consideran importante.
Tampoco podemos obviar que el lenguaje inclusivo sólo desdobla al conjunto de alumnos que ocupan una clase: pasamos de un “buenos días” generalizado a un “buenos días, chicos” y un “buenos días, chicas”. Pero ahí siguen los niños, ninguneados dentro de la masa de alumnos, y ahí siguen las niñas, innominadas dentro del conjunto de alumnas. Por eso, dejemos a un lado el lenguaje inclusivo y pasemos a utilizar el lenguaje exclusivo, pues todos nuestros alumnos se merecen un trato personalizado y que el maestro se dirija a cada uno de ellos por su nombre y mirándolos a los ojos. Así, de ese modo, lograremos crear el vínculo de afecto que activará la motivación que necesitan para dar lo mejor de sí mismos.