Apego seguro
Cuando hablamos de apego hacemos referencia a algo tan importante como la conexión, el vínculo que se crea en la relación de la madre/padre con el hijo. El apego se vuelve seguro cuando se forma sobre una base de confianza plena en esa relación. Así el niño en el futuro podrá desarrollar el mismo tipo de vínculos con otras personas y con su entorno.
En consecuencia, el niño que crece sobre una base segura, de adulto es capaz de cubrirse sus propias necesidades, desarrollar un autoconocimiento preciso, estructurar una fuerte autoestima, cuidarse y calmarse cuando lo precisa, reflexionar y tomar decisiones de forma adaptativa ante el mundo cambiante en el que vivimos.
Familias con apego inseguro presentan problemas de dependencia, bajo estado de ánimo, conflictos enquistados en las relaciones, situaciones violentas o traumáticas, falta de entendimiento, desconexión con las personas y conexión con objetos nocivos… Estas son algunas de las características que nos encontramos en la consulta psicológica y son demandas que observamos que se repiten en la medida en el niño va creciendo.
Para que estas situaciones se reduzcan, vamos a plantear cuáles son las claves para desarrollar un apego seguro con nuestros hijos y cuáles pueden ser las dificultades que podemos encontrar en cada una de ellas, según también como haya sido nuestro propio apego en nuestra infancia:
1) Exploración: Permitir que el niño, desde su más tierna infancia, investigue el medio de una forma autónoma e independiente. Es fundamental para dotarle de ese autoconcepto fuerte, desde el que pueda tomar decisiones en un futuro basado en sus propias opiniones. Permitir que el adolescente pueda diferenciarse de los otros, formando sus propias opiniones, aunque se equivoque. Le ofrece una seguridad en él mismo para no verse influenciado por las opiniones ajenas o estar demasiado pendiente de éstas.
Familias con apego inseguro presentan problemas de dependencia, bajo estado de ánimo, conflictos enquistados en las relaciones, situaciones violentas o traumáticas, falta de entendimiento, desconexión con las personas y conexión con objetos nocivos...
Las dificultades que solemos encontrar en esta área tienen que ver con nuestros miedos, frenos irracionales y resortes, que contemplan peligro donde no existe. Les obliga a estar alerta cuando podrían estar disfrutando de una situación novedosa. Les mantiene más pendientes de nuestras propias emociones, de tenernos tranquilos y satisfechos, que de las suyas propias.
Aprenden a atender las necesidades emocionales de los otros antes que sus propias necesidades.
2) Acompañamiento emocional: Un niño que es calmado por sus padres cuando sufre alguna decepción o dolor físico/emocional, será un adulto que sepa calmarse así mismo. Para ello, los adultos debemos estar atentos a sus necesidades, disponibles cuando precisen nuestra compañía, validar sus emociones y enseñarles la manera de regularlas.
Los adultos que no han aprendido a regular sus propias emociones, que no saben calmarse, que se desbordan emocionalmente con facilidad… no son capaces de gestionar las emociones de sus hijos. La inteligencia emocional es un músculo en desarrollo que se puede entrenar, reforzar y mejorar, siempre estamos a tiempo de potenciar esta habilidad.
3) Conexión o cercanía afectiva: Nuestros hijos necesitan nuestro apoyo, aliento y entendimiento. Necesitan sentirse valiosos en nuestra compañía. La complicidad en la relación con sus padres garantiza que pueda ofrecer y recibir afecto en el futuro.
En este sentido, es importante dedicarles tiempo en exclusiva, practicar la escucha activa, dedicar tiempo en conocer quienes son nuestros hijos y cuales son sus gustos y preferencias, para que les pueda llegar el mensaje de “para mí eres lo más importante, independientemente de quién elijas ser”.
Lucía Boto, psicóloga sanitaria