De docente a ‘desertor de la tiza’ (ida y vuelta)
Jordi Martí es una rara avis. Hace tres cursos algunos le llamaron “desertor de la tiza” tras abandonar las aulas por un puesto en la Administración y ahora, contra el pronóstico de aquellos, vuelve a un centro educativo en la Comunidad Valenciana.
Más conocido en redes como Xarxatic, (nombre de su web y de su perfil de Twitter, con más de 18.400 seguidores, uno de esos datos que las administraciones tienen muy en cuenta hoy en día a la hora de fichar) Martí ha sido un pionero en muchas cosas, sobre todo en la introducción de las TIC en las aulas, con la que empezó en Cataluña.
Ahora lo es en desprenderse de una etiqueta, la de desertor, en la que en realidad nunca encajó, propenso a la crítica desde dentro (fue sonado su rechazo a los ámbitos, la gran apuesta de la Conselleria de Educación el curso pasado, que sigue criticando como una “estafa”) y esquivo al reconocimiento por parte de la Administración como “uno de los nuestros”.
Hablamos con él tras su paso por “el lado oscuro”, que le aporta una particular perspectiva.
¿Se lo pensó a la hora de dejar las aulas, hace tres años?
–Sí, sobre todo por cuestiones de salud, pero ahora conozco ese “lado oscuro” que siempre he criticado. Creo que mi caso es especial, mi reclutamiento llega tras 20 años en el aula, antes había rechazado otras ofertas para irme a la Administración… Hay mucha gente que al primer o segundo año como docente deserta para no volver nunca.
¿Cómo le convencieron?
– Recuerdo estar criticando ante dos jefes de servicio de la DGTIC, que se encargan de la Informática para la Conselleria de Educación, la informática en los centros educativos, que me parecía un desastre, con mucho margen de mejora en ciertas cosas. Entonces me dijeron: “Pues vente…”.
Conviene puntualizar que cuando desertas muchas veces te topas con peores condiciones laborales. Tienes menos vacaciones: los 22 días de cualquier empresa más los moscosos, aunque con la ventaja de que, salvo en momentos críticos, las puedes coger cuando quieras, y el incremento salarial tampoco es para pelearse por el puesto.
¿Cómo ha evolucionado el proceso a la hora de fichar asesores?
–Últimamente los procesos selectivos de asesores de formación en los CEFIREs han estado más blindados, e incluso se han publicitado, pero es una pena que para el reclutamiento se tengan más en cuenta tus contactos o tus seguidores en redes sociales que tu actividad docente, que nadie la evalúe. En el caso de Tecnología de la Educación no depende de la Conselleria de Educación, sino de la de Hacienda, lo que considero un acierto. Allí el perfil es técnico, profesional, con compañeros con todo tipo de visiones. A partir de las direcciones generales ya sí los cargos son políticos.
¿Con qué perfiles de ‘desertores de la tiza’ se ha encontrado?
–Creo que del otro lado hay tantos buenos y malos profesionales como en las aulas. Por lo demás, podríamos establecer cuatro perfiles de desertores de la tiza:
Tenemos el perfil “vamos a probar”. Son personas que intentan cambiar el mundo desde esa parte más oscura tras unos años o décadas de experiencia en el aula. Lo primero que descubres es que estás perdido, que, como sucede en las empresas, no empiezas a ser productivo hasta el segundo año aproximadamente. Lo segundo, que el mundo no se cambia, aunque se puedan lograr ciertas cosas, gracias a grandes equipos (en nuestro caso, las aplicaciones durante la pandemia para que todo siguiera funcionando, la aplicación informática para las calificaciones, la digitalización del proceso de admisión…)
El segundo perfil es el de aquellas personas que entraron en la docencia quizá de rebote y vieron que no les gustaba dar clase con 30 alumnos de 1º de la ESO, o que les gustaba más la opción profesional de la Administración: montar jornadas de formación, etc. Es cierto que te has presentado a unas oposiciones para otra cosa, pero es un perfil lícito. Sin embargo, cuando llevas 10 o 15 años pierdes perspectiva, como les sucede a quienes llevan 30 años de directores en un mismo centro, con reducción de horas de docencia. Yo en tres años la he perdido, pero normalmente ganas en objetividad, porque es más objetivo ver las cosas desde fuera que desde dentro.
El tercero es el de personas que tienen la plaza muy lejos de su casa, que les supone un trayecto muy largo en coche o incluso tener que dormir fuera, y como asesores pueden trabajar al lado de casa. También es lícito, pues en cualquier profesión se tiende a priorizar lo personal sobre lo profesional. Si tardan en conseguir la plaza quizá ya les cueste volver, porque la manera de trabajar en la conselleria es diferente, y por eso, por el miedo al cambio, muchas personas siguen en la Administración.
Por último, están las personas que nunca sabes qué hacen, en ningún sitio. Es el desertor pata negra. Aunque cada vez se filtran más y hay servicios en los que es imposible no trabajar, en la Administración es más fácil escaquearte, salvo que existan proyectos finalistas: el programa de admisión de alumnos, la aplicación informática de formación… Ahí no puede haber incidencias, no puede ser que el programa no funcione y la prensa se haga eco. Dicho esto, es más fácil el control en la Administración que en un aula, es más sencillo tirar a un asesor que a un docente. Estás en una comisión de servicios anual, que se puede renovar a o no.
¿Ha cambiado su visión en este tiempo?
–Sí, yo antes era muy crítico con la figura del desertor de la tiza, y he cambiado de perspectiva. Creo que haría falta que el proceso de selección de asesores fuera más transparente todavía y que se exigiera un determinado número de años en el aula. También, que la comisión durara cuatro años y que al finalizar pudieras renovar otros cuatro como máximo. Así tu puesto no dependería del partido A o B, aunque cada vez se ven menos “quemas de rastrojos” como las de antes y convives con personas con una ideología variopinta.
¿Cuál es su balance de sus tres años en “el lado oscuro”?
–Me voy contentísimo de la experiencia, de lo que he aprendido, de lo que he hecho a nivel profesional, de los compañeros de viaje y de los jefes que he tenido. La experiencia no puede ser más positiva, he coincidido con gente trabajadora que ha dedicado horas innombrables a que ciertas cosas funcionaran. Algunas de ellas en 24 o 48 horas, durante la pandemia, que parecen milagros, y la gran mayoría han quedado para después. No puedo estar más satisfecho con el global.
Por otra parte, creo que en los últimos años, en digitalización, la Comunidad Valenciana ha pasado del pelotón de cola a ser una de las más avanzadas a escala estatal, un referente, con proyectos como el Centro Digital Colaborativo (CDC). Pero, como sucede en todas, haría falta un mejor diseño de la formación.
A día de hoy hay situaciones muy distintas en las comunidades y de todas ellas se pueden destacar iniciativas: Abalar en Galicia, Séneca o Pasen en Andalucía… En general ha habido muchas mejoras en digitalización, que es algo muy amplio que engloba muchos aspectos. Y para que las siga habiendo se necesitan precisamente desertores de la tiza que asesoren, que expliquen cómo se tienen que hacer las cosas, que gestionen, que hagan.
También haría falta más autonomía a la hora de destinar los fondos de digitalización, porque no todas las comunidades son iguales ni parten de la misma situación. No pueden tener todas los mismos fondos por número de alumnos, porque quizá en alguna como la Comunidad Valenciana, con instalaciones obsoletas, conexiones deficitarias, ordenadores que van a pedales, escasez de infraestructuras… hace falta una inversión diferente.
Los profesores se suelen quejar de exceso de burocracia ¿es este también un problema al otro lado?
–Sí, al estar tratando con dinero público se mira todo con lupa, que es positivo, pero que ralentiza las cosas con tantos trámites y pliegos de condiciones. La Administración es muy burocrática y a veces faltan manos.
¿Cómo ve la Educación en España?
–Creo que en es buena, magnífica, y por eso luego a nuestros profesionales se los rifan fuera. Tenemos unos niveles de productividad muy altos (aunque dos horas para comer sean un despropósito); no creo que nuestros trabajadores trabajen menos o estén peor formados sino que nos infravaloramos.