El refrendo de la realidad
La sombra de Kafka planea a lo largo de la última novela de Juan Gabriel Vásquez, Volver la vista atrás. Sin retórica expresionista describe la enajenación a la que conduce la realidad sometida a una lógica mecánica y absurda. Cualquier idea llevada al extremo –nos recuerda– termina deshumanizada y se pervierte. Una lógica que, sin embargo, pocos se atreven a traicionar pues implica adentrarse en el corazón de las tinieblas personales, un túnel anacrónico desde el que continuar pedaleando sin rumbo y sin sentido por la historia. Dejar aquí de dar pedales significaría asumir los sueños rotos de la revolución, tan estáticos y apolillados como una bicicleta atornillada. Si para comprender la realidad es necesario inventarla, sólo el arte –el cine al que se dedican profesionalmente los protagonistas– encauzará los demonios íntimos y colectivos, el fracaso de las buenas intenciones.
Uno puede dejar atrás muchas cosas, pero no su historia. Informan que la gente, antes de abandonar sus casas en La Palma, recoge con predilección sus álbumes de fotos. La lava que arrasa con las vidas anónimas se topa con la memoria minúscula que respeta el olvido. Por eso la novela de Juan Gabriel Vásquez es también y sobre todo un homenaje al padre de los protagonistas, el cineasta y activista colombiano Fausto Cabrera, un retrato con luces y sombras en el que la mirada tolerante encuentra razones para comprender. No hay resentimiento ni juicio póstumo sobre los posibles errores cometidos. Se escribe para que el lector acepte la compleja trama donde la verdad y la ficción tejen el relato como forma de conocimiento.
De ahí la importancia de la memoria como armazón contra el nihilismo, la subversión educativa como antídoto contra la fatalidad. El Salto Adelante de Mao vivido por los protago-nistas muestra enseguida las trampas sin fundamento de un régimen incompartible con la vida. Los sistemas totalitarios persiguieron la ruptura de los lazos tradicionales, los ritos comunitarios y cualquier huella de la memoria que contrastase con la nueva realidad en construcción. El objetivo inverso –en última instancia– es averiguar quién escribe nuestras palabras, qué tópicos hemos heredado, cuáles se nos resisten, intuimos o ni siquiera conocemos: nuestros miedos, nuestras esperanzas.
En las aulas no se conciben las imposiciones ni las fórmulas cerradas. De ahí lo vital de asignaturas como Filosofía, que nos enseña a pensar, a profundizar apartando la hojarasca sectaria y moralista
Aconsejaba Ortega y Gasset que “siempre que enseñes, enseña a las vez a dudar de lo que enseñes”. Es por eso la educación el ámbito del diálogo y el debate plural, nunca el lugar del catecismo ni del panfleto. En las aulas no se conciben las imposiciones ni las fórmulas cerradas. De ahí lo vital de asignaturas como Filosofía, que nos enseña a pensar, a profundizar apartando la hojarasca sectaria y moralista. El éxito educativo vendría definido aquí por la sensación de carencia intelectual, por la necesidad sentida de seguir ampliando estudios. Lo explica bien el gramático Mario Squartini: “Las formas imperfectivas se mantienen estables; las perfectas, no”.
Desaprender no debe implicar, pues, regresar al punto de partida. Conlleva recordar para saber mejor y dar la oportunidad a opciones desatendidas y diferenciar lo sustantivo de lo superfluo. En un momento de la novela se da cuenta del cambio decretado en el significado simbólico de los semáforos durante la Revolución Cultural, cuando el rojo pasó a ser verde y viceversa, una forma de descubrir lo ya descubierto y ahondar en un distópico adanismo.
El entusiasmo, la predisposición o el fervor creyente y activista, en muchas ocasiones, no viene avalado ni favorece los resultados esperados, antes actúan como elementos com-pensadores de ciertas carencias evidentes. Un exceso de optimismo nos puede alejar del blanco de las posibles soluciones cegando nuestra capacidad de reacción. La testaruda realidad, sin embargo, no admite subterfugios embellecedores. El sueño de los Cabrera por alcanzar el paraíso en la tierra desembocó en el infierno de una voluntad cuyos fines justificaron métodos infames.
Ante la asimilación acrítica de los acontecimientos, un signo de lucidez –de extrañamiento– recorre la novela para advertir del camino al que nunca conviene regresar, la disonancia cognitiva de los hermanos Cabrera al comprobar que sus sueños utópicos no obtienen el refrendo de la realidad.