La tristeza del aula vacía
El PSOE presentó hace unas semanas una Proposición no de Ley que instaba a bajar la ratio profesor-alumno. Hasta aquí nada nuevo en la legendaria reivindicación de aplicar el café para todos en un sector tan heterogéneo y plural como es el educativo. La novedad en esta ocasión –cosa que aplaudimos con entusiasmo– es que se insta a reducir la ratio en centros educativos de “alta complejidad social”.
No voy a decir que hay tantos tipos de colegios como tipos de alumnos porque sería exagerar pero qué duda cabe que las diferencias entre un colegio privado de La Moraleja de Madrid, un rural de Aragón y un público del barrio de las 3.000 de Sevilla son obscenas. Por ese motivo, fijar una misma ratio para esos tres colegios resulta absurdo, padecer un igualitarismo cronificado o simplemente no tener ganas de pensar y mucho menos de trabajar. Personalizar las medidas es más trabajoso, bien lo sabe el camarero que tiene que anotar la comanda de cafés. Además, los metaanálisis sobre los 1.900 estudios e investigaciones acerca de la eficacia de la bajada de ratio no son demasiado concluyentes como medida aplicada indiscriminadamente. Sí apuntan –en esto se apoyó el PSOE para presentar su PNL– a que la bajada de ratio resulta eficaz en escuelas de difícil desempeño, con alumnado de entornos vulnerables, etc. Parece de sentido común pero necesitamos que un metaanálisis nos revista de autoridad ante la opinión pública y ante los adversarios políticos.
En las diferentes entrevistas que estamos publicando con responsables educativos autonómicos lo que nos encontramos no es preocupación por ratios altas –hace años que están por debajo del mínimo exigido– sino pánico por ratios extremadamente bajas
En todo caso, estamos ahora ante un giro en los acontecimientos. En las diferentes entrevistas que estamos publicando con responsables educativos autonómicos lo que nos encontramos no es preocupación por ratios altas –hace años que están por debajo del mínimo exigido– sino pánico por ratios extremadamente bajas como consecuencia de la caída a plomo de la natalidad y del invierno demográfico que asola nuestro país y la vieja Europa, ahora vieja por doble motivo. La consejera de Extremadura nos decía con tristeza en la entrevista que publicamos esta semana que cada año pierden 1.200 alumnos y que este curso, en concreto, han tenido que suprimir 147 unidades en la escuela pública.
Aprovechar la pérdida de alumnos para bajar la ratio –máxime cuando la bajada de ratio se aplica en centros que no lo necesitan– suena a querer hacer de la necesidad virtud, a triste consuelo, a derrota, a sociedad sin futuro… La pandemia y los confinamientos nos han enseñado que hay algo peor que un aula masificada, un aula vacía.