Partitura curricular
Suele compararse la diversidad del aula con la variedad de instrumentos que conforman una orquesta. Y aquí, para que todo funcione bien es tan relevante la afinación del primer violín como la del instrumento de cualquier otro compañero. La armonía en la ejecución depende de todos y cada uno de los alumnos. Por eso hay días en los que las jornadas escolares acontecen a buen ritmo, todo encaja y cada pieza encuentra su lugar; cada sonido, su espacio; cada palabra, su silencio.
Por seguir con el símil, la partitura vendría a ser el currículo que los docentes transmitimos a los alumnos batuta en mano. Cuanto mejor preparados estemos, cuanto más aumente nuestro nivel de conocimientos y capacidad interpretativa, más motivados nos encontraremos todos para seguir aprendiendo. Alguien podría objetar –pensando en sus alumnos más proclives al rock duro que a la música de cámara– que esto suena a música celestial. Y probablemente lleve razón.
Aprender a tocar un instrumento, igual que aprender a leer, son actividades que conforman nuestro mundo personal por medio del descubrimiento y la apertura, el trazado de puentes que incrementan nuestras posibilidades de realización y nuestra libertad. Roto este cordón umbilical, la herida cicatriza en el relato, en la adquisición de cultura como función tera-péutica y didáctica.
El libro más hermoso escrito por Kafka nadie lo ha leído. Tiene como protagonista a una niña desconsolada tras la pérdida de su muñeca en una parque de Berlín. Para curar su llanto el escritor checo decide inventarse unas cartas que la muñeca extraviada supuestamente envía a su dueña desde los lugares más remotos del mundo. Es una muñeca viajera que desea seguir creciendo y rompe con los lazos familiares para ser libre y hacer libre a los demás, empezando por la niña a la que ofrece una ejemplo magistral con su decisión.
El gran estudioso de Kafka, Klaus Wagenbach, buscó durante años a esa niña, interrogó a vecinos del parque, revisó el catastro de la zona, puso avisos en los diarios, todo en vano. Un vacío que, sin embargo, se convierte en signo. ¿Cómo no ver un paralelismo en esta relación tan especial entre un escritor enigmático, una niña que necesita saber y la tarea diaria de maestros que instruyen, que transmiten cultura para que los alumnos salgan de su caverna personal y alcancen la madurez que sólo el conocimiento procura y hace libres?
Aprender a tocar un instrumento, igual que aprender a leer, son actividades que conforman nuestro mundo personal por medio del descubrimiento y la apertura, el trazado de puentes que incrementan nuestras posibilidades de realización y nuestra libertad
Lo escrito por Kafka recuerda al poema de José Agustín Goytisolo, Palabras para Julia. En él se referencia una cuestión educativa de enorme importancia: “perdóname” –escribe a su hija–, “no sé decirte/ nada más pero tú comprende/ que yo aún estoy en el camino”.
Estar en el camino. Como la muñeca perdida. En mis encuentros como docente con las familias de mis alumnos suelo contarles lo que en su día leí en una entrevista a la escritora Rosa Regás y que seguramente el paso del tiempo y mi imaginación hayan recreado sin dejar por ello de ser cierto. Contaba la escritora catalana que siendo aún muy joven, los azares de la vida la llevaron a verse de repente rodeada por cuatro estupendas criaturas. Sin embargo decidió no arrumbar su vida sustituida por el abnegado cuidado de los hijos. Muy al contrario, quiso ofrecerse como ejemplo de persona libre con el fin de que ellos algún día también lo fueran.
Una cuestión ésta –como todas– hecha de palabras, de la elección de realidades vinculantes que se desea contar para construir el sentido sintáctico y armónico de lo conjunto, el aula como una orquesta que narra para comprender palabras que nos curan de la ignorancia automatizada, la más disonante y devastadora de las heridas.
Palabras como las escritas por Kafka y que leen cada día los docentes a sus alumnos son las que escriben el porvenir. Este Big Bang educativo y social en que vivimos –migas de pan en el cuento de Hansel y Gretel, notas musicales en la partitura de una clase, explicaciones dadas por un maestro en la pizarra– es donde nos jugamos la traducción de los fragmentos dispersos que dan lugar a formas de expresión renovadas, gramáticas esperanzadoras y maneras imaginativas de estar en armonía con el mundo propio. Porque no podemos volver atrás. Como a Julia, la vida nos empuja como aullido interminable.