La divulgación de Ingrid Mosquera, una carrera de fondo

No recuerdo por qué entré un día en Twitter. Ni por qué decidí abrir un canal en YouTube. Aunque sí puedo decir, como pasó con el blog, que su contenido ha evolucionado mucho desde sus comienzos, sin haberme podido imaginar, en un primer momento, cómo iban a crecer y a desarrollarse hasta el día de hoy.

En un primer momento se trataba de tres propuestas, Twitter, YouTube y blog, que han ido engordando junto a otras ramificaciones, como los podcasts, la #IngridApp o las colaboraciones en publicaciones educativas, y que conforman, de algún modo, el universo de divulgación en el que me muevo. 

En la actualidad, pienso que la divulgación educativa se configura en torno a dos ejes complementarios y muy necesarios. Por un lado, contamos con un ingente número de profesores que comparten experiencias de aula y recursos. Y, por otro lado, tenemos docentes e investigadores que nos acercan y simplifican aspectos más teóricos del ámbito educativo y de la investigación.

Algunos lo hacen con un twit, otros en forma de elaborados hilos, también encontramos webs y blogs muy cuidados, podcasts imprescindibles, canales con contenido audiovisual muy atractivo, etc. Cada uno puede elegir según sus gustos. Nadie puede decir que no tiene dónde escoger.

La divulgación es una forma de acercarnos a temas a los que de otro modo quizás nunca nos acercaríamos. Hace fácil lo difícil o, al menos,  lo hace accesible. Puede servir para encender una chispa que no sabíamos que dormitaba en nuestro interior. Es un punto de partida. La posibilidad de descubrir intereses, de abrir mentes y de despertar curiosidades.

Nos hace personas con una cultura general más amplia, más rica. Nos ayuda a desarrollar nuestro pensamiento crítico de una forma divertida y cercana, aspecto muy necesario hoy en día, con toda la información que tenemos a nuestro alcance. Porque en divulgación no todo vale. Tenemos que saber escoger las fuentes en las que vamos a invertir nuestro tiempo. Un tiempo que robamos a nuestra vida personal.

Al fin y al cabo, estamos hablando de aprendizaje informal. Un aprendizaje voluntario, flexible, ubicuo y personalizado que podemos desarrollar casi por infinitas vías. No esperamos un certificado, no buscamos un diploma: queremos aprender. Eso es lo que nos mueve. Aprender y mejorar. Cultivarnos. Y si nos referimos a las redes, también relacionarnos, ¿por qué no? El aprendizaje informal se hace a través de los demás, aprendemos en comunidad, nos nutrimos unos de otros, nos aconsejamos, nos ayudamos, nos apoyamos y evolucionamos, como profesionales y como personas. El aprendizaje informal y la divulgación son una fuente inagotable de enriquecimiento personal.

Por otro lado, no debemos olvidarnos de los divulgadores. Recordemos que la mayoría de ellos desarrolla su trabajo de manera completamente altruista, dedicando muchísimo tiempo y cariño a todo lo que comparten con un desmedido cuidado artesanal, teniendo en cuenta hasta el más ínfimo detalle. Por eso, nunca debes dudar a la hora de suscribirte a un canal de YouTube, seguir a una persona en Twitter o cualquier otro tipo de muestra de gratitud. Es la manera de agradecerles su trabajo. No piden más. No cuesta nada.

En mi caso, he ido construyendo un universo personal, a través de las #CharlasEducativas, de las publicaciones, de los vídeos sobre herramientas digitales, de los podcasts, etc., que abarca más de lo esperado, llegando a un punto en el que resulta difícil tener una visión panorámica de todo lo que hago. Y esto es lo que significa para mí el Premio Magisterio, un galardón que reconoce esos lazos invisibles que conectan toda mi divulgación educativa. Es un premio al trabajo en la sombra. A la dedicación diaria.

Muchas gracias. Y que viva la divulgación, los divulgadores y las personas que disfrutan de ella y hacen que tenga sentido. Porque, no nos olvidemos, para que la divulgación tenga sentido, haces falta tú. Y por eso, te doy las gracias. Este premio también es tuyo. Te lo debo a ti.