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22 consejos para educar en la política

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Por Javier Peris

 

La politica avvelena tutto, dicen los italianos. La política lo envenena todo. Y la frase es tan cierta como incompleta porque, además de todos sus aspectos negativos, la política es la que hace que cada mañana se levante la persiana del centro de salud y de la escuela. Entre otras muchas cosas igual de necesarias.

 

  1. No hay nada más triste que un aula de chavales motivados políticamente… en el mismo sentido. Los chistes, insultos y menosprecios hacia el mismo partido o ideas son celebrados y hasta fomentan la competencia. No es un fenómeno grupal exclusivo de los jóvenes ni de la política, pero demuestra que profesores y padres no están haciendo bien su trabajo. Nadie ha dicho que en el famoso espíritu crítico que debe impulsar el entorno escolar no esté incluida la política.

 

  1. En casa. Evidentemente la primera responsabilidad es de los padres. Si en casa niños y niñas escuchan a menudo despotricar sobre políticos, partidos o sobre la política en general (“son todos iguales”) es lógico que la política se acabe percibiendo como algo esencialmente negativo. Aún peor: como una realidad frívola, inconsistente y, en último término, prescindible. ¿De verdad queremos que nuestros hijos crezcan con esa mezcla de escepticismo y cinismo con que los adultos juzgamos la cosa pública?

 

  1. En la escuela. Y los profesores, claro. También ellos pueden sentirse excesivamente cómodos ante un grupo de alumnos a los que se les supone -por su extracción social, por el tipo de centro- unánimes en sus percepciones políticas. Y se permiten chistes que saben que van a ser bien recibidos, o bien lo contrario: se divierten provocando al público. Es curioso cómo las escuelas, tan dadas a moralizar sobre cualquier fenómeno social, dejan la política a un lado. Quizá porque tampoco tienen de ella una buena opinión.

 

  1. Evidentemente el desapego por la política por parte de los mayores se explica, entre otras causas, porque hace muchos años que en España los derechos fundamentales (“si alguien llama a la puerta a las seis de la mañana solo puede ser el lechero”) no están en cuestión, al contrario, por cierto, de lo que ocurre en la mayor parte del mundo. Los adultos debemos pensar en ello, ser capaces de valorar el enorme privilegio de vivir en esta sociedad y trasladar esta realidad a los más jóvenes.

 

  1. No son tontos. Y como siempre que se habla de ‘cosas de mayores’, corremos el riesgo de menospreciar la inteligencia de los pequeños. Y podemos caer en la tentación de educarles en la política con la misma pereza con que liquidamos los pros y contras de la dieta: es bueno beber leche, es malo abusar de las chocolatinas… Así que menganito es bueno y tal partido es malo… ¿Por qué? Explica a los hijos por qué piensas como piensas y, siempre, dejando claro que se trata de una opinión, o al menos de una convicción de un nivel inferior.

 

  1. ¿Sacerdocio? En las discusiones sobre política se detecta casi siempre un exceso de moralismo. Se exige a los políticos que sean intachables en conducta y, en sus objetivos vitales y profesionales, completamente desinteresados. No es realista y no es justo, como tampoco lo es afirmar de un médico que trabaja por dinero solo porque es evidente que le preocupan mucho sus ingresos. No es fácil trasladar esta complejidad a los pequeños, pero podemos empezar por interiorizarla nosotros.

 

  1. La política, al menos en su faceta de poner de acuerdo a la gente para lograr cosas buenas, no es una tarea grata. Un buen ejemplo son las reuniones de vecinos, donde cuesta mucho concitar la colaboración y, desgraciadamente, incluso un tono de voz adecuado. Los menores deben aprender que los problemas de comunicación y de acuerdo que hay en una escalera o en una hermandad de Semana Santa son básicamente los mismos que hay que lidiar en un parlamento.

 

  1. Más allá del Telediario. Ampliar la política fuera de los límites de las discusiones de partido es uno de los retos de toda sociedad democrática. Son las sociedades intermedias. Benedicto XVI las define como aquellas que no tienen vinculación directa con los poderes del estado y del mercado. O sea, la enorme variedad de colectivos que luchan, con independencia, por un objetivo o un ideal sin mediar intereses políticos o económicos. Y esto también es política, y con mayúscula, y además se puede participar en ella desde bien jovencito.

 

  1. “Esto es injusto”. La justicia es un valor que se aprende muy pronto, pero es en la adolescencia cuando se empieza a deslindar del mero egoísmo. El adolescente es muy sensible a la injusticia. Eso es bueno, y ojalá lo sea siempre, pero también su sentido de la justicia es más simple y, con frecuencia, está muy condicionado por las emociones. Pues bien, por muy desenfocado que esté su juicio, hay que celebrar esa pulsión del joven y, lejos de menospreciarla, aprovechar para alargar y enriquecer el diálogo.

 

  1. “Mi hijo es un radical”, nos quejamos, y eso puede significar que simplemente no piensa como yo, o como la mayoría, o que realmente sus ideas políticas han perdido por completo el contacto con la realidad. No hay que cortar el diálogo; en todo discurso existe al menos una finísima hebra de la que poder estirar.

 

  1. Ponerles cara. Sí, el contacto con la realidad ayuda a centrar los asuntos y debates públicos. Ojalá existiera un programa de realidad virtual que permitiera meternos en los zapatos de un político que debe manejar una crisis sanitaria o repartir unos presupuestos que nunca contentan a nadie. Tanto a los jóvenes como a los mayores nos vendría muy bien, por ejemplo, conocer y tratar a alcaldes, concejales y altos funcionarios para saber qué hacen, cuáles son sus prioridades, con qué obstáculos se encuentran… y comprobar que se trata de personas normales y, por eso, diferentes unas de otras.

 

  1. Políticos en el aula. Es poco habitual que en la escuela se invite a políticos profesionales a hablar de su trabajo, quizá porque los padres no se fían -a veces con razón- bien del profesor que elige, bien de la sensatez del elegido. Hay que dedicar un poco de tiempo para pensar y asesorarse, pero seguro que es posible encontrar personajes que puedan hablar, sin levantar suspicacias, del trabajo de un político y merecer de un su joven público si no admiración, algo de comprensión.

 

  1. Los nuestros. Que una familia comparta los mismos ideales y preferencias políticas no significa nada, ni a favor ni en contra, de su educación y sus valores. Tampoco que exista en su seno una enorme variedad, incluso disparidad de ideas, denota siempre un sano pluralismo. En el primer caso, hay que evitar dinámicas de grupo como reducir los debates a criticar al contrario y evitar la autocrítica. Y ante la diversidad de opciones, no tomarse las diferencias como algo personal. Puestos a dejarse de hablar, esperar a que al menos esté en juego una jugosa herencia.

 

  1. El pack completo. ¿Eres de los que compran todo el pack del partido al que votas? Lo normal es que nos decantemos por algún rasgo característico de ese partido: una idea, una propuesta, un discurso con el que nos sentimos identificados. Y lo normal es que en otros asuntos no estemos de acuerdo. Lo contrario puede ser incluso preocupante, porque tendemos a ignorar o a minimizar esas discrepancias para ‘salvar’ al grupo y el resultado es, una vez más, un empobrecimiento intelectual.

 

  1. El odio. En política el maniqueísmo es injusto y estéril. Pero hay algo aún peor: el odio, que alguien comparó con la imagen de uno que saborea lentamente una copa de vino envenenado… mientras espera a que se muera el otro. Quizá hoy se abusa un poco de esta palabra, pero el odio es un riesgo cierto y, gracias a las redes sociales, una realidad muy visible.

 

  1. El grupo. Qué cómodo y satisfactorio resulta hablar de política con los afines. Se permiten y celebran todo tipo de chistes, insultos y menosprecios hacia los otros. Qué seguros nos sentimos… y qué tontos somos. Y a los pequeños, que todo lo ven y escuchan, acaban integrando las siglas, los colores, las filias y fobias de los mayores en los valores de la propia familia, en la seguridad ética y hasta física que todos procuramos.

 

  1. Hasta el final. Nunca sea hablado y escrito tanto sobre pluralidad, tolerancia, empatía y convivencia, y todos estamos de acuerdo… hasta que surge la política: ¿cómo voy a educar a mis hijos en la duda y el espíritu crítico cuando menganito quiere finiquitar la civilización, nuestro sistema de valores? ¿Cómo voy a decirle a mis hijos que todas las opciones son bienintencionadas y tienen algo que aportar si entre ellas están los totalitarios, los enemigos del pueblo, los defensores de los privilegios? Pues sí, hay que hacerlo. Lo contrario es educar, como mínimo, en la comodidad.

 

  1. Las personas están por encima de las ideas. No sabemos muy bien cuál es el alcance de esta frase pero de hecho somos capaces de aplicarla con los amigos y familiares (los que queremos de verdad). Las opiniones políticas son solo una parte muy pequeña de las personas; no diremos que casi al nivel de sus preferencias futbolísticas, pero casi. Los más jóvenes lo comprueban cada día y hace falta muy poquito para que sean capaces de conceptuarlo y verbalizarlo. Aunque a veces lo que más cuesta es no decir nada.

 

  1. Distancia informativa. No se puede separar la política de las fuentes de información, de los flujos comunicativos, de la naturaleza mercantil de la mayoría de los medios. Pero esto es compatible con desmarcarse de ritmo informativo que el sistema mediático impone para que consumamos rápido las noticias, también las políticas. Poner distancia, alejarse de la polémica del día. Incluso ‘ayunar’ de vez en cuando es muy recomendable para toda la familia.

 

  1. No mezclar. Muchos creyentes (sobre todo en España, que no acaba de desprenderse del todo del nacionalcatolicismo) entienden su opción política como un todo indivisible en el que se integran, como parte fundamental, sus convicciones religiosas. Los más atrevidos incluso usan la fe para justificar sus preferencias. Y no les importa, o parece que no sepan que la Iglesia y los propios papas predican la plena libertad de los cristianos para elegir sus opciones y, por eso, la obligación de expresarlas bajo su exclusiva responsabilidad.

 

  1. Educar en la sensibilidad. ¿Qué influye más en nuestros hijos: saber que los padres votan al partido X o criarse en un hogar donde se nota preocupación y empatía por los desfavorecidos, por las situaciones injustas? Lo segundo es, evidentemente, mucho más importante y perdurable, amén de que siempre hay formas de mantener esta sensibilidad en cualquier grupo o tendencia política. Más que influir en las afinidades políticos de los hijos, se trata de educarles en unos valores que están más allá de las siglas e incluso de las ideologías.

 

  1. Pensar en las vocaciones. La falta de políticos con un buen nivel humano y profesional no es una percepción sin fundamento. El sistema mismo lo promueve. Pero también los adultos tenemos la responsabilidad de evitar trasladar a los jóvenes tanto pesimismo, tanto cinismo, tanto escepticismo hacia la política y los políticos. Con esta educación, lo milagroso sería que a los jóvenes más preparados -por dentro y por fuera- les motivara la política.

 

 


 

 

Una novela y dos películas

 

El disputado voto del señor Cayo. Miguel Delibes

También se hizo una película de esta novela de Delibes, y bastante buena, pero el texto siempre trasmite mejor lo que se quiere decir. El señor Cayo es uno de los dos últimos vecinos de un pueblo castellano, y hasta este llega la campaña electoral de 1977, la primera en libertad desde los años 30. Delibes, asombrosamente, es inmune a la euforia del momento y anticipa los efectos perniciosos del partidismo y la deshumanización de la política.

El último hurra (1959)

Entre la infinidad de filmes estadounidenses que tratan la política y los políticos, esta es una de las más equilibradas, y no es extraño porque es una nota característica de su director, John Ford. El protagonista (Spencer Tracy) es un alcalde que compite por renovar por última vez su mandato, en una campaña que cubre como periodista un sobrino suyo. En la política profesional se esconde, como en todo, miserias y engaños, pero también una sincera voluntad de servir.

La cortina de humo (1997)

A 11 días de las elecciones presidenciales, el candidato a la reelección es acusado de mantener una relación sexual inadecuada. La idea no es muy original pero sí su desarrollo. Con De Niro, Dustin Hoffman y unos secundarios de lujo, te hacen creer que no es tan descabellado inventarse una guerra contra Albania para distraer la atención del votante. Con el concurso -aquí está el meollo- de los medios de comunicación, que manipulan en la misma medida que son manipulados.

 

 

 

 

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