22 consejos para sobrellevar las navidades
Por Javier Peris
Para muchas familias estas navidades van a ser las más singulares de su vida. Con reuniones reducidas, sin apenas visitas ni comidas de compromiso, sin cabalgata para los peques y pocas colas en las tiendas. Y, sin embargo, parece que la Navidad resista incluso en estas circunstancias. Quizá porque, en el fondo, poco tienen que ver estas fiestas con las comidas y las compras y, de alguna forma, todos lo sabemos.
- Por qué. Quizá solo es una feliz coincidencia que sea la historia de una familia la que se ha convertido en la fiesta familiar por excelencia… O no es tu caso, y tienes muy presente durante estos días lo que sucedió hace muchos años en una aldea de Palestina. O simplemente no lo tienes muy claro… o ni siquiera te lo planteas. Que no ocurra esto último. Son demasiados días, y demasiado intensos, para vivirlos de manera rutinaria y mecánica. Debe tener un sentido. El que sea.
- Propósitos. Qué poca memoria tenemos. Todavía hacemos previsiones para tantas horas de ocio. Y volvemos a proponernos aprovechar el tiempo, arreglar armarios, continuar escribiendo esa novela, ordenar los papeles de la contabilidad doméstica, seleccionar las mejores imágenes de las miles de fotos que almacena el ordenador… No son malos propósitos pero no te desanimes ni tengas sentimiento de culpa si, un año más, terminen estos días sin que hayamos hecho nada ‘productivo’.
- Melancolía. Qué difícil es despegarse de tantas evocaciones. Recuerdos de la infancia, buenos y no tan buenos, que vuelven a estrujar sentimientos y despertar emociones. Bien, que sirvan para algo. La memoria de los que se fueron, para sonreír; las alegrías y tristezas de la infancia, para comprender mejor y ayudar a los hijos. La nostalgia raras veces consuela aunque, si queremos sacarle algún provecho, lo más aconsejable es compartirla.
- Compromisos. Es una de las palabras que más escuchamos en estas fechas, a nuestro alrededor y dentro de la cabeza. Muchos están justificados pero sin perder de vista que el más importante es el que tenemos con la pareja, los hijos y, como también somos hijos, con los padres. A ellos debemos el esfuerzo por hacerles más gratos, más especiales estos días de fiesta. Y sólo con ellos tenemos la obligación, el compromiso de pensar menos en nosotros.
- La Familia. Nadie sabe por qué atribuimos a la familia el ideal de la convivencia amorosa y desinteresada. En la familia se da lo mejor y lo peor de sus miembros en la misma proporción que fuera del hogar. Y si no, al tiempo. Así que no te apresures a poner la familia como excusa para todo. La Navidad es una cosa y tu familia, otra. Puede haber parientes que mejor tener bien lejos incluso en Navidad, o hijos que tienen que estudiar -ellos se lo han buscado- también el día 25 a las 9 de la mañana.
- Tradiciones. Una tarde nos dio por visitar belenes y lo pasamos estupendamente. En otra ocasión hicimos media hora de cola casi a bajo cero para compartir un chocolate con churros… resecos. Pero cómo nos reímos. ¿Y aquella nochevieja que olvidamos poner a José Mota en la tele porque nos picamos jugando al parchís? Desde entonces se han convertido en tradiciones, modestas y sin glamour, pero las nuestras. Ah, y se pueden cambiar por otras, no pasa nada.
- Otras motivaciones. A poco creyente que se sea, malgastar días como estos sin meditar sobre el misterio de Belén y rezar un poco sí que es un pecado. Aunque cada vez es más difícil, es cierto, sobre todo y paradójicamente en los países de cristianos viejos, donde todo se confabula para hacer muy complicado trascender el consumismo y la sensiblería. Para hacer el bien no es imprescindible tener motivos, pero los cristianos, además, los tienen.
- Consumismo. No juzguemos mal las navidades por el brillo de los escaparates, las multitudes en los centros comerciales o los anuncios en la tele. Entre esa multitud hay una mayoría de padres y madres, hijos, abuelos y amigos que solo quieren tener un detalle (el enésimo, y cada año es más difícil acertar) con los seres queridos. O que buscan la comida especial que, esperan, haga un poquito felices a los suyos. El consumismo, en fin, crece o muere dentro de cada uno, diga lo que diga la tarjeta de crédito.
- Regalos. Buf, qué debate más cansino. Hay personas a las que les gusta -o no les cuesta- repasar y puntear durante semanas listas mentales de regalos, con sus correspondientes compras, devoluciones, etc. Para otros constituye simplemente un suplicio. No hay, en fin, normas de aplicación universal, excepto que sólo el núcleo familiar merece de verdad el disfrute de unos y el sacrificio de los otros. Fuera de él, los primos, tíos y amigos pueden sentirse defraudados si quieren.
- Apunta. Saca partido al desborde emocional. Tanto buenismo sentimental a nuestro alrededor nos puede ayudar a vencer la pereza para enviar esos mensajes a los amigos que no vemos desde hace años, o hacer esa llamada telefónica casi obligada a los parientes. Mejor aún: apunta en la agenda, en fechas bien lejos de las fiestas, llamar o quedar con esas personas que durante las navidades han pensado que podrías volver a contactar.
- Hay que pagar. Los dolores de cabeza de la cuesta de enero pueden llevarse por delante todos los buenos sentimientos…, los mismos que nos empujaron a gastar de más durante las fiestas. Y no podemos decir que no estábamos avisados porque todos los años ocurre lo mismo. Hacer un presupuesto de navidades de entrada suena mal, pero es muy útil incluso en el caso de no cumplirlo: al menos no nos llevaremos ninguna sorpresa.
- Disfruta. Un copazo de brandy de marca, unos bombones a precio de gambas de Denia… y ya puestos gambas de Denia. En estas fechas nos permitimos pequeños placeres que el resto del año nos parecen un lujo, una irresponsabilidad. Muy bien, pues que sea para disfrutarlos de verdad; que no se conviertan en algo rutinario, casi en una obligación. Y que nos sirva para ser agradecidos por poder acceder a tantas cosas que nos parecen básicas pero que están vedados a la mayoría.
- Los demás. Hemos escuchado o leído que pensar en los demás es lo que menos estresa, y es verdad. Del cansancio no nos libraremos, pero lo llevaremos con mucha más alegría. Los hijos, la pareja, los abuelos, los amigos, la familia extensa y hasta los compañeros de trabajo son ‘los demás’. Ni la farmacéutica ni el cajero del supermercado, por muy sinceras que suenen sus felicitaciones, justifican tu esfuerzo ni comprometen tu vida.
- La historia. Si no sacas ahora los viejos álbumes de fotos, ¿cuándo lo vas a hacer? Reserva un espacio de tiempo, una sobremesa o una merienda, para compartir con la familia los recuerdos y los rostros, para ampliar -con un poco de imaginación- las viejas historias familiares. A veces no es una actividad grata, bien porque faltan algunos de esos rostros bien porque nos muestran el paso irremediable del tiempo, pero el resto de la familia se merece conocer esa historia y compartir tus recuerdos.
- Amigos. Según pasan los años vamos acumulando amistades que se han ido distanciando pese al cariño o la gratitud que su recuerdo sigue despertando. Con algunas de ellas mantenemos la sana costumbre de cruzarnos, por el medio que sea, una sencilla felicitación. No dejes que una mala racha de ánimo o las ocupaciones del día y de la noche te hagan incumplir con ellos o ellas. Nunca te arrepentirás. Siempre lo agradecerán.
- Por favor, paz. No esperes que tu cuñado, de repente, te caiga bien. O que deje de irritarte tu hermana cada vez que habla de dinero. No es lógico ni creíble que por unos días se suspendan los sentimientos negativos o se olviden los pequeños rencores. Simplemente haz un esfuerzo por evitar que se noten para que no lo pague el resto del grupo. Prudencia en los temas de conversación y alerta con la desinhibición de los ambientes relajados por el alcohol.
- Medir el esfuerzo. Quien por su culpa muere nadie le llore, decía mi abuela. No te quejes tanto. Allá tú si has decidido un menú complicado, con ingredientes que, vaya por Dios, están casi agotados, y con raciones tan generosas que te dolerá que sobre tanta comida. Es verdad que nos complicamos la vida, casi siempre, solo por la ilusión de alegrar a los comensales, pero al final de la velada no es la comida lo que dejará un mejor o peor sabor de boca.
- Navidad laboral. Este año no habrá cena de empresa, o al menos no de la forma habitual. En general es una buena noticia, porque aportan más bien poco. Si acaso, es una buena ocasión para reforzar ante los jefes tu buena disposición laboral y fingir algo de empatía con la dirección. Pero hay mejores formas de contribuir al ambiente navideño laboral, con detalles más pequeños y encuentros más breves e informales.
- Te aguantas. Vale, te carga la Navidad, pero no lo estropees aún más verbalizándolo continuamente. Para tu pareja resulta molesto pero es peor para ti mismo. Si no has conseguido nunca modificar las costumbres navideñas del hogar, te aguantas. Y como aguantarse tantos días puede resultar muy alienante, aporta algo novedoso y compatible con las obligaciones habituales.
- Niños. Quien tiene niños en casa celebra la Navidad sí o sí, y bien que lo disfruta. Pero como en cualquier época del año, sin un mínimo de normas, horarios y obligaciones el ocio pierde su eficacia y su sentido. Celebrar estas fiestas también es acompañar a los papás a hacer visitas incómodas, renunciar a terminarse ese pastel enorme o acceder a jugar con buena cara a lo que prefiere la mayoría. Si además hay tareas de la escuela, habrá que ofrecerles algunos incentivos.
- Fiesta solidaria. Son días de buenos deseos y constantes apelaciones a la solidaridad. ¿Cómo ponerles patas? Unas familias acuden a la sede de Cáritas más cercana y ayudan con lo que les piden. Otras dedican una parte de las estrenas a oenegés. O visitan un hospital, residencia o institución asistencial en compañía de los voluntarios habituales. En estos tiempos en que la información se encuentra a un clic o dos, nadie puede excusarse en la ignorancia.
- ¿Navidades imposibles? Hay años que no hay nada que celebrar. Precisamente este 2020 van a ser muchas más las familias que tienen muy vivo el recuerdo de la pérdida de un ser querido, y además en circunstancias de desamparo y soledad, apenas con la compañía de media docena de personas. O quizá lo tengan más fácil que la mayoría para vivir el verdadero espíritu navideño. El de la gratitud y la esperanza.
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Y tres libros para saber, sentir y evadirse
El evangelio de Mateo
Todos conocemos más o menos la historia, pero podemos acabar dudando si los evangelios muestran de verdad a la Virgen peinándose entre cortina y cortina. Mejor acudir a las fuentes. Mateo y Lucas son los dos evangelistas que hacen referencia al nacimiento de Jesús de Nazaret. Lucas da más precisiones históricas, mientras la narración de Mateo es, por así decirlo, la más vistosa: los sueños de José y su decisión de no denunciar a María; la estrella de navidad; los reyes magos; la matanza de inocentes o el viaje de la sagrada familia a Egipto.
Cuentos completos de Navidad. Charles Dickens. Mondadori.
Se podría decir que Dickens inventó la Navidad moderna, pues ningún otro escritor ha evocado con tanta maestría el espíritu de esta época del año. Además del célebre Canción de Navidad, se reúnen en este volumen otros cuatro relatos de ambientación navideña donde se encuentran los motivos principales del mundo dickensiano: la caridad, la infancia, los mitos populares, las desigualdades sociales, los sueños y la magia.
Una Navidad diferente. John Grisham. Debolsillo.
El prolífico fabricante de bestsellers ha imaginado unas navidades sin centros comerciales abarrotados, sin cenas de empresa, sin pasteles de frutas, sin regalos. Los protagonistas han decidido que este año no hay celebraciones. La suya será la única casa de la calle que no tenga un Papá Noel en el tejado ni fiesta de Nochebuena, ni siquiera pondrán un árbol en el salón. Ni falta que les hace porque el 25 de diciembre se embarcarán en un crucero al Caribe… No fue una buena idea.