Abrir la ventana del arte
El arte no es un lujo. Ni un abrevadero de esnobs. Es una ventana a la belleza, un portal privilegiado al sentido de la realidad. Cuanto antes se asomen los niños, más afilada quedará su sensibilidad. Pero hay que enseñarles a asomarse para que lo valoren y comprendan.
María José parece levitar frente a los cuadros impresionistas del Museo Thyssen. A los 16 años, ese aire abstraído no es ninguna rareza. Al contrario. Pero, a diferencia del convencional adolescente, la actitud de María José revela una conexión paradójicamente sólida con un referente de óleo, colores, luz…
“A mi hija le gusta mucho el arte. Desde siempre. El crío no le hace mucho caso”, explica César, de Albacete, que aprovecha cualquier viaje a Madrid para visitar los grandes museos. Su afición fue calando en la familia, sobre todo en la hija mayor: “Al principio le gustaba sobre todo la pintura, especialmente el barroco; lógico: un Velázquez es más fácil de ver”. César reconoce que le cuesta más apreciar el arte contemporáneo, “no nos gusta porque no lo entendemos”. Pero no descarta nada: “Hace poco fui al Reina Sofía y vi un Miró muy curioso, una especie de triángulo sin base… Le hice una foto con el móvil y se lo mandé a mi hija por sms”.
El surrealismo de Bailarina española había surtido su efecto revolucionario, removiendo algo en César… Y otro que Miró ni imaginaba, la complicidad de un padre con una hija. “Desde pequeña, yo le iba explicando lo que íbamos viendo cuando visitábamos museos, catedrales… En el colegio no aprenden casi nada”.
Noelia Antúnez del Cerro, profesora de Didáctica de la Expresión Plástica de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, es consciente de ese problema. Aunque admite que “las leyes que regulan la educación hacen referencia a la necesidad de formar a niños y adolescentes para que se puedan desenvolver en un mundo plagado de imágenes”, no puede dejar de observar que “esta importancia no parece reflejarse en el número de horas para las asignaturas que trabajan con estos temas”.
Consumidor de imágenes
Pero el principal problema quizá no sea tanto el tiempo sino su adecuación. “Las clases suelen reducirse a ejercicios que sólo pretenden potenciar las habilidades manuales, y no los procesos mentales y cognitivos que supone esta creación”. El triste resultado es que, al final, la educación artística se considere “algo sólo necesario para los que tienen cualidades y, por lo tanto, posibilidades de dedicarse al arte de forma profesional”, cuando debería ir dirigido a todos los niños.
Se impone, por tanto, poner manos a la obra cuanto antes. Aunque el asunto es complejo. Noelia Antúnez puede hablar con propiedad desde su experiencia como coordinadora de proyectos educativos del (Museo Pedagógico de Arte Infantil (MuPAI). Para empezar, no cree que haya una edad fija para empezar a enseñarles: “El desarrollo de cada niño es diferente, depende del niño y de su entorno”. Además, hay que empezar a introducirlos poco a poco. La clave es enlazar, siempre que sea posible, el arte con su vida cotidiana. “Hay guarderías en las que ponen a los bebés a pintar con puré; y, por ejemplo, en el MuPAI empezamos a trabajar con niños de tres o cuatro años introduciendo temas como el mito de Butades a través del juego y el movimiento; y con los de cinco o seis con artistas que trabajan con el tema del pelo, vinculándolo con los estereotipos en los dibujos animados”.
Y, sobre todo, la complicidad. Como la de César con sus hijos. Algo tan valioso como difícil de explicar. Confianza, tiempo, cariño… En cualquier caso, no será fácil. En otra sala del Thyssen, camino de la salida, dos niños se disputan una consola portátil en el que se adivina un vídeo de dibujos más animados que los de los maestros flamencos.
El arte de educar
Ningún esfuerzo es en vano para mostrar, cuanto antes mejor, los misterios del arte. Menos cuando entran en juego dos agentes claves: el dinero y el museo. Un buen ejemplo lo dieron este verano La Caixa y el Museo del Prado al firmar un convenio para desarrollar el programa “El arte de educar”, dirigido al público escolar y familiar de la pinacoteca madrileña.
Desde visitas dinamizadas para grupos escolares, acompañadas de propuestas de trabajo en el aula para antes y después de la visita, hasta un dossier para que el profesorado pueda conducir visitas autónomas al museo o un juego didáctico para las familias que visiten la colección permanente con sus hijos.
En los primeros cuatro años de vigencia, el nuevo programa atenderá a unos 800.000 niños y jóvenes, entre alumnos de Primaria y Secundaria. Incluyendo familiares, el número total de beneficiarios podría llegar a situarse en torno a 1.200.000. Además, el Prado completará el programa con una atención especial a los grupos escolares de Bachillerato y pondrá en marcha un programa para los grupos de Educación Infantil.
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