Adolescentes conflictivos: ¿Cuándo pedir ayuda profesional?
En algunos casos, la causa de los comportamientos negativos continuados de los adolescentes que hacen imposible la convivencia familiar puede ser un trastorno mental. En otros, se trata de adolescentes mal educados. En ambas ocasiones es necesaria la intervención de profesionales.
Por Eva R. Soler
El periodo de confinamiento convirtió a muchos adolescentes disruptivos en bombas de relojería a punto de estallar, sostiene Jordi Royo, vicepresidente del Clúster de Salud Mental de Cataluña y director clínico de Amalgama 7 (www.amalgama7. com) . Durante esa etapa, en este centro de atención terapéutica y educativa para adolescentes recibieron más de 300 consultas por parte de padres y madres desbordados por las reiteradas situaciones de conducta inapropiada de sus hijos. Algunos, incluso, llegaron a solicitar distancia real y física con ellos.
Desmotivación escolar, poca o nula participación en las tareas domésticas, excesiva exposición a pantallas, conflictos relacionales o maltrato hacia los hermanos, negarse a compartir espacios familiares comunes y grandes periodos de tiempo de reclusión en su propia habitación, consumo de tabaco u otras sustancias sin consentimiento paterno, conflictos a la hora de la comida (deseo de alimentarse cuando a él le apetezca y lo que le apetezca), desobeciencias, desprecios, insultos e, incluso, agresiones hacia objetos o personas…son las quejas más reiteradas que han recibido en este centro.
¿Trastorno mental o no?
Muchos padres se plantean ese dilema. Sin un diagnóstico clínico experto es muy difícil distinguir cuál es la etiología de estos comportamientos, afirma Jordi Royo. El doctor explica que para detectar los casos con posibles patologías es necesario realizar una entrevista en profundidad con los progenitores para aclarar tres aspectos de la vida de su hijo: el rendimiento escolar, qué actividades realiza los fines de semana o en su tiempo libre y, por último, en qué gasta el dinero del que dispone. Este experto aclara que la adolescencia tiene, intrínsecamente, rasgos asociados como la transformación del cuerpo, crisis de identidad, baja autoestima, complejos, dificultades de adaptación en el entorno de los adultos… Pero hay adolescentes que van más allá y presentan comportamientos negativos de modo continuado que hacen prácticamente imposible la convivencia en casa. Dentro de este último grupo, el doctor Royo diferencia entre los que, por un lado, presentan patologías o trastornos neurológicos (Déficit de Atención con Hiperactividad, dislexia, trastornos de personalidad…) y, por otro lado, los maleducados. “Y en ambos casos es necesaria la intervención de profesionales para rebajar la tensión acumulada en la convivencia familiar”, sostiene este experto.
“Que un chico adolescente exprese, ocasionalmente, sentimientos de baja autoestima, de malestar físico, de dificultades adaptativas en el entorno de los adultos debe ser aceptado, en su conjunto, como rasgos propios de la transformación bio-psico-social que supone el paso de la niñez a la adolescencia. Por el contrario, cuando estas conductas o estados anímicos se produzcan, no ocasionalmente, sino de forma continuada y, a la vez, generen un deterioro en el entorno vital del adolescente, deberos entenderlos como síntomas de demanda de ayuda”, insiste Royo.
Por su parte, Natalia Pedrajas, directora de Psicólog@s en casa (www.apoyopsicologoencasa.es), opina que el mayor indicador para solicitar ayuda profesional es el malestar de los propios padres: “El malestar del menor traspasa el mundo adulto y los desborda. Así, ya no importa lo que le ocurre al menor, sino más bien cómo los adultos perciben que no disponen de estrategias para ayudarle”. “Probablemente –continúa Pedrajas–ese hijo o adolescente pase por algo natural dentro de su proceso evolutivo: miedos irracionales, incapacidad para adaptarse al grupo, fracaso escolar… Una más de determinadas crisis naturales. Sin embargo, si ese padre o esa madre reconocen que no tienen estrategias para tratar ese proceso natural del paso de la infancia a la adolescencia ha llegado el momento de pedir ayuda”, sostiene la psicóloga.
El otro indicador que hace necesario el apoyo psicológico es el malestar del menor, añade esta experta: “Si en el adolescente predominan el miedo, la rabia y la tristeza sobre otras emociones más agradables hay que solicitar ayuda profesional.
Este tipo de ayuda no sólo se dirige a niños y adolescentes, sino que también atiende la carencia de herramientas y estrategias de los adultos”.
Por su parte, Natalia Pedrajas explica que los profesionales de Psicólog@ s en casa se acercan al mundo infanto-juvenil en su territorio, en su habitación, en su entorno seguro y con sus reglas: “Durante las primeras sesiones establecemos un vínculo, una alianza. Nos mostramos neutrales, no como ejecutores de las normas paternas. Ayudamos al adolescente a identificarse y conocerse a sí mismo, a comunicarse de la mejor manera con los adultos, a enfrentarse a su realidad con nuevas herramientas y capacidades. También hacemos sesiones para los padres. Siempre protegemos la confidencialidad y el mundo interior del adolescente, salvo que esté en situación de peligro. Entonces, sí informamos a los padres”. Nuestro trabajo se basa en la disciplina positiva como técnica educativa, apunta la psicóloga: “La disciplina positiva se basa en el amor, el entendimiento, la empatía y es una apuesta a largo plazo. Entendemos que los refuerzos y los castigos son estrategias cortoplacistas que no apuestan por el ser humano en su totalidad, sólo por la modificación de la conducta”. Sin embargo, la disciplina positiva permite conocer mejor el cerebro del niño y del adolescente, según Pedrajas: “Nos comunicamos con ellos apostando a largo plazo por la integridad y los valores del ser humano en el que se va a convertir”.
Negociación continuada
En muchas ocasiones, los padres tienden a ceder o a negociar con el objetivo de rebajar la tensión del conflicto y buscar la paz familiar. De esta forma, la relación familiar se convierte en lo que desde Amalgama 7definen como “la dictadura de la negociación continuada”.
Además, el director de este centro añade que, a menudo, la violencia de los hijos hacia los padres, puede ser, inconscientemente fomentada por los propios progenitores: “Por ejemplo, hay padres y madres que en nombre del amor tienden a querer proteger de los hijos de cualquier adversidad y optan por no comunicarles sus propios miedos, angustias y sentimientos. Sin embargo, ocultar o disfrazar la realidad a los hijos, por ejemplo, la angustia por la incertidumbre laboral, la tristeza por la pérdida de un ser querido, las dudas a la hora de tomar una decisión relevante… no contribuye a potenciar la maduración psicológica de los hijos, ni a fomentar un estilo educativo basado en la corresponsabilidad. Al contrario, contribuye a potenciar el egocentrismo y a la convicción de los adolescentes de que sólo sus problemas son relevantes. En definitiva, lo que propicia es que el hijo se instale en un mundo ficticio y paralelo a la realidad”.
CUADRO: Cuatro consejos para comunicarse con los jóvenes
Natalia Pedrajas, de Psicólog@ s en casa, da unas pautas básicas que pueden ayudar a la hora de comunicarnos con los adolescentes y afrontar sus comportamientos negativos:
1. Observar lo que sucede en el adolescente sin juzgarle. Describir la situación sin emitir ningún tipo de juicio en la primera conversación. Si emitimos una valoración antes de tiempo, perdemos la empatía con el adolescente. Él reclama que el mundo adulto le trate como a un adulto, aunque vive de manera desagradable el proceso de dejar de ser un niño para convertirse en un adulto.
2. Identifiquemos y expresemos nuestros sentimientos según lo que nos está contando y lo que no nos está contando. Digamos cómo nos sentimos y hablemos de nosotros mismos. Así, ejercemos de modelo para que el adolescente hable de sus propios sentimientos, sin culparle de lo que sentimos.
3. Descubrirle la necesidad o deseo detrás de nuestro sentimiento. Una vez que le decimos: “me siento preocupada”, le proponemos la necesidad: “necesito que hables conmigo (o hagas esto o aquello) para calmar mi sentimiento.
4. Formularle un pedido positivo y factible, ya que sus comportamientos negativos sólo pueden cambiar poco a poco, no de golpe.