Cómo acabar con el insomnio
Los trastornos del sueño son considerados uno de los problemas infantiles más frecuentes. Un estudio consigue reeducar los hábitos de sueño de una niña de cuatro años mediante técnicas conductuales.
Por Ana Veiga
Buenas noches. La habitación se queda silencio, la oscuridad se abre paso y mientras nos alejamos del cuarto, escuchamos un lejano lloriqueo: ‘papá/mamá, no te vayas, no tengo sueño’. Hay niños para los que la hora de dormir no es un momento de relajación sino todo lo contrario. De hecho, los trastornos del sueño son considerados uno de los problemas infantiles más frecuentes, especialmente desde los seis meses hasta los cinco años de edad.
Los trastornos del sueño, de inicio o mantenimiento, son fenómenos habituales entre el 25% y el 50% de la población infantil, según publican Challamel y Franco (2011). Las formas más representativas son la dificultad para iniciar el sueño y los continuos despertares nocturnos sin la presencia de los cuidadores, que suelen oscilar de 5 a 15 veces por noche. Esta situación, según Estivill (2002), afecta al 30% de los niños que carecen de hábitos ordenados del sueño.
No hace falta decir que dormir es una función fisiológica indispensable a lo largo de la vida, pero quizá sí incidir en que es especialmente esencial en la infancia, cuando establecemos los hábitos que marcarán nuestra etapa adulta. Por eso, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales ha pasado los problemas de sueño a la categoría de trastorno, ya que pueden surgir problemas derivados como la somnolencia diurna, que conlleva problemas conductuales como rabietas y enfados y/o emocionales como ansiedad o depresión.
Mayte no puede dormir
En el estudio Reeducación de los hábitos de sueño de una niña mediante técnicas conductuales de la Universidad Miguel Hernández, la investigadora Gala Márquez-Pérez muestra el caso de Mayte (nombre ficticio), una niña de cuatro años con problemas de insomnio de inicio y el empeoramiento de estos por una carencia de hábitos adecuados. Así que al empezar el estudio, se hizo una exhaustiva entrevista al padre y la madre para conocer a fondo los pormenores de cada desvelo.
Tras finalizar la entrevista, se entregó un registro de observación a los padres donde debían recoger datos sobre la conducta problema en su ambiente natural. El registro observacional recabó información sobre la hora a la que se acuesta y a la que se levanta, las siestas diurnas y las interrupciones del sueño a medianoche – incluyendo las horas y los comportamientos de la niña y los padres-.
Los registros se mantuvieron durante todo el proceso de intervención con el objetivo de tener constancia de los avances. Y ya en la segunda sesión, se evaluaron las actitudes y valores de los padres para tener también en cuenta el estilo educativo. Por último, se administró a los padres la Escala de Trastornos del Sueño para Niños (Bruni et al., 1996) para obtener información sobre la existencia -o no- de problemas fisiológicos del sueño.
Tras analizar el Cuestionario de Perfil de Estilos Educativos, vieron que el de la madre correspondía con un estilo educativo punitivo y el padre con un estilo inhibicionista; ambos estilos educativos se relacionan con retrasos en el aprendizaje de habilidades de autocuidado personal y autonomía. Como consecuencia, la niña presentaba un retraso en el aprendizaje de habilidades sociales y dependencia hacia sus cuidadores. Los datos recabados indicaban también que la carencia de rutinas y administración de hábitos adecuados a la hora de dormir.
Tras el estudio, se marcaron posibles soluciones y metas a conseguir. Como objetivo principal del tratamiento, se planteó la adquisición del hábito de dormir sin la presencia de los cuidadores a través de una jerarquía gradual de pautas para la modificación de las habilidades parentales. Y como objetivos secundarios, querían mejorar los hábitos e higiene del sueño y la reducción de los despertares nocturnos.
“Los padres actuaron como coterapeutas en la intervención con un tratamiento continuado, para lo que se diseñó un programa de entrenamiento a padres en la reeducación de los hábitos del sueño, pautas de control de estímulos y técnicas operantes”, explican en el estudio. Y se reestructuraron las rutinas y las actividades que se realizaban en casa antes de irse a dormir: 1º) Bañar a Mayte, 2º) Ponerle el pijama, 3º) Darle la cena, 4º) Lavarse los dientes, 5º) Leer un cuento, 6º) Darle el muñeco que indique la hora de ir a dormir y 7º) Beso de despedida para dormir.
¿El resultado? La administración de hábitos previos para dormir se consolidó a la semana y media y los padres redujeron su ansiedad. Mayte adquirió hábitos adecuados del sueño y se comprobó la eficacia del tratamiento con la aplicación de la jerarquía, es decir, la aplicación progresiva a las nuevas pautas.
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Cuánto duermen los niños
Recién nacido. 16 horas diarias es el tiempo diario estimado de sueño, dividido en de seis a ocho episodios de cuatro horas cada uno. El recién nacido no respeta la noche, despertándose una o varias veces a lo largo de la misma.
- De uno a seis meses. La duración de los despertares nocturnos va disminuyendo y empieza a dormir de manera continua prácticamente durante toda la noche. Pero en un tercio de los niños en edad preescolar persisten estos despertares nocturnos como consecuencia de una consolidación inadecuada del período de sueño nocturno.
- De 2 a 4 años. Duermen por la noche unas 10 horas. A esto le sumamos dos siestas habituales que van disminuyendo a partir de los tres años de edad – y suele desaparecer antes de los seis años-.
- De 5 a 10 años. El sueño alcanza un grado de madurez similar al de los adultos aunque existen diferencias en la cantidad: el número de horas de sueño suele ser 2,5 veces superior al adulto, aunque la proporción de sueño REM es similar.
- De 7 años hasta antes de la etapa de la adolescencia. No es habitual que el niño necesite dormir la siesta. Si ocurre, lo más probable es que por la noche duerma menos de lo que necesita o que padezca de algún problema durante el descanso nocturno.
- A partir de la adolescencia. Existe polémica sobre esta etapa vital ya que, por un lado, se cree que el número de horas de sueño disminuye hasta un promedio de 7 a 8 horas. Sin embargo, eso podría no ser suficiente porque se produce un incremento de la somnolencia diurna, lo que ha llevado a pensar que las necesidades totales de sueño no disminuyen sino que aumentan durante la adolescencia.
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Causas del insomnio
Los niños tienen neuronas cerebrales con capacidad de ejercer como “reloj biológico” incluso desde antes de nacer. El control del sueño y de la vigilia está determinado por este reloj biológico, que permite que el niño duerma a ciertas horas y esté despierto a otras. Sin embargo, como explican en el Instituto del Sueño, el funcionamiento de este reloj biológico también se ve influido por muchos factores.
Entre el 25% y el 50% de los niños en edad preescolar y hasta un 15% de niños en edad escolar presentan resistencias a la hora de acostarse, inicio del sueño retrasado o despertares nocturnos perturbadores, según indican los investigadores Daniel y Glaze (2004).
En el insomnio influyen desde factores externos (alimentación, temperatura, ruidos, etc.), pasando por factores orgánicos (infecciones, virus, disfunciones, etc.) y psicopatológicos (depresión y ansiedad) hasta factores madurativos, como explica Francisco Segarra en Tratamiento conductual del insomnio infantil. Asimismo, se debe valorar si hay hábitos inadecuados del sueño y el deficiente manejo ambiental para dormir como un factor propio o agravante del insomnio; o lo que es lo mismo, si la habitación le resulta un espacio cómodo y relajante para conciliar el sueño y si el niño ha establecido rutinas que le ayuden a ello.
Pero ¿cuándo debemos sospechar de un problema en el sueño de nuestro hijo? En el Instituto del Sueño insisten en que “no hay un patrón de sueño homogéneo y lo que necesita un niño no tiene porque ser aplicable a otro”. Sin embargo, en términos generales, “podemos pensar en un problema si le cuesta regularmente conciliar el sueño o mantenerlo a lo largo de la noche”.
Debemos tener presente que, en ocasiones, las causas del insomnio infantil pueden ser médicas. Los problemas de salud más comunes relacionados con el insomnio son, por ejemplo, alergias o dolores – otitis o cólicos son muy frecuentes-. Pero hay más, como la enuresis – popularmente conocido como mojar la cama, es decir, micciones involuntarias- que es, posiblemente, el más estresante de los trastornos del sueño para el niño.
Si buscamos causas médicas del insomnio, podemos hablar también de las enfermedades crónicas como dolores de cabeza, asma, diabetes mellitus, reflujo gastroesofágico o crisis epilépticas, que pueden alterar el sueño de quien lo padece.
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Cuando la conducta es el problema
Los estudiosos Challamel y Franco (2011) consideran que entre el 70% y 80% del insomnio infantil tiene un origen conductual relacionado con el comportamiento por el condicionamiento a la hora de dormir o la mala higiene del sueño.
La iniciación del sueño requiere una coordinación de circunstancias biológicas y de conductas aprendidas. Por un lado, la oscuridad y el cansancio del día nos pueden ayudar a dormir y el organismo tiene que estar fisiológicamente preparado para el sueño. Pero por otro lado, las conductas que realizamos en los momentos previos a dormir se acaban convirtiendo en rituales facilitadores del sueño que, cuando faltan, nos dificultan conciliar el sueño. De hecho, con frecuencia el problema del insomnio infantil no se debe a despertarse por la noche, sino a no poder volver a dormirse, debido a que los estímulos que asocian al inicio de sueño no están presentes a mitad de la noche cuando se despiertan (papá o mamá, luz, cuento…).
Pero aunque son los padres y madres quienes pueden ayudar a sus hijos a generar pequeñas pautas que les ayuden a dormir, habitualmente son quienes refuerzan las conductas inadecuadas, ya sea por carencia de normas y pautas o por la incongruencia entre las conductas y acciones de ambos padres. Las estrategias de los padres suelen ir desde la televisión, cuentos y canciones hasta los regaños o amenazas, “lo que revela la necesidad de instruir a los cuidadores de los menores sobre la importancia de la higiene del sueño basándose en una estrategia tranquilizadora y relajante en el ambiente familiar”, explican en el Instituto del Sueño. Por eso, es fundamental como padres y madres ayudarles a crear sus propias rutinas.
El estrés puede ser otra causa del insomnio. Puede generarse por los horarios irregulares, problemas familiares, miedos infantiles o ansiedad de separación. Los niños necesitan de la rutina para desarrollarse y sentirse seguros. Cuando la seguridad se encuentra amenazada, los niños reaccionan mostrando su ansiedad a través del llanto, cambios de conducta y resistencia a dormirse por la noche. Por eso a veces, el problema puede provenir de la existencia de horarios familiares excesivamente irregulares. Sea cual sea el caso, la respuesta de los padres tiene que ser siempre de apoyo y, si es necesario, solicitar la ayuda de especialistas.
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