Cómo los miedos afectan a la crianza y la educación de los niños
Por Adrián Cordellat
“Pasan 18.000 niños cada año por nuestra escuela, niños de escuelas públicas y privadas, de pueblo y de ciudad, de primaria hasta la ESO, y te aseguro que en los más de 30 años que llevo trabajando aquí nunca he visto a tantos niños con tantos miedos, con tanta falta de autoestima, con tanta falta de confianza y con tanta inseguridad. Pero la verdad es que tampoco he visto nunca a tantos padres con tantos miedos”.
Las palabras son de Cristina Gutiérrez Lestón, codirectora de La Granja Escuela de Santa María de Palautordera (Barcelona), dedicada a la educación en la naturaleza y la educación emocional, y autora de Entrénalo para la vida (Plataforma Editorial). “Nuestros niños son ahora más inseguros, están sobreprotegidos y tienen muchos más miedos”, puede leerse en la introducción del libro. ¿Por qué?
Para Myriam Fernández Nevado, socióloga y cofundadora del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA), se trata de una evolución histórica en la forma de concebir la maternidad y la paternidad que arrancó con el baby boom de los años ’60.
“A diferencia de la generación de los abuelos y bisabuelos de hoy en día, que fue mucho más libre y más independiente porque los padres estaban reconstruyendo un país y trabajaban mucho más tiempo, la generación del baby boom de los años ’60 ya fue criada con muchos más cuidados, con más ayudas a la familia, con una mejor educación que mejoró las condiciones laborales y económicas de la generación posterior. Y ahí empezó la protección, que se ha ido desarrollando cada vez más, hasta el punto de que las nuevas generaciones están alcanzando unos niveles de sobreprotección que influyen mucho en la crianza y que limitan mucho las condiciones de los niños”, reflexiona la socióloga.
A este factor, Heike Freire, psicóloga, pedagoga y autora del libro Educar en verde: ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza (Editorial Grao), añade otros que se interrelacionan entre sí. Por un lado, las bajas tasas de natalidad, que han convertido a los niños en un bien preciado “al que tenemos más tiempo para dedicar”. Por otro, las ciudades, que en su opinión se han vuelto “mucho más hostiles” para la infancia, lo que provoca que los niños tengan menos espacios para jugar “sin amenazas y peligros”. Por último, la experta señala a la cultura latina, “mucho más proteccionista” que la de otros países nórdicos, y al auge de una industria de la seguridad infantil que en su opinión predica un concepto de seguridad “mal entendido”.
«Las nuevas generaciones están alcanzando unos niveles de sobreprotección que influyen mucho en la crianza y que limitan mucho las condiciones de los niños»
“Todos estos factores hacen que estemos en una época en la que las preocupaciones por la seguridad de los niños han llegado al paroxismo, provocando en ocasiones incluso situaciones ridículas y que más allá de la gracia que puedan hacernos, generan muchos problemas a nivel del desarrollo de las capacidades de los niños, tanto físicas como psíquicas. Y eso sí es grave”, sostiene.
Consecuencias para la infancia
“La sobreprotección es para mí una de las razones principales del auge de los miedos infantiles. Al educar con miedo, los padres provocamos miedos a nuestros hijos. Al final, cada vez que educamos con miedo estamos trasladando a nuestros hijos el mensaje de que el mundo es peligroso”, reflexiona Cristina Gutiérrez Lestón.
Para la educadora, estos miedos maternos y paternos se traducen inevitablemente en los hijos en baja autoestima, inseguridad y desconfianza hacia sí mismos y hacia los demás. “Pasan miles de niños cada año por aquí y el 100% de los que cuando llegaron aquí eran niños sobreprotegidos, sin excepción, han acabado con baja autoestima al llegar a la ESO”, apunta.
Heike Freire, por su parte, habla de consecuencias tanto a nivel de desarrollo como de aprendizaje para los menores. “La sobreprotección afecta a nivel de desarrollo motor, que es fundamental para la infancia, a nivel del desarrollo verbal, porque la falta de interacción con otros niños hace que no desarrollen correctamente sus capacidades sociales, y a nivel intelectual también, porque moverse libremente por los espacios desarrolla la inteligencia espacial y eso está muy relacionado con las matemáticas, con el lenguaje y con otras muchas áreas”, explica.
«Las preocupaciones por la seguridad de los niños han llegado al paroxismo, provocando en ocasiones incluso situaciones ridículas y que más allá de la gracia que puedan hacernos, generan muchos problemas a nivel del desarrollo de las capacidades de los niños, tanto físicas como psíquicas»
No obstante, para la pedagoga, uno de los principales efectos de esta crianza sobreprotectora por los miedos de los padres se observa en las capacidades psíquicas de los niños: “Sentir que uno no puede valerse por sí mismo es súper necesario a cualquier edad y esa capacidad se empieza a fraguar cuando uno es muy pequeño y se va construyendo desde entonces muy poco a poco”.
También, señala Freire, existen consecuencias más graves a nivel psíquico, como que los niños interioricen que no son capaces de protegerme a sí mismos, lo que, apunta, genera una especie de ansiedad que “puede incluso afectar a nivel de desarrollo de la propia identidad”.
En ese mismo sentido se pronuncia Gutiérrez Lestón, que añade que estamos criando “niños débiles, inseguros y desconfiados, niños a los que se van a comer cuando salgan al mundo, niños que van a estar con ansiolíticos toda su vida”. Al respecto, la experta señala que algunos estudios muestran ya que muchos universitarios españoles toman antidepresivos y ansiolíticos en primero de carrera universitaria: “Son niños a los que les han cortado las alas desde que han nacido, con tolerancia cero a la frustración, de forma que a la que sopla un poco de viento en contra se quedan paralizados y siempre necesitan de alguien que los levante”.
Consecuencias para los padres
Las consecuencias de esta crianza bajo los efectos del miedo no repercuten solo en los niños, sino que también tienen su efecto en los padres. Apunta Cristina Gutiérrez Lestón que entre los padres que llevan a sus hijos a la granja escuela ya tiene a muchos que han sido educados bajo este paradigma del miedo y que se sienten muy desprotegidos ante la vida, susceptibles ante cualquier comentario u apreciación. “El miedo te hace siempre hacer la peor interpretación posible. Y eso los convierte en padres helicóptero o padres drones, padres que lo controlan todo, que echan siempre la culpa a los demás porque siempre protegen a sus hijos, que se convierten en joyas que nadie puede dañar”, argumenta.
Para Lestón experimentar así la maternidad y la paternidad “es un sinvivir” porque te paraliza: “Un padre que educa con miedo es un padre paralizado, siempre en estado de alerta…y ahí es muy difícil utilizar el cerebro racional, el sentido común. Cuando eso sucede es el miedo el que educa a tu hijo, no tú”.
«Al educar con miedo, los padres provocamos miedos a nuestros hijos. Al final, cada vez que educamos con miedo estamos trasladando a nuestros hijos el mensaje de que el mundo es peligroso»
Heike Freire, por su parte, explica que el miedo hace a los padres estar tan volcados en sus hijos “que ni siquiera viven sus propias vidas”, lo que se traduce en una experiencia “angustiosa, con una responsabilidad enorme” y que lleva a los padres a convertirse en “apéndices” de sus hijos. “De alguna manera, al estar tan pendientes de protegerles estamos descuidando algo muy importante, nuestra relación con ellos de tú a tú, de persona a persona, no de cuidador a protegido. La relación de escucha, de cariño, de atención. Todas esas cosas que se pierden cuanto te conviertes en un apéndice que solo se preocupa de que no se manchen, de que no se caigan o de que no les peguen”.
Myriam Fernández Nevado, por último, señala, en defensa de los progenitores, que el ejercicio de la maternidad y la paternidad es “muy complicado” en la sociedad en que vivimos, donde recuerda, tenemos que cumplir objetivos laborales, familiares y sociales y ser el mejor en todos ellos. “Eso crea una serie de incertidumbres y debilidades y casualmente la sociedad de hoy en día no ayuda a crear fortalezas. Vivimos en un mundo muy individualizado y los niños quedan relegados a esa individualización. Y ahí es donde los miedos y las frustraciones personales abundan todavía más en la crianza de niños y niñas”, argumenta.
Consejos para educar sin miedos
Para Heike Freire conseguir educar sin miedos conlleva un doble trabajo. Por un lado, uno individual, que anima a hacer a padres y profesores, para tomar conciencia de sus miedos, aunque les cueste, y trabajarlos para reducirlos y que afecten lo menos posible en la crianza y la educación. “Es un proceso de trabajo personal que es muy gratificante porque sirve de autoconocimiento y mejora la relación con los hijos”, sostiene.
Por otro, un trabajo más colectivo, en el que entran en liza las escuelas, a las que Freire anima a reivindicar la educación en riesgo. “Me gustan las escuelas que educan a niños y niñas para que el día de mañana sean personas plenas, capaces, con autoestima alta, con una identidad muy fuerte”, afirma antes de añadir que para ello es necesario acabar con la “mojigatería social” actual. “Quiero un movimiento de coles que eduquen en el riesgo, que no tengan empacho en mostrar a niños con cortes o con chichones…en mostrar esas imágenes y decir que sus niños tienen accidentes a veces, pero que a través de ellos aprenden y disfrutan. Para aprender a construir activamente su seguridad, los niños han de aprender a valorar los riesgos. Y alguna vez tendrán un accidente, pero para la próxima, si se le acompaña bien, sabrán protegerse a sí mismos, y eso redundará en mayor autoestima, en mayor autoconfianza, y en mayor sentido de la identidad y de la capacidad de dirigir sus vidas”, reflexiona.
«Un padre que educa con miedo es un padre paralizado, siempre en estado de alerta…y ahí es muy difícil utilizar el cerebro racional, el sentido común. Cuando eso sucede es el miedo el que educa a tu hijo, no tú»
De la misma opinión es Cristina Gutiérrez Lestón, que añade que “o enseñamos a los niños los peligros del mundo o ellos no van a saber qué es peligroso y qué no realmente”. En ese sentido, la experta recuerda que “sobreproteger es desproteger a los hijos para la vida”. Por ello, anima a los padres a hacerse una pregunta: ¿Quién quieres que eduque a tus hijos: tu miedo o tú?
“Al final hay dos tipos de padres: los que preparan el camino para sus hijos y los que preparan a su hijo para el camino. Sea como sea éste. Para disfrutar cuando está plano, para ser valientes cuando hay una pendiente fuerte y para tener paciencia cuando el camino se pone difícil y hay que sudar”, concluye.
Y tú, ¿qué tipo de padre quieres ser?