“Con la crisis, la familia se ha revalorizado”
Los tiempos que corren no son sencillos, desde luego. Nos hablan de crisis, luego de brotes verdes, del parqué, de la bolsa y de miles de cifras inconexas. Sabemos que hay más de 4 millones de parados y que la estadística…
Los tiempos que corren no son sencillos, desde luego. Nos hablan de crisis, luego de brotes verdes, del parqué, de la bolsa y de miles de cifras inconexas. Sabemos que hay más de 4 millones de parados y que la estadística, esa ciencia que dice que si somos dos y yo me como dos caramelos, nos hemos comido un caramelo cada uno, dice que el asunto no cesará hasta el año que viene, por lo menos. El año que viene, probablemente, volveremos a escuchar lo mismo: ¿Cuándo comeremos pan de hoy, mamá? Mañana, hijo, mañana.
Pero se nos olvida que, a pesar de esos 4 millones de parados, a pesar de que el subsidio de desempleo se acaba para muchos y que los que trabajan tienen que dar las gracias a diario por sufrir ese derecho, siempre hay alguien en peor situación: una patera con magrebíes cruzando el Atlántico por el Estrecho, una familia rumana que espera su turno en un piso de camas calientes, un subsahariano detenido mientras caen de su manta copias baratas del último CD de un artista afincado en Miami… O incluso un albañil al que quitan el piso mientras busca trabajo de lo que sea y no tiene dónde llevar a comer a sus hijos. Todos hemos oído historias de este tipo, aunque tal vez las hayamos vivido en menor medida que quien hoy nos visita, un testigo de excepción de, como dice Murakami, el pájaro que da cuerda al mundo.
Rafael del Río nos puede hablar de la situación, porque ha visto los toros desde los dos lados: siendo director general de la Policía y ahora como presidente de Cáritas de España. Primero, tratando de comprender la situación de aquellos que cometían un delito y después ayudando a los más desfavorecidos a través de una ONG con cerca de 70.000 voluntarios y un marcado carácter apostólico.
Estos días de crisis en los que vivir se ha convertido en un arte, Rafael del Río supone un brote verde de los de verdad en un mundo en el que ya no hay que hablar de caridad, sino de justicia:
“Hay gente que necesita, hay gente que lo está pasando mal y nuestra obligación es prestarles ayuda. La nomenclatura es lo de menos”.
P. ¿Cómo ve esto de la crisis el presidente de Cáritas?
R. Con preocupación. Mucha, porque el problema es que nosotros tenemos las posibilidades que tenemos para llegar hasta donde podemos, pero te sientes realmente mal cuando ves que no es suficiente. Te ves incapaz.
P. Da la sensación de que la palabra caridad ha perdido respeto social. Ahora se habla de solidaridad…
R. Depende de la interpretación. La palabra caridad es una palabra latina que significa amor, lo cual no da lugar a demasiados malos entendidos. Si a alguien le sienta mal que predomine el amor sobre los que más lo necesiten, mal vamos.
P. ¿Los pobres del siglo XXI tienen un perfil diferente?
R. Lógicamente. El desempleo está creando estragos. La gente que había conseguido salir de un determinado nivel de pobreza ha vuelto a él al quedarse sin trabajo.
P. Don Rafael, ¿su preocupación por los más necesitados le viene de lejos?
R. Viene desde hace muchos años. Yo he convivido con la pobreza desde mis tiempos en la Policía, porque muchas veces las sociedades obligan a delinquir a los que menos tienen. La pobreza y la delincuencia conviven, sin duda.
P. Ese tipo de inquietudes, ¿surgen de la humanidad, de la vocación, del día a día?
R. Supongo que un poco de cada sitio. Me sentía realmente mal viendo a hijos de delincuentes desarraigados, a hijos de padres toxicómanos que quedaban a medio camino. Antes trataba de paliarlo desde una orilla y ahora intento hacerlo desde la otra.
P. El fin de la pobreza, ¿es una utopía o es un sueño realizable?
R. A mí gustaría que fuera un sueño realizable, pero evidentemente es una utopía, y más en este momento.
P. Dice Cáritas que una sociedad con valores es una sociedad con futuro… ¿Inocencia a estas alturas?
R. Es verdad que la crisis no es económica, es más profunda. Pero creo que estamos en una sociedad de enormes valores, no hay que engañarse.
P. Imagino que no sólo a nivel económico.
R. A todos los niveles. Ahora que hay incluso una cierta agresividad por las dificultades, aflora la buena voluntad de la gente, se nota más. La gente quiere ayudar.
P. Imagino que la familia estará siendo uno de los asideros principales en estos tiempos complicados.
R. La familia es sin duda el motor de esta sociedad. En estos momentos se está produciendo un fenómeno curioso: la familia es el elemento dinamizador de inclusión social más importante.
P. ¿Por qué había perdido ese lugar que siempre tuvo?
R. Cuando hay bonanza, la familia tiende a disgregarse en cierta manera, porque los hijos tienen alguna autonomía económica. En estos momentos de crisis la familia se ha revalorizado, se está reagrupando el núcleo. Quizá es por intereses, pero es la realidad.
Rafael del Río es un interlocutor que no sale por la tangente. Como buen palentino, hombre pegado a la tierra y a su condición, es capaz de pasar de lo local a lo global, de lo concreto a lo abstracto.
P. Decía Gabriel Gª Márquez que el día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo.
R. Cada parte del mundo tiene una serie de preocupaciones, pero no hay que engañarse: hay lugares que no conocen esta crisis porque llevan con crisis siglos.
P. Los problemas van muchas veces más allá de poder pagar la hipoteca a fin de mes, o la letra del coche… Hay a quien le falta agua para beber…
R. Es cierto. Nosotros llevamos, por ejemplo, en Haití más de 15 años y conocemos bien las necesidades de ese país que no es que esté en reconstrucción: es que nunca llegó a construirse.
P. ¿De qué depende lograr un mundo más justo?
R. Lograr un mundo sin hambre depende de aunar voluntades del mundo político, del mundo económico y de la sociedad civil. Pero es difícil, claro…
P. ¿Qué personas son la que más sufren, Rafael?
R. A día de doy, quienes más sufren son las personas sin hogar, los inmigrantes en situación administrativa irregular y los desempleados de larga duración.
P. Supongo que queda la esperanza, Rafael.
R. Y el amor. No nos olvidemos del amor…
Decía Séneca que gran parte de la bondad reside en querer ser bueno. No haremos aquí una disertación sobre lo que es la bonhomía, pero hay algo que resaltar: no hay que confundir al manso con el bueno. Es más fácil hacer llorar a un hombre de dolor que de alegría. Y hoy, sin duda, hemos estado con alguien que lo sabe.