Dibujos animados
Los Simpson, South Park, Shin Chan… Muy diferentes entre sí, estas series de dibujos animados comparten una característica común: sus contenidos no están dirigidos a un público infantil. Adultos que roban tiempo catódico a los niños, en este caso usurpando su formato predilecto.
Autor: RODRIGO SANTOMINGO
Sarcasmo con un alto grado de acidez. Varios niveles de realidad fundidos en una (aparentemente) simple trama que apenas dura 25 minutos. Todos tipo de ironías, dobles sentidos, bromas sofisticadas y mensajes sutiles.
El dibujo animado –antaño territorio casi exclusivo del público infantil– busca audiencia entre los adultos con una voracidad inédita en su relativamente corta vida.
Con más de una década de emisión ininterrumpida en España, Los Simpson son el paradigma de un fenómeno de apropiación indebida que también ejemplifica la vulgar South Park o las desventuras del dulcemente odioso Shin Chan.
Los dibujos para adultos no son más perniciosos que muchos contenidos programados en horario de máxima protección para la infancia (pensad en telenovelas, el Tomate o los morbosos realities que pueblan la parrilla a diario). Su peligro radica en que, queriendo o no, tienden una trampa a tantos padres que aún identifican ficción ilustrada con apto para menores.
Como los videojuegos
“Pasa igual que con los videojuegos”, apunta desde la asociación Protégeles.com su director de proyectos, José Luis Zatarain. “Por su forma de presentación, parece que el videojuego y el dibujo animado son algo por definición destinado al uso de los niños. Yo haría una llamada de atención a los padres. Primero para que vigilen lo que ven sus hijos. Y también sugerimos que se animen a denunciar los incumplimientos del código de autorregulación a las asociaciones de protección del menor, que se quejen formalmente, que protesten”.
Dicho código, firmado por las grandes cadenas en diciembre de 2004, no es en realidad más que un mero lavado de cara que muestra el camino a seguir pero nunca de forma vinculante. Papel mojado que todos rubrican y nadie cumple.
Indica, por ejemplo, que de 6 de la mañana a 10 de la noche (y en especial de 5 a 8 de la tarde en laborables, de 9 a 12 de la mañana en fines de semana), las televisiones deben “evitar la utilización instrumental de los conflictos personales o familiares como espectáculo, creando desconcierto en los menores”. Toda una utopía, a la vista de los contenidos que en esas horas alimentan a nuestra degradada caja tonta.
“Cuando el padre de Shin Chan discute con la madre, lo primero que hace es meterse en su habitación a beber cerveza”, señala como botón de muestra Victoria Tur, profesora de la Universidad de Alicante y investigadora principal de un proyecto financiado por el Ministerio de Educación para catalogar la programación que se emite en horario supuestamente infantil.
Tur advierte: “los padres confían demasiado en que las televisiones programan de forma responsable. La autorregulación es necesaria pero no suficiente”.
TRAMOS DE EDAD
Según la profesora Victoria Tur, a la hora de hablar de contenidos para menores suele caerse en el error de concebir “la infancia como cajón de sastre, cuando lo cierto es que las diferencias psicocognitivas son enormes dependiendo de la edad”. Es por ello que uno de los principales objetivos del proyecto emprendido por su universidad en colaboración con las de Navarra, Sevilla y Carlos III (Madrid) es acotar la pertinencia de los programas según tres tramos de edad hasta los 12 años.
0 a 6 años
Capacidades cognitivas limitadas. Es necesario que las tramas sean lo más sencillo posible.
7 a 9 años
Los niños ya son capaces de discernir entre realidad y ficción, por lo que es posible aumentar el nivel de complejidad.
9 a 12 años
Hablamos de un visionado desde una perspectiva que ya cuenta con una cierta madurez.
Otro frente de batalla trata de conseguir que las televisiones añadan más información sobre el tipo de imágenes que se contemplan (violentas, sexuales, con lenguaje soez), tal y como ya ocurre con los videojuegos.