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El fracaso del "buenismo"

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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El descalabro del famoso internado británico Summerhill, donde los alumnos no tenían que examinarse ni asistir a clase obligatoriamente, deja al descubierto las peligrosas lagunas del «permisivismo» pedagógico.

Autor: JOSÉ ANTONIO MÉNDEZ

No es necesario asistir a clase ni examinarse para pasar de curso. El profesor no tiene autoridad sobre el alumno, sino que ambos son iguales en derechos y en deberes. Nadie puede decir a un estudiante lo que debe de hacer, ni cómo comportarse en la escuela, ni qué materias debe o no estudiar. Las normas del centro y los problemas de convivencia se resuelven en una asamblea semanal donde todos, alumnos, profesores y personal no docente, tienen la misma capacidad de decisión y veto… Y todo, para evitar los elementos de presión y coerción que alienan a los niños y les oprimen su libertad y su espíritu creativo.

No, éstas no son las premisas de una escuela utópica, ni los mandamientos que podrían haber escrito sobre una pared los cerdos de Rebelión en la granja, de George Orwell, en una versión alternativa de la novela. Se trata de los criterios reales con los que se rige, desde 1921, el internado británico Summerhill. Un centro docente que se ha erigido durante décadas en estandarte del “buenismo” y del permisivismo pedagógico, y que ahora ve seriamente amenazada su existencia por el bajo rendimiento de sus alumnos.

PROBLEMAS DE ADAPTACIÓN
A pesar de que su actual directora, Zoe Neill Readhead –hija del fundador–, afirma que “enviar a Summerhill a los inspectores ministeriales es como encargar a los ateos que inspeccionen una iglesia”, un informe elaborado por el Ministerio de Educación de Gran Bretaña ha alertado de la escasa preparación con la que salen de sus aulas los estudiantes.

Mercedes Ruiz Paz, profesora, investigadora y autora de Los límites de la educación (Unison), asegura que el principal problema del sistema Summerhill reside en que “por querer hacer libres a los alumnos, se les deja desatendidos y sin orientación. En sus aulas no se sigue un plan de estudios, ni hay un itinerario de cursos normal. Los niños pueden entrar en clase o no, pueden estudiar o dedicarse a cualquier actividad de ocio… Eso crea en ellos unos terribles problemas de disciplina y voluntad, que les ocasionan dificultades en el mundo adulto para adaptarse al ritmo, la exigencia y los horarios de la Universidad, de la Formación Profesional, del trabajo. Quienes piensan así creen que la semilla de un chaval crece sola, pero no, necesita de la tierra y del agua, o sea, de la dirección de un adulto y de la enseñanza y la disciplina…”

NUEVA ESCUELA
Y Ruiz Paz no exagera ni un ápice en su análisis. Según indicaba Alexander Neill, fundador del internado, en un libro que lleva el mismo nombre que su escuela, “no tenemos nuevos sistemas de enseñanza, porque no consideramos que la enseñanza sea muy importante en sí misma. Que la escuela tenga o no un método específico para enseñar a dividir por muchas cifras no tiene ninguna importancia, porque esta operación sólo tiene interés para aquéllos que la quieren aprender”.

Más de 80 años después, las tesis buenistas de Neill hacen aguas en Gran Bretaña, y sus alumnos prefieren matricularse en centros donde la disciplina sea un valor añadido. En España, sin embargo, parecemos “seguir deslumbrados con lo que muchos llaman ‘nueva escuela’, aunque haya resultado un fiasco”, sentencia Ruiz Paz.

ALARMANTEMENTE SIMILAR AL SISTEMA ESPAÑOL
Si el lector ha estado atento a otros números de PADRES Y COLEGIOS, habrá descubierto que los postulados de Summerhill constituyen el paradigma de no pocos pedagogos españoles: las opiniones de estudiantes y profesores son iguales, desaparece el cero de las notas, un alumno tiene 52 derechos por apenas 10 deberes…

Mercedes Ruiz Paz afirma que “desde los 70 nuestra legislación es de un ‘buenismo’ impresionante; pero sobre todo desde los 80, cuando a la experiencia de Neill se le llamó aquí ‘escuela nueva’, por más que llevase 60 años en marcha. El permisivismo implica que el niño es tan libre que no necesita del adulto. Supone que un niño es bueno por naturaleza y que el adulto es una mala influencia para él. Y eso es muy peligroso porque implica que la sociedad es el lugar donde se pervierte al niño, en lugar de ser el lugar donde ha de desarrollarse como persona de bien”.

Y advierte de que “el gran problema es que nuestras leyes actuales están inspiradas en este ‘buenismo’ que ya ha fracasado en Europa. Produce malos resultados, perjudica a los alumnos –sobre todo a las familias de clases más bajas– y, si seguimos sus recetas, podemos hacer de nuestra enseñanza pública un inmenso Summerhill caótico”.

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