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El mundo autoconstruido de los adolescentes (y II)

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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La formación de un orden semiespontáneo sui generis de los adolescentes no se da sólo en la escuela o en los barrios, sino también en sus lugares habituales de ocio. Me refiero, entre otros, a las discotecas, pero también a un fenómeno como el denominado «botellón».

Autor: JUAN CARLOS RODRÍGUEZ

EN FAMILIA
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ. SOCIÓLOGO. INVESTIGADOR DE ANALISTAS SOCIO-POLÍTICOS (ASP)

La formación de un orden semiespontáneo sui generis de los adolescentes no se da sólo en la escuela o en los barrios, sino también en sus lugares habituales de ocio. Me refiero, entre otros, a las discotecas, pero también a un fenómeno como el denominado «botellón». El marco material de esos lugares, así como el cultural (las variedades de música pop, por ejemplo), sí es construido por los adultos, pero sólo hasta cierto punto. El «botellón», auténtica invención de la adolescencia y la juventud españolas de la última década, toma elementos materiales (bebidas, espacios públicos) ya existentes, pero los combina de manera muy diferente a la prevista (consumo en espacios de ocio «cerrados», gestionados por empresarios privados). A su vez, como en todo mercado, claro, los adultos les ofrecen una gran variedad de estilos musicales, cantantes y grupos, pero no todos tienen el mismo éxito, y éste no depende necesariamente de la cantidad de recursos invertidos por los adultos.
Es decir, que los mundos del ocio de los adolescentes están construidos a medias por ellos mismos y por los adultos. Lo que ocurre es que estos adultos están bastante lejos de los adolescentes. No son ni sus padres, que, como poco, tienen un fortísimo interés genético en su progenie, ni sus maestros, que pueden, por vocación o profesión, querer y procurar que se desarrolle en esos chicos todo su potencial de conocimiento y madurez personal. No son ni siquiera sus vecinos. Son, digamos, empresarios acostumbrados a operar en mercados impersonales, tanto de adultos como de adolescentes. Son propietarios de discobares, de boleras, de discotecas para adolescentes –casi niños–, de cines, productoras de cine, de música, cantantes, fabricantes y distribuidores de bebidas, de drogas varias, de vestidos, de gadgets tecnológicos, etc. Evidentemente, les va algo en el bienestar de los adolescentes, pues quieren que sigan adquiriendo sus bienes o servicios, pero aceptando las bondades de los mercados. Estaríamos aquí ante un mercado un tanto particular, poco habitual: uno en el que al consumidor no le resulta tan fácil «disciplinar» al productor, como sí suele ocurrir en los mercados en general.
¿Por qué? Porque esos consumidores (los adolescentes) son, casi por definición, consumidores poco responsables. No asumen el coste monetario de sus compras, pues no tienen ingresos propios. Lo asumen sus padres, protagonistas muy secundarios de las decisiones de consumo de aquéllos. Además, en esos mercados las consecuencias a corto plazo para el individuo son fácilmente visibles (diversión, placer, satisfacción del sentimiento de pertenencia a grupos), pero no tanto las de medio o largo plazo (los problemas del alcohol o de las drogas; las posibles consecuencias de un exceso de diversión en el rendimiento escolar y, por tanto, en el futuro profesional).
En la previsión de éstas podría ayudar la experiencia de adultos que han transitado el mismo camino, o uno parecido, pero esa experiencia parece contar poco. Por una parte, los adultos auténticamente interesados en los adolescentes (sus padres) no están presentes. Por otra, tal como hemos ido construyendo el mundo separado de la adolescencia, precisamente por ser adultos, se nos escucha poco.

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