El papa Francisco, una vida de cine
Pocas personalidades públicas han alcanzado la popularidad mundial en tan poco tiempo como el papa Francisco.
Lo cual tiene mucho mérito en una sociedad donde con frecuencia triunfan sólo los guapos y los frikis insultantemente jóvenes. Pues no podemos olvidar que estamos hablando de una persona que frisa los 80 años, que atrae a personas de todas las edades, y particularmente a la juventud que busca respuestas a los grandes interrogantes de la vida. Su secreto radica sin duda en su fe inmensa, que atrae por supuesto a los creyentes, pero también en su estilo de vida por encima de las necesidades materiales, en el hecho de que siempre dice lo que piensa, y en su limpia sonrisa, preocupado por todos, de modo especial por esas personas a las que se refiere con frecuencia como “los que viven en las periferias”.
Así las cosas, constituía todo un desafío afrontar un biopic sobre alguien tan mediático, y que era conocido en Buenos Aires como el padre Jorge. El hecho es que esta coproducción hispanoargentina, muy cuidada, supone una aproximación fílmica de hechuras clásicas a Jorge Bergoglio, el papa Francisco. La película está estructurada a través del personaje ficticio de la periodista Ana, que prepara un libro sobre el pontífice. Su investigación sirve para introducir distintos flash-backs sobre el pasado de Jorge –el esquema recuerda a Encontrarás dragones–, desde que siendo joven entra en el seminario, hasta su dedicación sacerdotal como jesuita a los más pobres en la diócesis de Buenos Aires donde es nombrado obispo. Ana conoció a Bergoglio con ocasión del cónclave que eligió a Benedicto XVI, y a partir de ahí se forjó una sólida amistad que incluye consejos sólidos en momentos difíciles en la vida de ella.
Aunque narrativamente el film recurre con frecuencia a continuas idas y venidas temporales que rompen algo el ritmo, el cineasta gallego Beda Docampo sabe atrapar la rica personalidad espiritual y humana de Francisco. Éste está extraordinariamente encarnado por Darío Grandinetti, quien logra superar el escollo de no parecerse demasiado físicamente. Rasgos como la sencillez, el espíritu de acogida, la simpatía y el buen humor, junto a la piedad, se encuentra bien recogidos, nunca parecen artificiosos.
La reconstrucción de época en los flash-backs y la dirección artística son vistosas –resultan completamente creíbles los planos de los dos cónclaves, que transcurren en la Capilla Sixtina del Vaticano– y se evitan planteamientos simplificadores, dentro de lo que admite la limitación temporal del formato fílmico, al mostrar su predilección por las personas más necesitadas, su defensa de la vida o las intrigas de los poderosos de este mundo.