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Luis Castellanos: “Cada palabra deja una huella en el cerebro”

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Por Adrián Cordellat

Luis Castellanos es Doctor en Ética y Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Navarra. Considerado uno de los pioneros y mayores expertos en la investigación sobre lenguaje positivo y sobre la influencia que éste tiene en el desarrollo cerebral, acaba de publicar ‘Educar en el lenguaje positivo: el poder de las palabras habitadas’ (PAIDÓS), un manual para tomar conciencia de la importancia del lenguaje que utilizamos a diario en la crianza y la educación de los niños.

¿Damos a las palabras, al lenguaje que utilizamos con nuestros hijos (en el caso de los padres) y alumnos (en el caso de los profesores) la importancia que tiene?

El fracaso del lenguaje, si lo podemos llamar así, se da porque no prestamos la atención suficiente a la importancia que tienen nuestras palabras. Muchas veces se debe a las prisas, al estrés, al agotamiento físico, y a menudo a la falta de conocimiento sobre el impacto que pueden tener nuestras palabras en el desarrollo de la identidad de nuestros hijos y también en nuestra propia personalidad. Por eso hoy más que nunca queremos fijar la atención en el lenguaje mismo, en lo que cada palabra dice o deja de decir de nosotros, porque queremos más confianza en las palabras para construir un futuro mejor para todos. Eso es lo que encontramos en las listas de comprobación del lenguaje, una herramienta que explicamos en el libro y que ha demostrado ser muy valiosa y poderosa a la hora de educar.

¿En qué consisten esas listas?

Son listas que nos ayudan a detectar los errores más comunes en el lenguaje a la hora afrontar nuestra tarea como padres o profesores y nos ayuda a no saltarnos pasos decisivos en nuestras palabras. En las listas de comprobación podemos “ver” y “comprobar” la importancia del lenguaje en los resultados vitales de nuestros hijos. Las listas de comprobación nos muestran como las palabras salvan historias cotidianas día a día.

«Falta conocimiento sobre el impacto que pueden tener nuestras palabras en el desarrollo de la identidad de nuestros hijos y también en nuestra propia personalidad»

En ese sentido el libro se centra también en la importancia del lenguaje positivo en la educación, pero ¿es cosa mía o por regla general tendemos a utilizar un lenguaje y palabras de connotaciones más negativas?

Tenemos un sesgo negativo por las emociones básicas que nos han permitido sobrevivir como especie: miedo, ira, tristeza, alegría, asco, sorpresa. Como se puede ver, la mayoría son negativas, así que partimos de la idea de que somos más negativos por evolución, por cultura, por tradición y por educación hasta el punto en que hablar en negativo nos parece cotidiano y habitual y el lenguaje positivo nos suena artificial e impuesto. Sin embargo, hemos descubierto que las palabras que usamos dan forma a nuestra realidad y a nuestra manera de verla y actuar sobre ella. Por ello comprender e identificar más emociones positivas o expresiones emocionales más evolucionadas, como la serenidad, la inspiración o la gratitud es una misión trascendental en nuestra evolución como humanidad.

Tus libros tienen su base en los últimos avances a nivel de neurociencia. ¿Qué puede aportar el lenguaje positivo a la educación y al desarrollo cerebral de los niños?

Cada palabra deja una huella en el cerebro, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo nos dicen que al hablar tenemos que cuidar nuestro lenguaje, pero nadie nos ha enseñado que nuestras palabras cuidan y crean salud y bienestar en nosotros. El lenguaje positivo es una herramienta fabulosa que cultiva el bienestar y aliviar el sufrimiento. Si nuestro cerebro se pone en modo positivo eleva el nivel de atención, de inteligencia, de creatividad, de energía, es más rápido, más preciso, más productivo. En definitiva, el lenguaje positivo nos puede ayudar a llevarnos mejor con nuestro cerebro, a educarlo, a entrenarlo para que se convierta en nuestro mejor aliado a lo largo de toda la vida.

«Somos más negativos por evolución, por cultura, por tradición y por educación hasta el punto en que hablar en negativo nos parece cotidiano y habitual y el lenguaje positivo nos suena artificial e impuesto»

Y este lenguaje positivo, ¿va más allá de utilizar palabras que asociamos rápidamente con positividad (genial, fantástico y un largo etcétera) o son éstas la base?

Por supuesto, existen palabras positivas universales como genial, maravilloso, alegría o felicidad, pero me interesan más las palabras que yo llamo “habitadas”, las palabras que nos definen y que definen las promesas que llevamos dentro, las palabras que nos impulsan a actuar, a mejorar, a ayudar. Palabras y acciones habitadas que hacen del mundo un lugar más seguro y amable.

El centro neurálgico del libro, precisamente, es el proyecto Palabras Habitadas. ¿Cómo puede contribuir a cambiar/mejorar la educación en nuestro país?

El proyecto Palabras Habitadas es nuestra contribución a la mejora educativa y de la vida a través de la sistematización del lenguaje positivo en los procesos de enseñanza que beneficia a todos sus participantes: alumnos, familias y docentes. Según algunas de nuestras conclusiones tenemos en nuestras aulas la posibilidad real de alcanzar mayor bienestar y reducir los conflictos en casa más de un 30%, incrementando la atención a nuestro lenguaje dañino, reconociendo los patrones que repetimos y que nos hacen sufrir.

¿Y cómo pueden contribuir los padres a la educación de sus hijos desde esta perspectiva?

Influir positivamente en nuestros hijos empieza por saber que nosotros somos el futuro cada día. Por eso, empezaría por un consejo básico: protege con tu lenguaje con una premisa básica “ante todo, no hagas daño” y “ante todo, no te hagas daño”. Observa tu lenguaje propio y el de tus hijos para detectar estas palabras dañinas, vigílalas con una firme decisión de evitarlas o sustituirlas. Un ritual positivo es utilizar las cenas para crear un mural de agradecimientos. Cada día, a la hora de cenar, podemos encontrar tres motivos de gratitud que compartir. Durante 21 días, día a día, podemos escribir tres agradecimientos diferentes en un post-it para edificar con ellos un mural que afiance la memoria de lo que somos y queremos ser. Así creamos unos estupendos patrones para buscar y encontrar, cerca de nosotros, no una mirada negativa sobre el mundo, sino en primer lugar una mirada positiva

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