Fernando Alberta: “Si tenemos en casa un niño modelico, que no desobedece, tenemos un problema”
Por Eva R. Soler
Google, las redes sociales, el estrés, las pesadillas nocturnas, los falsos amigos, la escuela, la ansiedad, la tristeza, el sobre proteccionismo… Son las brujas y los dragones a los que se tienen que enfrentar los menores del siglo XXI, según expone Fernando Alberca en su último libro. El autor define 26 adversidades a las que los niños de hoy tienen que hacer frente y propone en sendos capítulos actividades para darles solución basándose en casos reales. Opina que el origen de todos estos problemas radica en el inoperativo sistema que la sociedad en general, y padres y centros educativos en particular, hemos implantado para educar a niños y adolescentes y propone como solución que los menores practiquen la desobediencia a sus progenitores y educadores como antídoto a su felicidad.
Esta revolucionaria idea, impactante a priori, se entiende mejor cuando el escritor (autor de best-sellers como “Todos los niños pueden ser Einstein”) la explica en primera persona: “El sistema está diseñado para que todos tengamos un pensamiento único. La publicidad, las redes sociales, Walt Disney, la escuela, los amigos, los propios padres… manipulan al niño y diseñan su felicidad. De esta forma, los niños no se sienten protagonistas de su propio destino y creen que la solución a sus problemas tiene que venir de fuera. Por eso, añade Alberca, los padres debemos alegramos cuando nuestros hijos nos desobedecen, porque eso significa que va a contracorriente y estamos viendo que la corriente nos conduce a la infelicidad.”
Los niños de hoy en día están sufriendo problemas propios de adultos que antes no se daban como trastornos de ansiedad, estrés o depresión… y esto es fruto de una sociedad y un sistema educativo erróneo que proporciona una visión del mundo sin esfuerzo, responsabilidades y protagonismo, sin tonos grises y en donde solo cabe la perfección o el todo o nada.
Apunta Alberca que la escuela y las redes sociales se han convertido en los grandes torturadores de los niños de hoy porque les crea unas dependencias emocionales y les engaña con amigos que en realidad no lo son.
Para hacer frente a estos problema, hay que liberar al niño de la cultura imperante y de la tendencia de la corriente que, como vemos en todas las encuestas, lo que está produciendo es mucha infelicidad. Es nuestra cultura la que nos está cambiando y, ¿cómo podemos nosotros cambiar esta tendencia? Pues cambiando la cultura de nuestro propio hijo y esto se hace enseñándole tradición familiar que es compatible con la innovación, por supuesto, pero siempre con criterio personal. “La sociedad se ha vuelto más individualista, ha perdido el sentido de bien común y de criterio común educativo, no hay referencia educativa. El resultado es que los padres y las madres están solos y solas a la hora de educar. Ahora no nos basta con repetir el modelo de nuestros padres o de nuestros abuelos porque el lenguaje ha cambiado. Aunque lo permanente sigue siendo exactamente igual en el ser humano: la felicidad se consigue queriendo mucho y siendo muy querido. Ahora también es posible ser feliz, pero esa felicidad está en otro sitio que no es la corriente, aunque nos quieren hacer ver lo contrario”.
Por este motivo Alberca insiste en la idea de que el principal antídoto para esa infelicidad y para superar las adversidades propias de nuestra tiempo es la desobediencia a Google, a Disney, a las redes sociales, a los amigos, a los padres y a los educadores… “Tenemos que deshacernos de la manipulación que se nos vende desde la perspectiva publicitaria, esa visión de la vida, de pensamiento único. Como cuando por ejemplo dicen en la escuela que el niño no puede aprender desde casa. ¿Cómo nos pueden manipular tanto? ¿Y cómo es posible que los aceptemos?”, reflexiona el escritor. Y explica el concepto de desobediencia en casa: “Hay que enseñarle al niño la diferencia entre querer y apetecer, que es clave. También hay que enseñarle que debe respetar a su padre y a su madre. Debe tratarles como se merecen: sin agresividad, con buena educación pero debe desobedecerlos, es decir, el niño debe hacer lo que quiera porque la obediencia sólo tiene sentido si las cosas se hacen queriendo y con libertad. Así, tenemos que enseñarles a los niños que no hagan las cosas si no quieren, ahora bien, también deben aprender que el hecho de no hacer las cosas tiene sus consecuencias”. Si le hemos enseñado bien, acertará, pero puede acertar o errar, lo que no podemos es caer en la sobreprotección y diseñarles nosotros cuál es el modelo de su vida acertada y lo que queremos que haga en su vida para ser feliz, porque esto es lo que lleva a la infelicidad, opina Alberca. La sobreprotección es uno de los dragones a los que tienen que enfrentarse los menores y por eso, ahora es el momento de liberarse de la obediencia a los padres, porque la sobreprotección no da cariño, ni felicidad: “Cuando un padre sobreprotege, cuando intenta ser excesivamente obedecido (porque quiere protegerle), cuando tiene un afana desmedido porque haga las cosas como uno quiere (hay padres que le dicen, incluso, a sus hijos como deben untar la mantequilla)… cuando alguien tiene esa obsesión por el detalle para que su hijo sea feliz… no le está enseñando a ser capaz y valioso como para poder enfrentarse a los problemas y darles su propia solución”. Afirma Alberca que si tenemos en casa un niño modélico, que no desobedece, tenemos un problema: “Tenemos que saber que los niños que son muy obedientes durante su infancia y adolescencia, cuando llegan a la edad de 25 y 30 años, sufren de crisis de falta de voluntad, vacío existencial y depresión… Esto tenemos que preverlo”. En este sentido, tenemos que ser conscientes de que la desobediencia es síntoma de madurez y de crecimiento. “Es síntoma de personalidad, de saber que sus padres le quieren igualmente desobediente, aunque también le quieren responsable. Es decir, si no lo quieres hacer, no lo hagas, pero que sepas que si no lo haces, no te conviene. Porque cuando nosotros ordenamos una cosa en el fondo queremos ahorrarle la deducción de lo que le conviene. Estamos haciendo muchas cosas mal, pero con buena intención, matiza el experto. “Los padres tienen que seguir exigiendo, marcarles normas no les quita libertad. Si hay que volver a las diez de la noche, el niño puede volver a esa hora o no, pero tendrá sus consecuencias si no lo hace”.
Alberca extrapola esta visión a la escuela. “Una educación de calidad exige una educación libre y un planteamiento más creativo, menos evaluativo (lo que hacemos en la escuela son exámenes, más que enseñar). Los docentes evaluamos continuamente lo que hemos explicado, pero nuestra profesión consiste en enseñar y que ellos aprendan cosas importantes para su vida en general, no sólo académica: si yo subo la autoestima en clase de matemáticas subiré la autoestima personal del alumno”.
Hay que huir de la manipulación y de la edulcoración que nos transmiten gigantes mediáticos como Walt Disney: “Si tú sueñas mucho una cosa no se consigue sin más, esto es mentira. Hay que enseñarles que si hay algo que deseas mucho tienes que trabajar por ello y que si acabas consiguiéndolo ha sido fruto de tu esfuerzo. Y si no lo consigues, tienes que saber que siempre hay un plan B. A los adolescentes les cuesta también cada vez más tomar decisiones, decidir entre todas las opciones. Hay que enseñarles que cada opción tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Podemos ayudarles a elegir: ¿qué has pensado? ¿A ti qué te gustaría? ¿Has reflexionando sobre las consecuencias de tu decisión? , pero no darles la respuesta. Y Alberca, resalta una frase que aprendió de su padre, psiquiatra “La libertad es lo más difícil de educar, pero hay que enseñarla”.