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Hijo, tú cumplirás todos mis sueños

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Los padres que proyectan sus viejos sueños y frustraciones en sus hijos pueden crear problemas en su maduración. Aunque el niño debe contar con todo el apoyo para decidir su propio futuro, los padres tienen la posibilidad, y la responsabilidad, de orientarlos. La clave es que no se cuele su propio egoísmo.

Autor: ÁNGEL PEÑA

No es fácil asumir ciertos fracasos. Las personalidades maduras aceptan que la vida nos conduce por senderos que no teníamos previsto coger. Otras nunca superan que sus sueños no llegaran a cumplirse justo como planeaban. Estas últimas son capaces de cualquier cosa con tal de tomarse la revancha ante al destino. Incluso de colocar la carga de sus frustraciones sobre unos hombros frágiles y diseñados para cumplir otro futuro: el suyo propio.

Muchos hijos tienen que soportar la presión de unos padres obsesionados en que su descendencia viva la vida que a ellos se les negó. Alfonso Salgado, profesor de Psicología y Logopedia de la Universidad Complutense de Madrid, cree que es “habitual en cierta medida, y también desde cierto punto comprensible, que cuando se desea un hijo y éste llega, queramos lo mejor para él, soñemos con su futuro y las posibilidades que podremos ofrecerle, propongamos ajustes, cambios, proyectemos acciones para ofrecerle lo que consideramos mejor”.

Hasta ahí todo bien. El problema empieza cuando en esas decisiones se cuelan nuestras propias inquietudes: “Contamos como ‘lo mejor’ para nuestros hijos aquello que entendemos que es ‘lo mejor’ para nosotros”, explica Salgado. Éste es el tan habitual riesgo: “Hacer de nuestros hijos un duplicado de nosotros mismos, imponer explícita o implícitamente un proyecto que pudo ser el nuestro, pero que no tiene por qué ser el suyo”.

¿ORIENTACIÓN O IMPOSICIÓN?
La clave para gestionarlo es la “flexibilidad y el ajuste correcto de las expectativas sobre nuestros hijos a la realidad de ellos mismos y sus propios proyectos, que cuando van haciéndose mayores van siendo más definidos y han de ser personales”, dice el profesor. En ese momento, los padres deben hacer estimaciones de “hasta qué punto sus consejos y orientaciones lo son realmente o son una imposición –a veces larvada e implícita– de sus propios deseos”, concluye.

Las consecuencias de un desequilibrio en esta estimación puede provocar serios problemas en el proceso de maduración del hijo. Básicamente se producen dos escenarios: o el niño termina haciendo lo que quieren los padres sólo para encontrar su aprobación y agrado, por temor a que si no es así, su cariño y apoyo sea condicional, o termina siendo un adolescente más contrario a las opiniones y consejos paternos de lo que cabría esperar.

EXPECTATIVAS EXIGENTES
En cualquier caso, Salgado es renuente a la hora de hablar de patología: “Entiendo que se produciría en casos sólo extremos”. Pero, en la medida en que patológico es sinónimo de disfuncional, reconoce que “una relación demasiado marcada por estas expectativas exigentes y poco dialogadas puede llegar a serlo, o al menos a causar daño en el desarrollo del menor”.

Desde el otro lado de la trinchera, las consecuencias también pueden ser desastrosas. “Los padres se pueden sentir doblemente frustrados: no he conseguido lo que deseaba para mí y tampoco lo he hecho vicariamente en la figura de mi hijo”.

Además, les constriñe, les obliga y les hace no disfrutar de una relación paternal y educativa con sus hijos”.

La pesada herencia del negocio familiar

La insana tendencia a hacer de la vida de los hijos una prolongación de la propia produce tristes episodios. Alfonso Salgado recuerda un caso en el que los padres tenían un negocio que a su vez heredaron de los abuelos maternos.

 “Para regentar tal negocio se necesitaba una cualificación universitaria concreta, que uno de los hijos no deseaba”, recuerda Salgado. Sin embargo, se matriculó en los estudios señalados por los padres y no sólo no terminó la carrera y su relación con sus padres se deterioró, sino que “aparecieron otros problemas asociados, no provocados sólo por esa decisión pero sí en buena medida ayudados por ella, que estuvieron a punto de romper la relación paterno-filial”.

El error no fue mostrar el negocio como un camino posible, sino su imposición. “Lo que conviene es transmitir la experiencia del adulto al niño o adolescente; es importante dialogar y marcar los pros y los contras de las decisiones. No pasa nada por decirle a tu hijo: ‘Me encantaría que llegases donde no llegué yo’, pero eso es sólo una preferencia, un deseo, no debe ser una imposición, ni para el hijo ni para los padres”, concluye el profesor Salgado. En este caso, la imposición terminó convirtiendo el legado familiar en un regalo envenenado.

 

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