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Javier Urra: “Educamos jóvenes como el cristal: duros pero frágiles”

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Javier Urra es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, y fue el primer Defensor del Menor en España. De todo el conocimiento acumulado en su vida profesional surgió en 2006 El pequeño dictador, un libro del que se vendieron más de 300.000 ejemplares. Ahora presenta Déjale crecer o tu hijo en vez de un árbol fuerte será un bonsái (La esfera de los libros), con el que intenta transmitir una máxima: sobreproteger a los niños no es educar.

El título me ha recordado mucho a una frase, aquella que dice que hay dos tipos de padres, los que preparan el camino para sus hijos y los que preparan a sus hijos para el camino. Los primeros, imagino, van a criar bonsais…

Sí, es exactamente así. Muchas veces hay excesiva preocupación con qué mundo vamos a dejar a los niños, pero a mí me preocupa más qué niños vamos a dejar a este mundo. Y para dejar a los mejores niños posibles para el mundo hay que educar a los niños en la duda, en la incertidumbre, en el compromiso, en ponerse de verdad en el lugar del otro, en saber cooperar.

Hay quien plantea, creo que quizás exageradamente, que la sobreprotección es un maltrato.

Yo no diría que lo es, pero se le parece, porque hay que preparar a los niños para la vida. Una vida que a veces es divertida, otras aburrida, a veces tierna, en ocasiones dura. Una vida en la que la gente muere, en la que los padres a veces se separan, en la que vas al paro… Todo eso hay que prepararlo desde la más corta edad. Al final se trata de respetar al niño. Y respetarle significa no sobreprotegerle.

«Para dejar a los mejores niños posibles para el mundo hay que educar a los niños en la duda, en la incertidumbre, en el compromiso, en ponerse de verdad en el lugar del otro, en saber cooperar»

dejale-crecerTodas las acciones sobreprotectoras que ponemos en práctica durante la primera infancia de nuestros hijos luego tienen sus consecuencias, como explica, en la preadolescencia y la adolescencia. ¿Cómo se manifiestan en el comportamiento de estos jóvenes?

Al final la sobreprotección tiene consecuencias muy negativas en algunos niños, que luego van a ser jóvenes y luego adultos. Y eso realmente es un problema, porque se acostumbran a que todo el mundo gire a su alrededor y por lo tanto son muy poco flexibles, incapaces de perdonar, con escasa asertividad, con dificultades para autocontrolarse, y muy nihilistas y egoístas a veces. Estamos creando jóvenes que son como el cristal: duros pero frágiles.

¿Qué explicación encuentra para que los padres seamos cada vez más protectores con nuestros hijos?

En primer lugar, creo que muchos padres buscan erróneamente la felicidad de sus hijos. Su fin es que sus hijos sean siempre felices, así que no parten de la realidad: la vida no siempre es feliz, no es algo que se pueda garantizar. Por otro lado, creo que en algunos padres hay un cierto postureo, como si para ser un buen padre hubiese que mostrar una honda preocupación por la educación de los niños, llevarlos a mil y una actividades. Y luego vivimos también en una sociedad de muy pocos niños, a veces de padres bastante mayores que consideran la educación casi como unas oposiciones, una labor dificilísima, y por lo tanto siempre precisan de otros profesionales (psicólogos, logopedas, pediatras), de los que en muchas ocasiones se abusa.

Dice en el libro que hay padres que no quieren asumir su papel como tales.

Es que no todos quieren asumirlo, porque ser padre significa ser adulto, dar confianza, transmitir amor y seguridad, pero también marcar límites, decir “no”, enfrentar situaciones. En nuestra sociedad la autoridad se ha diluido y se ha tendido, equivocadamente, a un cierto igualitarismo desde que el niño nace.

“Los padres querrían pasar mucho más tiempo con sus hijos y los horarios laborales que hay hoy en día no lo permiten”

Pone muchos ejemplos prácticos, que a todos nos pueden sonar o podemos haber visto, de sobreprotección. Por su experiencia, ¿cuáles son las formas de sobreprotección más recurrentes?

La más recurrente es cuando el niño empieza a tener conductas a corta edad que no debería realizar, más allá del capricho, y los padres miran para otro lado pensando que con el tiempo desaparecerá ese comportamiento. Eso no es verdad. Las cosas van a más, se cronifican. También están las batallas soterradas entre los padres para ser el bueno ante los niños. Y luego está la defensa a ultranza. Vemos a padres que en la Fiscalía discuten al juez un acto llevado a cabo por su hijo cuando hay imágenes grabadas que lo corroboran sin ningún tipo de duda. Ese ser el abogado defensor del hijo demuestra que hay padres que temen a sus hijos.

Y en toda esta sobreprotección, ¿qué papel juega el sentimiento de culpa que lleva aparejada la maternidad/ paternidad y al que hace continua referencia en el libro?

Ese sentimiento existe. En parte porque las condiciones laborales y económicas han cambiado, lo que obliga a los dos progenitores a trabajar. Hay un problema de horarios. Los padres querrían pasar mucho más tiempo con sus hijos y los horarios laborales que hay hoy en día no lo permiten. Y luego se viven muchos años ahora y eso hace que los padres no quieran perder su vida, sus amigos, los viajes, las salidas a cenar, los conciertos… Sumas todo eso y claro, es imposible, no da. No se puede querer leer todos los libros, ver todas las obras de teatro, viajar por todo el mundo, cuidar a la abuela y educar a tu hijo. Hay que priorizar qué es lo esencial y no exigirnos mucho más. Y, sobre todo, intentar hacerlo bien sin necesidad de ser un súper padre o una súper madre.

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