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La importacia de los tres primeros años de vida

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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El palabras de Emilce Dio Bleichmar, “El apego es un sistema motivacional del niño recíproco a los cuidados del adulto, que será el encargado de la heteroconservación de la cría humana, debido a la prematuridad para la autoconservación con la que nacemos”.

En la Segunda Guerra Mundial, diferentes profesionales de la medicina pudieron trabajar con niños huérfanos en internados. Estos infantes estuvieron perfectamente atendidos desde el punto de vista nutricional, higiénico y educativo por médicos y enfermeras que rotaban constantemente. Cumplían rigurosamente las normas de las diferentes instituciones que los acogieron, se adaptaban sin problemas a unos hábitos que regulaban la convivencia en los centros y promovían la autonomía progresiva de los niños, para que éstos pudieran ser independientes cuando alcanzaran la edad adulta.

A pesar de estas condiciones favorables, muchos niños murieron o sufrieron graves trastornos mentales que la ciencia no sabía bien a qué variable atribuir. Padecieron la depresión anaclítica (Spitz). No hace falta ir tan atrás en el tiempo para observar casos así. En muchos internados de Rusia y China vemos niños con esa desconexión interpersonal cada vez que alguien con una cámara de video cuelga unas imágenes de la vida en estos centros por internet.

Estos casos constituyeron una situación extrema y promovieron una profunda reflexión entre educadores, asistentes sociales, psicólogos, psicoanalistas y personal médico.

Lo más interesante y paradójico de estos niños es que ninguno de ellos pidió ayuda. No fueron bebés querellantes, no gritaban ni se enfadaban con los distintos educadores y enfermeros que cuidaban de ellos, no sonaron las alarmas, no constituyeron un motivo de preocupación porque aparentemente su crecimiento procedía más o menos bien. Habían desarrollado lo que hoy se conoce como un apego evitativo.

Los niños con esta modalidad de vínculo son aquellos que interiorizan progresivamente una falta de atención por parte de los tutores adultos a sus necesidades afectivas más nucleares, y por lo tanto no muestran un comportamiento de querella con sus referentes afectivos porque no tienen las suficientes expectativas de que su queja pueda tener sentido práctico. Lo más interesante de este patrón es que la ruptura de las expectativas de cuidado y atención por parte de los padres tiene lugar en interacciones pequeñas, que no llaman la atención del adulto y que no se procesan de forma consciente por parte del niño. Se van almacenando modularmente en un tipo de memoria que se denomina procedimental (aquélla que se adquiere a base de hábitos regulares y que posteriormente no exige un procesamiento por parte de la conciencia: la utilizamos para caminar, hablar, conducir, tocar un instrumento, etc).

Este proceso tiene diferentes consecuencias en el niño: la vinculación no atendida queda registrada en un órgano cerebral denominado amígdala, que es un archivador de nuestro repertorio emocional. Sin embargo, al no tener conciencia de lo que ocurre, no habrá una memoria episódica de dichas rupturas. Por lo tanto, estas vivencias no se almacenarán en el hipocampo, la región cerebral encargada de memorizar sucesos relevantes para la subjetividad del niño. En resumidas cuentas: la falta de conexión intersubjetiva con el adulto hace que el niño no sea capaz de registrar sus propias necesidades emocionales, desatendiéndolas y mostrando un aparente estado de serenidad. Es lo que ocurre en el famoso cuento de El traje del Emperador, en el que éste no se percata de su desnudez y no es capaz por tanto de atender una necesidad nuclear como es el cuidado y la protección de su vulnerabilidad.

¿Y si trasladamos este modelo a familias con una forma de vida más normalizada? ¿Cómo podemos percatarnos de que este patrón está teniendo lugar en la motivación del niño? Son aquellos niños que pasan la mayor parte del tiempo desconectados de sus propias emociones y de la interacción emocional con los demás. Tienden a jugar solos, con poco sentido de la complicidad o de la empatía, y en general aparentan tener un estado de serenidad y falta de conflicto. Al estar desapegados, pueden dirigirse a cualquier adulto extraño y jugar con él sin mostrar ningún miedo. Sin embargo, como sus niveles de cortisol (hormona del estrés) en sangre indican, las situaciones cargadas de ansiedad les afectan igual que a los otros niños, pero ellos no tienen tendencia a expresarlo. Los adultos tenemos que tener mucho ojo con esta modalidad de apego, porque los padres tienden a pensar que a su hijo no le pasa nada.

Es más, cuando le ven dirigiéndose a extraños con aparente soltura piensan que su hijo es desenvuelto socialmente, sin trabas, sin condicionamientos ni prejuicios. Éstos son los niños que pasan desapercibidos en el colegio porque sacan buenas notas, tienen amigos, son responsables…y luego en la adolescencia tienen trastornos de alimentación, depresión o alexitimia. Es decir, en una época de descontrol como la adolescencia, tienden a compensar su angustia controlando el peso o las emociones de forma excesiva y patológica. ¿Cómo podemos percatarnos de que esto está ocurriendo? Porque son niños adultos. No se comportan como niños, y tienen una inversión de roles con el adulto, que da cuenta de su falta de espontaneidad en el contacto con el otro, de su escasez de genuinidad en el contacto interpersonal o intersubjetivo.

Otra modalidad de apego inseguro es el denominado ambivalente o resistente. En este caso comprende aquellos niños inquietos, nerviosos, siempre preparados para llamar la atención. Son los que no se calman con el consuelo de los padres. No olvidemos que los niños son esponjas que absorben el clima de ansiedad en el entorno familiar. Esta dificultad para tranquilizarse comienza en el proceso de amamantamiento. Dar el pecho no es sólo un gesto con finalidad nutritiva. En el momento de amamantar hay una madre que mira a los ojos del bebé, que hace arrumacos, busca la complicidad, proporciona calor corporal, sostiene físicamente, y todo esto concluye en un sentimiento general de seguridad que promoverá la futura autoestima del niño.

¿Y si en el amamantamiento el bebé se encuentra con una madre con dificultad para regular su propia ansiedad? ¿Qué ocurrirá si se encuentra con una madre de mirada esquiva, que se inquieta si el bebé come o no come, que no transmite seguridad, que tiene dificultad para regular los horarios de las tomas o tiende a compensar la intranquilidad del bebé amamantando a destiempo? Por supuesto, en este proceso educativo hay que incluir a la figura del padre en pie de igualdad, y no desestimar su papel como referente a la hora de transmitir calma y de entonar emocionalmente con el niño. Lo que tenemos que tener en cuenta es que el proceso de organización emocional del infante va de la heterorregulación (cómo se regulan emocionalmente los padres) a la autorregulación. Los padres se la juegan en esta etapa, porque de ellos depende ni más ni menos que la futura capacidad de sus hijos para regular sus propios estados anímicos. Estos niños, a través de la queja, la querella, la llamada de atención, la hiperactividad…nos están haciendo un inmenso regalo: nos envían el mensaje de que necesitan nuestra ayuda. Si no sabemos proporcionársela adecuadamente, pueden evolucionar hacia el nivel evitativo e instalarse en el desapego y la desconexión del
contacto con el otro.

Por último, tenemos a los niños con un patrón de apego seguro. Retomando el cuento de El traje del emperador, el niño protagonista que es capaz de percatarse de que el emperador va desnudo sería un buen ejemplo de lo que es la seguridad en el infante: la capacidad de mantener la espontaneidad a pesar del condicionamiento adulto. Son aquellos niños que crecen en un ambiente de incondicionalidad que les permite mirar con sus propios ojos, expresar sus propios sentimientos, idealizar la figura de los padres para mantener vivas sus ilusiones, mostrar su rabia abiertamente cuando se sienten excluidos, regular sus estados de ansiedad y miedo con un adulto que les procura tranquilidad y es capaz de ejercer de traductor de sus procesos emocionales.

Los niños aprenden a hablar en el encuentro con el adulto, que es capaz de simbolizar lo que al bebé le pasa. Las diferentes sensaciones que atraviesa el infante son puestas en palabras y el lenguaje se convierte en la puerta de acceso al mundo de los mayores. Los niños que se encuentran con buenos traductores, que saben ponerse en su lugar y acertar con precisión cuáles son sus verdaderas necesidades, son aquéllos que pueden acceder a este patrón de apego seguro.

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