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La tristeza me ha robado a mi padre

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Cuando en una familia uno de los padres sufre una depresión, los hijos sufren y su maduración peligra ante las tentaciones de evasión, la falta de autoestima y el desconcierto. El cónyuge sano tiene que explicarles la situación e impedir que la tristeza inunde toda la casa.

Autor: Ángel PEÑA

Las comidas eran insoportables. Todos concentrados en el plato, callados. Sabíamos que cualquier cosa podría irritarle. Y después era casi peor. La sobremesa delante de la televisión, cuando se levantaba de la siesta, siempre con la mirada vacía. A veces lloraba. Y era mi padre. ¡Mi padre llorando!” No quiere dar su nombre. Aunque hace años que su padre ha superado una terrible y larga depresión, los recuerdos son aún demasiado hirientes. E íntimos. “Cuando empezó yo tenía unos 12 años, me sentía mal, me costaba relacionarme con los demás en el colegio, me sentía una piltrafa, lleno de complejos”.

SIN DESCUIDAR A LOS HIJOS

La depresión es, para muchos, la gran epidemia del siglo XXI. Pero, ¿qué sucede cuando esa acumulación patológica de tristeza recae sobre quienes tienen que servir de anclaje a los más vulnerables, los niños? Desgraciadamente, el contexto de una familia, el cónyuge sano de un depresivo se encuentra ante la difícil tesitura de atender a éste sin descuidar a sus hijos.

Aunque la respuesta de los niños en estos casos es tan múltiple como el carácter y las circunstancias de cada uno, Mario Saura, psiquiatra y profesor de Medicina de la Universidad San Pablo CEU, establece dos grandes grupos: “si son pequeños, entre 5 y 7 años, se puede manifestar en que dejan de jugar con otros niños y en la pérdida de apetito; más tarde, en la adolescencia, es más complejo, también hay trastornos de la conducta alimentaria, pero ya del tipo de anorexia y bulimia, y además del descenso de actividad, sobre todo las extraescolares, hay un retraimiento afectivo, aunque también puede haber manifestaciones de carácter agresivo”.

Los chavales se aíslan en el colegio, empiezan mentir con más frecuencia de la habitual en casa, no les atrae el deporte ni el cine ni la lectura, surge la hipocondría –ven un cáncer en cualquier mancha en la piel–, su autoestima se resquebraja… Entonces llega la reacción, que puede llegar a ser desproporcionada. En algunos casos, la idea es huir, evadirse de lo que se percibe como un problema irresoluble: tienden a escabullirse de la vida familiar y buscan la evasión donde sea, incluidas las drogas o el consumismo excesivo. En otros, al contrario, manifiestan lo que Saura define como “conducta regresiva”: piden al progenitor sano una exagerada atención, como una demanda de mimos impropia de su edad, para compensar la carencia afectiva del otro.

EL CÓNYUGE SANO

En cualquier caso, estamos hablando de síntomas o efectos que no tienen que darse necesariamente, o al menos no en un grado tan problemático. José Benigno Freire, profesor de Psicología de la Personalidad de la Universidad de Navarra, aboga por el sentido común del cónyuge sano, que debe, ante todo, explicarles a los hijos que su padre o su madre tiene una enfermedad, “e igual que a otros se les nota porque les sale un grano, a él o ella se le nota en ese mal carácter que tiene ahora, que no es pereza ni tristeza ni culpa de nadie”. Esto último es muy importante: “debe saber que no es una carga insoportable, que si no fuera por la enfermedad del padre o la madre, su relación sería como la de cualquier otro hijo”.

Una información que debe administrarse con tiento y paciencia: no hay que intentar que lo comprendan todo de golpe. Porque, como matiza José Benigno Freire, lo más importante es una actitud de fondo: “No dejar que la tristeza inunde toda la casa”.

Mario Saura aconseja al cónyuge sano que haga lo posible para que los niños sientan que todo continúa como antes de que apareciera la depresión y explicarles que no pasa nada, que se trata de una mala racha. Sólo si aprecia algunos de los síntomas de los que hablábamos antes, convendría acudir a un médico de confianza. En cualquier caso, la clave de su relación con ellos debe ser el equilibrio: “Deben descartarse las posturas negativas, como los castigos, las riñas o los gritos, pero también la sobreprotección”, dice Saura.

LA POSIBILIDAD DE UNA PELIGROSA HERENCIA
Sin alarmismos, pero con responsabilidad, debemos plantearnos que los niños con familiares depresivos están más expuestos. Juan J. Carballo, psiquiatra de la Clínica Universitaria de Navarra, explica que “la depresión tiene un fuerte origen biológico, aunque la mayoría de niños y niñas cuyos padres presentan un trastorno depresivo no padecerá ningún problema psiquiátrico”. Y da una lista de síntomas:
• Menor interés o dificultad para divertirse en actividades que antes eran sus favoritas.
• Gran irritabilidad, ira u hostilidad que dificulta la convivencia en casa. Tristeza frecuente, llanto y sentimientos de desesperanza.
• Falta de energía o cansancio. Quejas frecuentes sobre problemas físicos sin causa médica.
• Aislamiento social o falta de comunicación. Baja autoestima o sensación de culpa por cosas malas que puedan pasar. Sensibilidad extrema al rechazo y poca resistencia ante los errores.
• Disminución del rendimiento escolar.

Una investigación publicada en The journal of the American Medical Association, pinchando aquí.
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