La violencia: Un mal recurso educativo
El pasado septiembre la Audiencia Provincial de Murcia confirmó la sentencia a 56 días de trabajos en beneficio de la comunidad a un padre que golpeó en la cara a su hija porque no quería hacer los deberes. Los expertos dan la razón a la sentencia: la violencia no es un buen recurso educativo en ninguna circunstancia.
Por Adrián Cordellat
El pasado septiembre la Audiencia Provincial de Murcia confirmó la sentencia a 56 días de trabajos en beneficio de la comunidad a un padre que golpeó en la cara a su hija porque no quería hacer los deberes. La sentencia también imponía una orden de alejamiento al progenitor de 200 metros durante dos años. “En ningún caso puede entenderse que el derecho de corrección justifique el que un padre golpee a una hija menor de edad», sostenía el tribunal en sus conclusiones.
La violencia ejercida contra los niños ha estado hasta hace no tanto normalizada como método educativo. La prueba es que ha habido que esperar hasta noviembre de 2018 para que la Asociación Americana de Pediatría hiciese un comunicado anunciando que la nueva actualización de su protocolo tiene entre sus objetivos prioritarios acabar con la violencia física y verbal contra los niños. “La buena noticia es que cada vez menos padres apoyan este tipo de castigos que por desgracia, sin embargo, siguen siendo legales en demasiados estados», se podía leer en el comunicado.
Un cambio de mirada
Para Verónica Pérez, del centro de psicología infantil respetuosa Raíces, “nos resulta fácil recurrir a la violencia con los niños porque es sencillo situarse en una posición de poder sobre ellos y aprovecharse de ello para ejercer violencia”. Algo a lo que, además, sostiene, ha contribuido el hecho de que hasta hace muy poco la sociedad no censurase esta violencia y hasta la justificase en algunas situaciones.
Para la psicóloga, como sociedad, tenemos interiorizado que la violencia no puede justificarse en ningún caso. Sin embargo, considera que parece que ese principio no se aplica cuando estamos hablando de los niños. “Hace no tantos años la violencia hacia las mujeres se justificaba en términos similares a los que ahora se utilizan para justificar la violencia hacia los menores. Por suerte, se ha realizado una gran campaña de concienciación en este sentido y ya nadie se atrevería a mantener, al menos públicamente, argumentos como “es por su bien”, ”es para que aprenda” o “me duele más a mí que a ti””.
Hace no tantos años la violencia hacia las mujeres se justificaba en términos similares a los que ahora se utilizan para justificar la violencia hacia los menores.
En ese sentido, la psicóloga se muestra esperanzada en que el camino mostrado por sentencias como la de la Audiencia Provincial de Murcia (“que permiten que se empiece a nombrar la violencia hacia los hijos como una forma de maltrato”) o decisiones como la de la Academia Americana de Pediatría sean un ejemplo de que “la nueva mirada que empieza a existir hacia la infancia va a permitir que podamos equiparar los derechos de los niños a los del resto de ciudadanos, algo que no estaba ocurriendo hasta ahora”.
El camino, no obstante, será arduo a tenor de los datos del informe Una situación habitual: violencia en las vidas de los niños y los adolescentes, elaborado por Unicef y publicado hace justo un año. Según el mismo, tres de cuatro niños en todo el mundo (300 millones de niños y niñas a lo largo y ancho del planeta) sufren castigos físicos y/o psicológicos por parte de sus cuidadores en el hogar.
Lo peor de todo ello, como sostienen la mayoría de expertos en educación y crianza en Occidente, cuando la ejercen sobre sus hijos consiguen su objetivo. De lo que no son conscientes es de que no se ha generado ningún aprendizaje, sino que han ligado la violencia a actividades cotidianas que los niños tienen que aprender a realizar”, sostiene Verónica Pérez.
Con la violencia no se genera ningún aprendizaje sino que se liga la violencia a actividades cotidianas que los niños tienen que aprender a realizar.
La psicóloga pone como ejemplo la violencia ejercida por un padre para obligar a sus hijos a recoger sus juguetes: “Cuando la persona que ejerce violencia no está delante, los niños no tendrán porqué recoger los juguetes, ya que no hay nadie que les vaya a pegar. En muchas ocasiones, cuando oyen la puerta y saben que llega su padre, recogen rápidamente para evitar que vuelva a existir violencia y esto es lo que algunos padres entienden como disciplina, pero lo que realmente hay debajo es el miedo a la violencia”.
Para Pérez a través de este método de disciplina los niños no entienden “en ningún caso” que los juguetes hay que cuidarlos o que recoger nos ayuda a encontrar las cosas en su sitio. Sin embargo, según la experta, sí que interiorizan “que las necesidades de su padre están por encima de las suyas”.
Perpetuar la violencia
Y además de la ruptura del vínculo y de la instauración del miedo, ¿qué otras consecuencias tiene esta violencia física?, preguntamos a la psicóloga. “Para un niño, que sus padres ejerzan violencia hacia él le coloca en una posición de indefensión total. Le hace normalizar la violencia y asumir que, si alguien hace algo que no consideramos adecuado, la violencia está justificada. También que la persona que tiene más fuerza puede ejercerla contra una persona que está desprotegida, lo que será muy fácilmente replicable en el colegio, con los hermanos o incluso con sus propios padres cuando él crezca y tenga más fuerza”, reflexiona. Y, por supuesto, el reverso de la moneda, que los niños permitan que otras personas ejerzan violencia contra ellos porque la han normalizado, lo que les convierte en víctimas permanentes.
Para un niño, que sus padres ejerzan violencia hacia él le coloca en una posición de indefensión total.
La fundadora del centro Raíces, por último, insta a los padres a pensar en la “gran contradicción” en la que se cae cuando se censura al niño que pega corrigiendo ese comportamiento con una bofetada o un azote. “En este caso el mensaje que se está mandando es absolutamente contradictorio. Y sabemos que cuando hay contradicción entre lo que un padre dice a sus hijos y lo que realmente hace, los niños tienden a imitar y a reproducir los hechos más que las palabras”. Es decir, a perpetuar la violencia.