Las fábulas de Esopo enseñan siempre
Esopo y sus fábulas tienen ya más de 30 siglos de vida, pues son del VII a.C. Nació en Frigia, una región que hoy es parte de Turquía. Esopo se llamaba precisamente un río de esa comarca. No se sabe mucho más de él, salvo que era esclavo.
Esopo se hizo enseguida muy popular. Sus fábulas se utilizaban como libro de texto en las escuelas. Platón dice que Sócrates se sabía de memoria los apólogos de Esopo. El pueblo de Atenas encargó al escultor Lisipo la realización de un busto del poeta.
Existe una Vida de Esopo, escrita en el siglo XVI por un monje, Panudo, de la que no se puede asegurar que corresponda a la verdad histórica. Planudo cuenta que Esopo fue esclavo de Janto de Samos, que acabó dándole la libertad.
Cortas, claras, doctas. Se conservan trescientas fábulas de Esopo, la mayoría muy cortas, de entre diez y veinte líneas. Los protagonistas son animales, porque Esopo sabía bien que los niños aman este tipo de historias y que se divierten mucho con ellas. Así eran los niños hace treinta siglos y así siguen siendo. La industria de Disney lo ha entendido muy bien.
Como era para niños, las fábulas son cortas. Los niños no soportan un cuento muy largo, pero sí una indefinida cantidad de cuentos cortos. Las fábulas son, además, doctas. Tienen, de forma muy clara, una lección o moraleja, que quizá el niño no acabe de entender, pero sí el adulto, que también lee la fábula. El niño se queda con la historia de la que, cuando pueda, extraerá la enseñanza. El conjunto de esas morales –mejor que moraleja– muestran que Esopo era un buen conocedor de la naturaleza humana. Veamos algunos ejemplos:
La zorra y las uvas. “Viendo una zorra unos hermosos racimos de uvas maduras, deseosa de comerlos, busca medio para alcanzarlos, pero al no serle posible de ningún modo, viendo frustrado su deseo, dijo para consolarse:
–No están maduras. A veces se manifiesta no apetecer lo que se ve imposible de conseguir”.
El lobo y la grulla. “A un lobo que comía un hueso, se le atragantó el hueso en la garganta, y corría por todas partes en busca de auxilio. Encontró a una grulla y le pidió que lo salvara de aquella situación, y que enseguida le pagaría por ello. Aceptó la grulla e introdujo su cabeza en la boca del lobo, sacando de la garganta el hueso atravesado. Pidió entonces que le diera la paga convenida.
Oye, amiga –dijo el lobo–, ¿no crees que es suficiente paga el haber sacado tu cabeza sana y salva de mi boca? No hagas favores a malvados, pues mucha paga tendrías si te dejan sano”.
La paloma y la hormiga.
“Una hormiga, que tenía sed, bajó hasta un manantial. Arrastrada por la corriente, estaba a punto de ahogarse. Viéndola, una paloma desprendió una ramita del árbol, la arrojó a la corriente, montó encima a la hormiga y la salvó.
Mientras tanto, un cazador se adelantó con su arma preparada para cazar a la paloma. Le vio la hormiga y le picó en un talón, haciendo que el cazador soltara su arma. Aprovechó el momento la paloma y voló libre. Debemos ser agradecidos y devolver los favores que recibimos”.
La gallina de los huevos de oro. “Tenía cierto hombre una gallina que cada día ponía un huevo de oro. Creyendo encontrar en las entrañas del ave una gran masa de oro, mató a la gallina; pero al abrirla vio que por dentro era como las demás gallinas. De modo que, impaciente por conseguir de una vez grandes riquezas, se privó del fruto abundante que la gallina le daba. Es conveniente estar contentos con lo que se tiene y huir de la insaciable codicia”.
Todos pueden aprender aún de las fábulas de Esopo porque constituyen, en conjunto, lo que podría llamarse una “ética del sentido común”, arraigada en la naturaleza humana. Por eso se explica que sus morales sean inmediatamente inteligibles treinta siglos después. Lo de huir de la insaciable codicia hubiese sido muy provechoso para no caer en esas estafas financieras de las que hoy día están llenos los periódicos.
Las fábulas pueden encontrarse en Alianza o en RBA Bolsillo, aunque hay muchas ediciones para niños con unas pocas de estas historias cortas