Las sentencias contra menores crecen un 10%
Los expertos andan de cabeza por un dato inquietante. Las sentencias judiciales contra menores en relación a actos de violencia han aumentado un 10 por ciento en el último año. En la mitad de los casos es necesario que el menor reciba ayuda psiquiátrica.
Sin embargo, sigue faltando la especialidad de psiquiatría infantil, un campo que sería imprescindible para la detección de problemas entre los jóvenes, a tiempo. Así se deduce de las conclusiones de la mesa debate Delincuentes Adolescentes, que se organizó en el marco del 60 Congreso de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Por el momento se encargan se atender a los niños psiquiatras generalistas, lo que no es la opción ideal.
“La existencia de la especialidad de Psiquiatría Infantil es un derecho de todos los niños y adolescentes españoles. Actualmente existe el agravio comparativo con el resto de los países de la Unión Europea, donde sí que existe y está arraigada esta especialidad”, comenta Josep Cornellà i Canals, presidente de la Comisión Gestora de la Sección de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (AEP). Esta carencia se suma al conocido colapso del sistema sanitario, por lo que en la práctica resulta imposible el diagnóstico de niños con problemas psiquiátricos.
Los trastornos de salud mental de los niños existen. Aproximadamente uno de cada cuatro niños necesitará, en algún momento de su vida, asistencia por parte de un profesional de la salud mental. Puesto que un niño no es un adulto en miniatura, sino que tiene unas características que le diferencian del adulto por el hecho del crecimiento y de la maduración, “debemos exigir que sus trastornos en salud mental sean tratados por un especialista en esta edad. De la misma manera que el niño debe ser cuidado y tratado por el pediatra (y no por el médico de familia ni por el internista), cuando se trata de salud mental también debe tener su especialista específico, que cuente con unos sólidos conocimientos de lo que suponen las distintas etapas de la infancia, hasta la adolescencia”, comenta Cornellà i Canals.
Según comenta la AEP, la ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín, ha manifestado que se va a crear esta especialidad antes del final de esta legislatura. Ha habido también la acción reivindicativa de la Plataforma de Familias, creada por un grupo de madres “disconformes” por el hecho de que los problemas de salud mental de sus hijos fueran tratados por psiquiatras generalistas.
Fomentan la violencia
El aumento de la violencia juvenil se produce en enorme medida por problemas en el núcleo familiar, si bien estos pueden ser lo bastante variados. Por un lado, resultan problemáticas las familias permisivas, en las que los padres, muchas veces por desconocimiento de sus responsabilidades, permiten al niño crecer sin límites, lo que en el futuro ocasiona problemas. Tampoco son beneficiosos los casos justamente contrarios, es decir las familias protectoras, que acostumbran a sus hijos a tener de todo, por lo que estos no necesitan esforzarse para conseguir nada.
Entre otras causas de la violencia, externas al entorno familiar, destacan la marginación socio-económica, y la pobreza, que lleva a los chicos a involucrarse en este tipo de actos. También produce violencia el fracaso escolar, pues muchos jóvenes se sienten frustrados, y los abusos de alcohol y drogas, que les ponen en una situación de no comprensión de la realidad.
En las últimas décadas han cobrado una importancia decisiva los videojuegos. “Cuando asociamos violencia y videojuegos nos referimos a aquellos de contenido extremadamente violento, donde se reproducen, con toda crueldad, escenas de guerra. Hablo de los llamados FPS (first-person shooter), en los que el niño dispara en primera persona”.
Un ejemplo sería el famoso Call of Duty, uno de estos juegos con imágenes muy reales, en los que el niño, apretando los mandos adecuados, con sus propias manos, logra matar, destruir, dañar… “No se trata de un espectáculo pasivo (como podría ser una película en la televisión), sino de una actividad real, de la que es protagonista en primera persona”, explica el doctor.
Aunque se advierte que son para mayores de 18 años, es fácil falsear la edad a la hora de entrar en ellos, por lo que son muchos los niños de 12 – 13 años (primera fase de la adolescencia; época de grandes cambios madurativos) que se conectan a ellos. La falta de madurez hace que el niño vaya perdiendo sensibilidad ante escenas de contenido violento.
Factores de protección
Desde la AEP confían en que el control paterno puede ser de gran ayuda en la formación del sentido crítico, y otros puntos. “Los padres no podemos eliminar los factores de riesgo que nuestros hijos van a encontrar a su alrededor”, comenta Cornellà. Pero podemos aumentar sus factores de protección ante el riesgo. Y los factores de protección son los individuales (autoconocimiento, autoestima y proyección social), los familiares (cohesión, coherencia y baja discordia) y los sociales (capacidad de reconocimiento de las acciones positivas que hace el niño, por incompletas e imperfectas que parezcan).
Enderezar la adolescencia
El pasado año 170 chavales participaron en el programa Norbera de la Fundación IZAN que depende de la Diócesis de San Sebastián y lleva funcionando desde 1997. Son menores de entre 14 y 18 años que están atravesando esta etapa de una forma especialmente conflictiva, que se puede manifestar por un lado, con comportamientos inadecuados como consumo de drogas, absentismo escolar, comportamientos violentos y/o delictivos, y por otro, con problemas psicológicos y/o psiquiátricos. Adolescentes que en los casos extremos han acabado en el juzgado.
Según el artículo de Ane Urdagarin en el Diario Vasco, el 15% de los adolescentes que atendieron el año pasado habían agredido alguna vez a su padre y, casi uno de cada cinco, el 18%, a su madre. El porcentaje desciende al 5% en el caso de las agresiones continuas. “Son cifras altas”, reconoce Carlos Jiménez, director técnico de Norbera, en el citado artículo. ¿Y van a más? “Es un fenómeno que en los últimos 20 años ha ido en aumento, aunque desde hace unos años se mantiene al mismo nivel, lo que pasa es que ahora se denuncia más”, explica. “Hay un informe que dice que en Euskadi del 2004 al 2008 las denuncias por violencia filo-parental subieron un 80%”.
Uno de los pilares sobre los que se sustenta Norbera es que el plan de actuación con el adolescente discurre de forma paralela y coordinada a la de sus padres. Es un trabajo familiar, en el que cada uno tiene su propio educador. Que sus padres tengan entrevistas con los educadores, asistan a sesiones con otros progenitores en la misma situación o charlas con expertos es un aliciente para que los adolescentes conflictivos continúen, más allá de la primera sesión, a la que acuden obligados, yendo a Norbera. Se trata de un plan que de media suele durar año y medio.