Luces que deslumbran
Para la mayoría, «Necesidades Educativas Especiales» remite a problemas de aprendizaje, dificultades idiomáticas e impedimentos varios. Es una categoría que también incluye a los alumnos con altas capacidades (antaño superdotados), una denominación en la que, con distintos grados, cabe entre el 3 y el 5% del alumnado. Aunque persisten problemas en su identificación, la gran duda llega a la hora de establecer la mejor estrategia para aprovechar su extraordinario potencial.
Autor: RODRIGO SANTOMINGO
Han sido quizá los grandes olvidados de los sistemas educativos contemporáneos. Volcada en el objetivo de la universalización y (una vez conseguida ésta) en atender correctamente a los alumnos con algún tipo de déficit de aprendizaje, las aulas de las últimas décadas han ido postergando uno de los desafíos más apasionantes para cualquier educador: retar a los más capaces y conseguir que su enorme potencial no se quede en mera promesa.
Tanto ha obviado la enseñanza reglada a su top intelectual que ni siquiera hoy en día es capaz de ponerse de acuerdo a la hora de denominar a los niños y niñas que lo conforman. ¿Superdotados? ¿Alumnos con altas capacidades? ¿Talentos precoces? ¿Simplemente genios?
Hay multitud de matices, pero el término más aceptado en la actualidad entre los expertos se refiere a altas capacidades.
Bien. Sabemos cómo llamarlos, pero seguimos sin estar muy seguros sobre quiénes son. Según la Organización Mundial de la Salud, todo aquel con un cociente intelectual (CI) por encima de 130. Para algunos autores, el mínimo común denominador sería un CI de 140. Otros lo elevan hasta 150.
Y claro, luego están los que no se fían de los test o estiman que son necesarios pero no suficientes. Es el caso de Nilda Aguirre, consultora del Programa de Atención al Alumnado con Altas Capacidades Intelectuales de la Comunidad de Madrid. “Muchas veces los test de inteligencia no identifican del todo qué niño es superdotado porque no tienen en cuenta, por ejemplo, si un niño es inmigrante y tiene la barrera del idioma”, declaró en una reciente entrevista a este semanario.
Aguirre y otros muchos abogan por complementar el test de CI con otro tipo de pruebas y entrevistas (escasamente estandarizadas, por cierto) que revelen talentos ocultos.
Lo que a su vez nos lleva a otra vuelta de tuerca que complica más aún las cosas: no hay un solo tipo de superdotación (o, digamos, “naturaleza de las altas capacidades”), sino varios. Como botón de muestra, sirva la clasificación propuesta por la profesora Mª Inmaculada Ramírez: superdotación creativa y con cociente intelectual elevado. Hay infinidad de ellas.
DILEMA
En definitiva, hablar de altas capacidades equivale a caminar sobre terreno pantanoso. Cuando toca calificar y evaluar a quienes las poseen, pero sobre todo en aquello que rodea las estrategias de actuación una vez que ya han sido identificadas.
Existe un dilema que actúa como principal semilla de la discordia. Se resume en la siguiente pregunta: ¿es bueno que los alumnos execepcionalmente inteligentes compartan pupitre con estudiantes mayores que ellos?
Para algunos nada indica empíricamente que dicha medida tenga que traducirse en inadaptación socio-emotiva. De hecho, no son pocos los que aseguran que el niño o adolescente con altas capacidades también suele madurar antes que sus iguales en otras facetas de su persona.
No todos piensan de igual forma. El francés Jean Terrasier acuñó en los años 90 el termino disincronía para referirse a un fenómeno que ya habían observado con anterioridad otros investigadores. Hablamos del desfase entre diferentes niveles de desarrollo (en especial entre el intelectual y el emocional), habitual entre los superdotados.
Problemas que Pilar Martín Lobo, psicóloga responsable de un programa de alto rendimiento que se lleva a cabo en un colegio de Llanera (Asturias), ha tratado de evitar manteniendo a los alumnos en los que se detectan altas capacidades en el curso que les corresponde por edad. Los más capaces ayudan a sus compañeros con problemas de aprendizaje (elaboran, por ejemplo, esquemas de asignaturas completas) y colaboran con el profesor. También inventan artefactos y profundizan en campos del saber no curriculares.
El profesor Javier Tourón responde a los que se muestran escépticos frente a la opción de acelerar el ritmo escolar sobre los “daños que se provocan a un niño con altas capacidades si no se cultiva adecuadamente su talento. Hay que tener en cuenta que si mutilamos su capacidad de aprender, estamos destruyendo uno de sus grandes activos”.
Tourón no defiende una u otra posibilidad, sino más bien dotar de una mayor flexibilización a los procesos educativos para avanzar hacia una idea de igualdad de oportunidades liderada por el principio “a cada uno según sus necesidades”.
Aunque con distintos nombres, básicamente existen dos estrategias para abordar el tratamiento diferenciado en los niños que muestran altas capacidades:
1. Aceleración curricular (estudiar contenidos en principio reservados a otros cursos superiores)
2. Enriquecimiento (ampliar horizontes sin sustituir los programas escolares previstos para su edad).
Resulta complicado delimitar donde termina un tipo de estrategia y empieza la otra. Para algunos expertos como el profesor Tourón (ver entrevista), ambas se solapan hasta el punto de que una conduce a la otra y viceversa.
Si nos referimos a la aceleración, la medida más controvertida (pero ni por asomo la única) es adelantar de curso académico al alumno para que estudie junto a compañeros mayores que él. También se puede acelerar (entendido como avanzar de curso) en algunas materias y en otras no, e incluso enseñar contenidos avanzados sin cambiar al chico o chica del aula que corresponde a su edad.
Ambas (aceleración y enriquecimiento) pueden llevarse a cabo dentro de la enseñanza reglada o en centros especiales fuera del horario escolar.