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Morir de inanición cultural

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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A diario acuden a nuestras obras escénicas padres con niños de 0 a 3 años que nos han ido desgranando su visión más o menos profunda sobre la primera infancia.

Se trata de un espacio de observación social y pública singular donde se pone de manifiesto una enorme cantidad de información sobre cómo se relacionan los padres con sus hijos de 0 a 3 años. Hoy en día la Cultura sigue estando abrumadoramente vetada a los niños recién nacidos y por extensión a sus padres. Durante esos tres años, los padres no encuentran actividades destinadas específicamente a la relación intensa que mantienen con sus hijos, actividades destinadas a cultivar esa relación única, maravillosa e irrepetible.

A lo largo de estos últimos 10 años, hemos observado el enorme potencial de estas experiencias escénicas para el desarrollo no sólo de los bebés, sino también de los adultos que les acompañan en silencio. Iniciarse en el arte del Teatro a través del encuentro entre diferentes generaciones permite entrar en la Cultura de otro modo. Dejamos de un lado el entre-tenimiento (que es como no tener nada), el pasa-tiempo, el matar el tiempo, para entrar de lleno en el cultivo de las semillas del tiempo.

De una forma muy estereotipada y muy alejada de toda exploración científica, hemos llegado a creer que los recién nacidos son una tabla rasa que no se entera de nada, que nos es capaz de expresar lo que le ocurre, con la que solo podemos comunicarnos a través de un magma sensorial abstracto. Vemos a la primera infancia como una etapa donde el ser humano esta completamente discapacitado para toda experiencia, incluida  la experiencia artística.  Nuestra frustración por no entender lo que nos quieren comunicar nos ha llevado a llamarles infantes: los que no tienen el uso de la palabra.

Sin embargo, nuestra experiencia nos ha demostrado todo lo contrario, que los bebés nacen como espectadores que atesoran todo el potencial de la humanidad, toda la riqueza sensitiva, emocional, e intelectiva porque en realidad no son los “peques” de la casa, sino los más avanzados, los más viejos,  puesto que atesoran un cruce genético más que sus padres. Sus estructuras heredadas arquetípicas les permiten entran de lleno en el símbolo, en el mito, en la poética. Su tremenda velocidad de desarrollo neuronal les abre sin dificultad las puertas para crear nuevas sinapsis, explorar nuevas áreas del cerebro en todo lo relacionado con lo desconocido. Son capaces de aventurarse como exploradores y vivir sin trabas ni miedos todo aquello que es nuevo o que no son capaces de entender. A medida que hemos ido despreciando a los seres humanos cuando nacen y creado modelos de hijos para que sean los más parecidos a sus padres, hemos ido trabando el potencial con el que nacemos. Hemos llegado a creer que la razón lo puede todo, y que todo lo que escapa al entendimiento y a nuestra capacidad de consciencia, o no forma parte de la realidad o por resultarnos ilegible, no existe. Por ese camino encontramos adultos moribundos por inanición cultural, incapaces de expresarse emocionalmente, sensitivamente o capaces de disparar sus neuronas a lugares desconocidos. Los recién nacidos tienen – entre otras muchas cosas- la responsabilidad de transformar a sus padres para que amen lo desconocido, para aventurarse de nuevo en el juego de la vida.

 

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