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Mucho, mucho ruido

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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El exceso de ruido en las aulas puede llegar a convertirse en un peligroso factor de estrés. Según un estudio de la Universidad de Oldenburg, en Alemania, en algunas clases se alcanzan los 80 decibelios, cuando lo normal es que las personas no estén sometidas a más de 55 decibelios de sonoridad. Una desmesura que luego se paga.

Nos guste o no, estamos marcados por el ruido, mucho ruido, turbia sensación que domina todas las esferas de las personas, la pública y la privada. Y cuesta salir de este bucle. El silencio puede llegar a ser, a estas alturas, hasta una conquista social.

Ruido en las casas, con la música a todo trapo, la televisión encendida, las llamadas al móvil (con ese campeonato de música de melodías a ver quién es más original). Ruido en la calle: obras, ambulancias, la policía, los bomberos, la música estridente de ese claxon. Ruido en el metro: una avería en una línea y las televisiones que no paran de transmitir noticias. Ruido en el trabajo: el hilo musical, llamadas por teléfono, gritos de los compañeros, el ronquido lejano de la máquina de café. Ruido en los bares y el ruido metalizado de las discotecas. Y mucho ruido también en las aulas, nuestro tema.

Pavor al silencio

Ha desaparecido el silencio. Para muchos, especialmente los jóvenes, se trata de una amenaza, el anticipo del muermo, el aviso de que uno está desenchufado de la vida. Se combate el silencio de mil maneras posibles: el recurso obsesivo al móvil y todo lo que gira a su alrededor; los todopoderosos ordenadores, que te conectan a cualquier lugar del mundo; y la conexión espiritual con la música, a todas horas, en todos los momentos.

Esta actitud se nota cuando uno tiene que hacer un viaje en autocar con los alumnos. Si no lo prepara antes, cada uno se sienta en su butaca y se dedica a escuchar su música o la de su compañero de asiento. No hay relación. No hay compañía. A pesar de la aparente sensación de caos, lo que domina es el acústico autismo social: mi yo conmigo mismo. Como leí en el título de un artículo que definía la juventud actual: “Generación YO S.L.”.

Enseñar a los alumnos a encontrar sentido al silencio es una gran empresa educativa. Aprender a divertirse solos (sin el ordenador), aprender a estar solos (sin el móvil: ¡qué gran tragedia!), aprender a leer en silencio y a solas… Encontrar en el silencio una oportunidad para disfrutar de la vida y profundizar en el yo.

Factor de estrés

Tanto para los alumnos como para los profesores, el exceso de ruido en las aulas puede llegar convertirse en un peligroso factor de estrés. Los ruidos que proceden del exterior (si las aulas dan a la calle), los ruidos de las clases vecinas, los ruidos deliberados o sin querer que provocan los alumnos… distraen la atención de los profesores y dificultan enormemente el aprendizaje de los propios alumnos. Lo normal es que las personas estén sometidas en un contexto ordinario a 55 decibelios de sonoridad, que pueden pasar de 70 a 77 y hasta los 80 (y más) en las aulas, según un estudio de la Universidad de Oldenburg, en Alemania. Para la mayoría de los alumnos, esto, en principio, no supone ningún problema, aunque a la larga, ocasiona determinados problemas auditivos y de concentración.

Eso sí, este desorbitante número de decibelios sí que puede afectar seriamente a los alumnos que tienen algún tipo de discapacidad auditiva.

Para evitar este ruido de fondo se debe mejorar la acústica de los edificios y de las aulas. Aunque ha habido mejoras en este sentido, con muchas indicaciones arquitectónicas que todos los centros deben cumplir por ley, sobre todo relacionadas con cuestiones de movilidad y con el fin de facilitar los desalojos y las condiciones de seguridad, todavía en muchos centros no se han puesto los medios para un adecuado acondicionamiento acústico de los espacios escolares y del mobiliario con el fin de evitar el exceso de ruido.

Hay que fomentar el uso de materiales absorbentes para amortiguar el efecto de los ruidos en los alumnos y para rebajar al máximo lo que se conoce como exceso de reverberación, que es el efecto producido por los rebotes de las ondas sonoras en las paredes, techos, suelo, piso, etc. Esta desmedida reverberación ocasiona un eco que incide negativamente en los alumnos. Es bueno que exista en las aulas una reverberación natural, pues ayuda como un altavoz a reforzar la voz del profesor; lo malo es cuando ese efecto de eco supera ciertos limites y hace que los alumnos no entiendan a los profesores, teniendo que agudizar al máximo el oído para comprender sus explicaciones.

Trastornos foniátricos

El exceso de ruido en las aulas provoca que los profesores tengan que forzar la voz para ser escuchados y mantener el orden. A la larga, los excesos se pagan y acaban provocando serios trastornos foniátricos y nódulos en las cuerdas vocales. De hecho, la Organización Mundial del Trabajo (OIT) considera al profesorado como la primera categoría profesional bajo riesgo de contraer enfermedades profesionales de la voz. Más aún, la única patología reconocida en la actualidad como enfermedad profesional de los docentes son los “nódulos de las cuerdas vocales como consecuencia de los esfuerzos sostenidos de la voz por motivos profesionales”. Todos conocemos ejemplos de profesores con problemas de afonía y disfonía ocasionados por el ejercicio de su profesión.

Esta enfermedad profesional corre el riesgo de aparecer en los primeros años de profesión y cuando se tiene que impartir una asignatura nueva, lo que suele provocar inseguridades que se manifiestan en una tonalidad inapropiada y forzada. También hay una mayor incidencia en los niveles educativos inferiores.

 

Informe Talis de la OCDEEn junio de 2009 la OCDE publicó el Informe TALIS, que contenía los resultados de una encuesta realizada a más de 90.000 profesores de los países miembros de la OCDE. Entre las conclusiones de este Informe se apuntaba a la necesidad de que las prioridades de los gobiernos en relación con la educación deberían pasar por hacer todo lo posible para que el profesorado pueda ejercer su trabajo en las mejores condiciones sociolaborales, mejorando también su prestigio y autoridad.
Un dato de este Informe resultaba demoledor: el 16% de las clases en España se pierden en imponer orden. Las situaciones de indisciplina a todos los niveles y la falta de autoridad de los profesores para poder resolver de manera efectiva estas situaciones son el caldo de cultivo de un ambiente que no contribuye en nada a un sano aprendizaje. Si el profesor pierde tanto tiempo en conseguir que la clase pueda impartirse en orden, pocas cosas se pueden conseguir con ese colectivo de alumnos.
El desorden puede alterarse por medio de situaciones bruscas, broncas, inesperadas; pero también hay un desorden planificado, sutilmente programado por los alumnos para que al profesor se le impida ejercer su trabajo y hasta llegue a perder los papeles. Por eso, en el debate que se está produciendo estas semanas en torno al posible Pacto Social y Político por la Educación, que está promoviendo el Ministerio de Educación, la mayoría de las organizaciones que representan a los profesores están reclamando medidas mucho más eficaces para mejorar la autoridad de los docentes con el fin de que puedan ejercer su trabajo en las mejores condiciones posibles. El exceso de ruido es una de las manifestaciones de este desorden que hay que combatir con todos los medios.

 

Varias anécdotas personales

Hay situaciones en que el silencio es sagrado. Por ejemplo, cuando uno asiste a una obra de teatro. Siempre he tenido pavor a esas sesiones especiales a las que acuden solamente los alumnos de algunos centros educativos. Muchos de ellos van en manada y no son conscientes de la importancia de la buena educación y la urbanidad en un contexto tan sensible. En uno de esos teatros, había una famosa y voluminosa cuidadora que se paseaba por los pasillos durante la representación para imponer con su presencia el necesario y obligatorio silencio. Si oía el más mínimo comentario, sin contemplaciones, enganchaba del cuello al causante y le ponía de patitas en la calle.

En un teatro donde no habían empleado un medio tan eficaz para imponer silencio a los jóvenes espectadores, hubo que suspender la representación en varias ocasiones por el deliberado murmullo, las risas a destiempo, los chistes y las carcajadas. La sesión tuvo que suspenderse por las reincidencias de este incontrolado grupo de gamberros.

Una vez llevé a mis alumnos a ver una zarzuela. En un momento dado, dos o tres filas por delante mía, vi cómo uno de mis alumnos aprovechaba la ocasión para abrir una bolsa de kikos, con el consiguiente y molesto ruido. Me levanté, le quité la bolsa y con un asesino gesto, que entendió a la primera, le obligué a tragarse sin masticar los kikos que ya tenía en la boca. Unos ejemplos que demuestran cómo el exceso de ruido o el ruido inoportuno provoca disrupciones que entorpecen cualquier tipo de aprendizaje.

 

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