Ni premios ni castigos
Los premios y los castigos no son educativos ni ayudan al crecimiento de nuestros hijos. ¿Qué podemos hacer para sustituirlos?
Eva R. Soler
Up to You es una fundación que imparte formación a profesionales de la educación y a familias. Tres formadores de esta fundación explican en el webinar “Ni premios, ni castigos. Entonces, ¿qué hacemos?”, qué problemas implica utilizar ambos como forma de educación de nuestros hijos y por qué los podemos sustituir. Os lo contamos resumido en forma de consejos.
Antes de premiar o castigar, pregúntate: ¿en qué ayudan a crecer a mi hijo?
¿Por qué los premios y los castigos no son una forma correcta de educación? ¿Qué decir a quienes opinan que un cachete a tiempo nunca viene mal? Ante estas preguntas, Miriam Canoz, formadora y responsable de Talleres Up to You, invita a reflexionar con otra pregunta. Si consideramos que educar es ayudar a crecer, después de dar un cachete, un castigo o un premio, la pregunta que los educadores debemos hacernos es: ¿Ayuda alguna de estas cosas a crecer a nuestro hijo? “¿En qué ha ayudado a crecer ese cachete, ese castigo, ese premio? Esa pregunta cambia la perspectiva. No se trata de justificar si nosotros, en su momento, aprendimos con los premios y castigos, sino de plantearnos en qué ayuda eso que estamos haciendo. Porque con el premio y con el castigo, nuestros hijos no sólo aprenden a seguir adelante en la vida, sino una forma de relacionarse con sus educadores (padres o maestros). Si les planteamos: “Si estudias, juegas a la play” o “Si suspendes, te quedas sin salir el fin de semana”, ellos pueden pensar: “Y a ti, ¿qué te importa? ¿Te importa mi vida? ¿Te importa que apruebe? ¿O te importa mi comportamiento? ¿Qué pasa que yo soy mi comportamiento?”. Se empieza a generar una vivencia que va más allá del hecho en sí. No sólo es el premio o el castigo, sino lo que está viviendo la persona: “Si hago lo que tú quieres (apruebo, me porto bien, comparto con mi hermano) todo va bien en nuestra relación, pero si no lo hago hay problemas”. Esto hace que aparezca la distancia en la relación y se convierta en una relación condicionada, que no es gratuita, sino que está mediada por el comportamiento que nosotros esperamos que tenga nuestro hijo.
No echar más leña al fuego
¿Cómo corregir los comportamientos inadecuados sin castigar? David Urtasun, padre, profesor y responsable titular del Colegio La Caridad en Cádiz, responde desde su experiencia y afirma que cuando sus hijos o sus alumnos tienen comportamientos inadecuados o no hacen lo correcto, él lo primero que trata de hacer es no echar más leña al fuego. “Si uno de mis hijos se enfada con su hermano cuando están jugando, grita, da un portazo… yo pienso: ¡uy, la cosa está mal! Si yo, ahora, a todo esto, añado un castigo por mal comportamiento (“A tu cuarto, estás castigado”) sólo añado más mal a la situación. En cambio, puedo preguntarme: ¿Por qué se expresa así mi hijo? ¿Qué es lo que le lleva actuar de esa forma? No es tan necesario hacerle ver que está mal, si él ya lo está experimentando así.
¡Cuidado con el refuerzo positivo porque puede convertirse en una exigencia!
¿Qué hay detrás del refuerzo positivo, de esa palmada en la espalda cuando sacan buenas notas, recogen la cocina…? Debora Bezares, madre y responsable de diseño educativo, confiesa que para enseñar a su hijo a hacer pis en el water recurrieron al refuerzo positivo con caramelos: cada vez que lo hacía bien, un Lacasito. ¿Qué pasó? Pues que, al ir creciendo, su hijo aprendió que cada vez que hacía algo bien podía pedir algo a cambio. “De esta forma, les estamos haciendo adictos a la recompensa social, adictos al reconocimiento y desaparece, totalmente, la gratuidad. Y nos perdemos la oportunidad de ir a la causa, saber por qué está haciendo eso, qué es lo que está viviendo. Por ejemplo, ¿por qué pega a sus hermanos? Nos estamos perdiendo esa conversación”.
El acompañamiento y las consecuencias naturales de los actos, alternativa a los premios y castigos
Como explica Miriam Canoz, un premio o un castigo es añadir algo artificial a lo que se ha hecho, pero lo que se hace, tiene de por sí, consecuencias naturales. Es decir: Si no estudias, suspendes. Si ensucias, limpias. De estudiar no se deduce que te aparezca una tablet o una bicicleta, como de suspender no se deduce el no salir el fin de semana. Si tú tiras los papeles, no se recogen solos, no es una consecuencia natural, pero proviene de la necesidad de que el espacio esté limpio.
Tampoco hay que demonizar los premios o castigos, porque detrás de quien premia o castiga, hay una buena intención. Si un padre, una madre, un profesor… ponemos un premio o un castigo es porque intentamos conseguir algo bueno en nuestro hijo. Pero es importante reflexionar sobre la necesidad que tenemos de replantearnos muchas cosas. Por ejemplo, si reflexionamos sobre las consecuencias naturales, habremos dado un paso. Ya no premiamos, ya no castigamos, ya no tenemos una relación condicionada, pero necesitamos dar más pasos y el siguiente paso es acompañar a nuestro hijo: Decirles “Los papeles no los tiras al suelo, los recoges”, no es lo mismo que decirles: “Has tirado los papeles al suelo, los recoges y yo te ayudo”. No sólo queremos que nuestro hijo tenga un determinado comportamiento (que recoja, que no grite…) sino que encuentre sentido a las cosas que está haciendo. Eso es educar. Sustituimos premios y castigos por consecuencias naturales. No quiero que mi hijo tenga un determinado comportamiento y que los papeles vuelvan al sitio donde tienen que estar, sino que quiero que mi hijo crezca como persona, que adquiera unas capacidades. Hay una vida interior del niño que me interesa y eso también lo estamos trabajando. Por su parte, se trata de que no vean recoger los papeles como un castigo, sino como una tarea que hay que hacer y nosotros les acompañamos. Por la nuestra, no se trata de cambiar una técnica por otra, sino de reconocer a la persona que tenemos delante.
Felicítale por sí mismo, no cuando actúan bien
Igual que se puede corregir sin castigar, se puede felicitar y agradecer sin premio. Es muy diferente decirle a nuestro hijo: “Te quiero, estoy muy orgulloso de ti”, en el contexto de ir caminando por la calle sin más, a decírselo después de ver las buenas notas que ha obtenido. Es muy diferente si esa expresión de alegría va ligada al hecho de hacer algo o si es gratuita y no está condicionada por no haber hecho nada. Se puede felicitar, agradecer, sin premiar. La clave es en qué momento y de qué manera lo estamos haciendo, no ligándolos a comportamientos o a hechos concretos.
Enséñale a obedecer como señal de confianza
Es posible obedecer sin recompensas, sostiene David Urtasun. La clave es ver qué está viviendo la persona para ver por qué se comporta de una determinada manera y darle valor a las cosas que hace por sí mismas. Dar valor a la persona por sí misma y por ser quien es. ¿Quiero que mis hijos y mis alumnos hagan caso a lo que yo digo, que no lo discutan o quiero que me obedezcan como una señal de confianza? Si confían en mí, puede ser una expresión natural de esa relación que vivimos. Necesitamos ir a ver qué está viviendo esa persona en su interior. Un niño que grita o que pega, ¿qué está viviendo para que se exprese de esa manera? Eso es lo que tenemos que atender poco a poco, ser sensibles a esa realidad que tenemos delante en los demás.
Si un niño trata mal a sus compañeros o a sus propios padres, ¿cómo se corrige esta actuación?
Hay que ver la dinámica que está viviendo ese niño: ¿por qué trata mal a sus compañeros o a sus padres? Es verdad que hay que corregir, pero si lo vemos como un problema (pega, grita, trata mal…) aplicaremos soluciones, es como apagar fuegos, queremos arreglar el problema, aquí y ahora y eso es muy tentador. Pero hay otra manera de ver la situación (pega, grita, trata mal…) que es como una oportunidad. Tenemos delante una oportunidad de poder ayudar a nuestro hijo y a que descubra por qué trata mal. ¿Por qué para decir eso con lo que no está de acuerdo pega al otro? ¿Por qué se expresa de ese modo y de qué otra forma lo podría hacer? Tenemos una auténtica oportunidad de descubrirlo juntos, es una experiencia con la que la relación se intensifica. Y si uno en un determinado momento castiga, no juzgamos, pero abrimos interrogantes que nos ayuden. Si a uno no se le ocurre otra cosa, pues se va con tarea a la cama, a pensar qué es lo que ha pasado en su propia vida, qué necesita, en qué puede ayudar a crecer a ese hijo. Se va con tarea, por tanto, es una oportunidad para uno mismo.
LAS SANCIONES TAMPOCO SON NECESARIAS EN CLASE
En los reglamentos de los centros escolares, muchas veces, aparece el castigo o las penalizaciones por malos comportamientos. ¿Cómo hay que actuar en el aula? ¿Son necesarias las sanciones o penalizaciones? David Urtasun, padre, profesor y responsable de del Colegio La Caridad de Cádiz responde: “Creo que las sanciones que aparecen en los reglamentos no consiguen un fin educativo. Si una alumna actúa incorrectamente, ponemos un parte de expulsión, se rompe la relación con el chico durante unos días para ver si recapacita. Creo que, muchas veces, estamos más centrados en recuperaciones académicas que en recuperaciones de la persona. Si estas sanciones fueran eficaces, los chicos no reincidirían, pero la experiencia indica lo contrario. Entonces, hay que repensar cuál es nuestra intención educativa al respecto y tiene que ir más relacionada al interior de la persona, a por qué llegamos a esas situaciones. Ellos mismos son conscientes de que no estamos atendiendo a su interior, sino dando solución a un problema puntual. Una sanción no cambia el interior de una persona”.