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“No entiendo las matemáticas si no son para ayudar”

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Siempre se ha tendido a considerar a los hombres de ciencia como individuos desprovistos de toda capacidad de empatizar con los demás. Una suerte de tipos que apenas salen de sus despachos o laboratorios, que maquinan en lenguajes ininteligibles para el resto del mundo y que se ríen cuando ven una fórmula mal escrita detrás de sus gafas remendadas con celo.

Pero la realidad, más allá del tópico, es que las matemáticas nos rodean y nos procuran dosis de felicidad más altas que muchas otras disciplinas: desde un punteo de Jimmy Hendrix hasta el algoritmo que permite que Google encuentre aquello que buscamos, o aquello que Google quiere que encontremos. Todo se puede explicar a través de esta ciencia, a pesar de que ha liderado los rankings de asignaturas más odiadas durante siglos.

Pues bien, Osvaldo Carrillo, director del Instituto de Matemáticas y Computación, no sólo encontró la manera de entender y hacer entender el álgebra y el cálculo infinitesimal: vio en las matemáticas una puerta para ayudar a los demás y una forma de explicar el mundo a través de un lenguaje algo más fiable que las palabras, que muchas veces tienen varios significados: “Pero no todo fue inmediato, ¿eh? Estaba haciendo el doctorado aquí, en España, y empecé a colaborar con algunas empresas con las que hacía trabajos de consultoría. Lo que empezó siendo un viaje de estudios acabó por ser algo más…”

P. ¿Y en qué momento decides apostar por la educación?
R. En realidad en todo momento estuvo ahí. La parte académica siempre me interesó, incluso en aquel entonces, pues estaba como profesor asistente en la Universidad. En realidad, estaba en el momento justo en el sitio adecuado, pues por mi trabajo en el mundo de la empresa, sabía dónde estaban las necesidades, y tenía el know how adecuado por pertenecer al ámbito académico.

P. ¿Te gustaron siempre las matemáticas o les cogiste el gusto según fuiste siendo adulto?
R. Toda la vida me gustaron y tuve la suerte en el trayecto de haber encontrado gente que amaba esta disciplina. En concreto, mi inspiración la encontré en un sacerdote que compaginaba su ministerio con clases de física y álgebra. Él me hacía pensar y me sirvió como modelo de conducta. Siempre sentí una gran admiración por él.

P. ¿Qué ejemplo te dio?
R. Amaba la enseñanza, la disciplina, digamos, académica, pero amaba tanto o más a sus alumnos. Para él eran lo más importante. De hecho, trabajaba gratuitamente en su parroquia y después de la eucaristía impartía clases de refuerzo a todo el que lo requería, en el salón parroquial. El salón se llenaba de niños de todas las edades y niveles, hasta gente de la facultad. Me motivó mucho esa forma de ser y de estar en el mundo.

P. Es una manera de utilizar las matemáticas para ayudar a los demás.

R. Sí. Las clases eran una excusa para hacer comunidad, pero se aprendía mucho. En un momento, se reunió conmigo. “Tengo un problema”, me dijo. “¿Un problema? ¿Usted?”

P. Te extrañaba, claro…

R. ¡Era la persona que más admiraba, no podía tener problemas! El caso es que me dijo que la clase había crecido mucho y que yo tenía mucho talento para las matemáticas y para explicárselas a los demás. Él se encargó de los alumnos mayores y yo de los más pequeños. En realidad, fue una ayuda para mí: él supo estimular mis talentos. Así empezó mi historia.

P. Los números son tu vida, entonces.

R. Creo que nunca he leído un libro en el que no saliera una fórmula…

P. Pero a las matemáticas se les suele tener manía, y perdona por el tópico, tal vez porque los alumnos no saben ver sus aplicaciones prácticas…

R. Las matemáticas pecan de teóricas por dos motivos: el profesor y el sistema. Nosotros intentamos enseñar las matemáticas de una manera más entusiasta y aplicada, pero hay errores desde la base: a día de hoy, desde primero de Primaria, al niño se le obliga a entrar en el mundo de los adultos.

P. ¿Qué quieres decir con el mundo de los adultos?
R. Pues, por poner un ejemplo, el niño sí o sí tiene que aprender la tabla de multiplicar o las sumas y las restas, pero no sabe decirte qué está haciendo. Sólo utiliza su memoria, no sabe pensar. Y eso se reproduce a lo largo de toda la vida. Cuando a un alumno de una ingeniería le pregunto por qué hace algo me dice: “porque me lo han enseñado así. Nunca me había planteado el motivo”.

P. No hemos acostumbrado a los niños a pensar…

R. Efectivamente. Todos los niños tienen imaginación, creatividad… y para las matemáticas también. Esa manera de enseñar de la que te hablo ha conseguido que veamos la ciencia como una materia gris y opaca, como un conjunto de cálculos. Pero las matemáticas son un lenguaje que hay que saber interpretar y que sirve para resolver problemas de la vida real.

P. Esa aplicación práctica es la que, precisamente, puede hacer que los niños disfruten de las matemáticas…

R. Claro. Es que no concibo las matemáticas si no son para ayudar, para solucionar problemas. Cualquier niño puede aprender este lenguaje y aquí utilizamos el juego y las aplicaciones prácticas para que lo entiendan. A través de la diversión: cómo una falta de Cristiano Ronaldo está rodeada de matemáticas. El sistema permite que se evalúe a los chicos por su buena o mala memoria: se sabe las tablas, se sabe las fórmulas y ha aprendido qué tipo de problemas necesitan según qué aplicaciones, pero no sabe pensar. Por eso es necesario un cambio de metodología, una escala de parámetros distintos sobre los que crecer.

P. Y el problema es que romper con lo establecido no es sencillo…

R. Claro. Si un niño quiere imaginar una solución diferente a la habitual, no va a poder desarrollarla, porque en el colegio le exigen la respuesta habitual. Los niños trabajan con las matemáticas manipulativas, no con las matemáticas intuitivas. Es necesario que aprendan a pensar.

P. En la peor crisis de la historia del capitalismo, ¿notas que la educación se está viendo dañada por la coyuntura económica?
R. Sin duda, sí. Es terrible que los intentos de salida a las crisis económicas nunca vengan de la mano de un cambio de paradigmas educativos. Es necesario ser más radical, porque utilizamos fórmulas antiguas para solucionar problemas actuales. La educación es la única manera de hacer frente a lo que tenemos encima.

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