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¡No me chilles!

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Por Ana Veiga

 

¿Puedes recordar la última vez que gritaste a tu hijo? Puede que haya sido hoy, ayer o hace un mes; puede que el motivo haya sido una tontería o puede que la causa de la disputa venga de una situación compleja. Pero lo más probable es que tengas el recuerdo de algún momento en que le levantaste la voz. Varios estudios hablan de los efectos que esto puede tener en el cerebro de nuestros hijos y en su comportamiento.

 

En la Universidad de Pittsburg, el Profesor de Psicología Ming-Te Wang realizó un estudio – publicado en la revista Child Development– sobre qué suponen los gritos de los padres para los adolescentes. El estudio, llamado Enlaces longitudinales entre la disciplina verbal dura de padres/madres y los problemas de conducta y síntomas depresivos de los adolescentesse realizó en 10 escuelas de Pensilvania durante un período de dos años. 967 adolescentes y sus padres participaron en el estudio a través de encuestas periódicas sobre temas relacionados con su salud mental, prácticas de crianza o la calidad de la relación paterno-filial, entre otras.

 
Tras dos años de estudio, Wang y la coautora de la investigación, Sarah Kenny, notaron que “los efectos de la disciplina verbal fueron aproximadamente los mismos que con la disciplina física; y por eso, podemos deducir que estos resultados durarán de una forma similar en el tiempo”, dijo Wang. ¿Cómo se determinó esa similitud entre ‘disciplinas’? Los investigadores notaron que los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo.

 
Y aunque muchos padres habrán pronunciado cientos de veces el manido “es por tu propio bien”, usar el amor y preocupación por nuestros hijos como razón para echarles una regañina a pleno pulmón parecen no ser suficientes para mitigar el daño de nuestros gritos; sí, aunque creamos que nos han dado motivos para gritarles. Así lo explican los investigadores, que confirmaron que el apoyo emocional y afecto de padres a hijos no sirven de paliativos. “El amor no disminuyó los efectos de la disciplina verbal y tampoco lo hizo la fuerza del vínculo entre padres e hijos”, explica Wang.

 

«Los adolescentes que habían recibido gritos sufrían un aumento de síntomas depresivos y tenían más probabilidades de mostrar problemas de conducta como, por ejemplo, un comportamiento antisocial y agresivo»

Pero ¿y si nuestro grito es una respuesta al suyo? Esa fue otra de las líneas de investigación de Wang y Kenny, que querían saber si la agresividad verbal era un camino de doble sentido. Y así fue, demostraron que los gritos durante la adolescencia se daban más en familias en las que el niño había mostrado comportamientos problemáticos. “Es un círculo vicioso y una decisión difícil para los padres, porque funciona en ambos sentidos: Las conductas problemáticas de los niños crean el deseo de impartir una disciplina verbal dura, pero esa disciplina puede empujar a los adolescentes hacia esos mismos comportamientos problemáticos”, advierte.

 
Como detalle, Wang subraya que no eran familias desestructuradas “ni había nada extremo o roto en estas casas” sino que se trataba de familias de clase media sin problemas extracotidianos. “Hay muchas familias como estas, con una buena relación intergeneracional, en la que padres preocupados intentan que evitar que sus hijos tengan comportamientos problemáticos”. La cuestión es cómo. Los investigadores de Pitssburg, Wang y Kenny, recomiendan a los progenitores que deseen romper el círculo de gritos que intenten comunicarse con sus hijos al mismo nivel, explicándoles sus preocupaciones y motivos.

 

Impacto en el cerebro

 

Alice Graham, psiquiatra de la Escuela de Medicina de Harvard, y su equipo analizaron el impacto de la dureza verbal y elevado volumen de la misma en los niños. Y descubrieron que los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente.

 

Los investigadores de Oregón señalaron que el cerebro de los bebés tiene un gran nivel de plasticidad, es decir, se adapta a los entornos y encuentros que experimentan con el fin de que el humano pueda desarrollarse. Pero esta maleabilidad conlleva vulnerabilidad. «Nos interesaba saber si el conflicto entre los padres era una fuente común de estrés temprano en las vidas de los niños, y si estaba relacionado con el funcionamiento de los cerebros de los bebés», comentó Graham.

 

«Es un círculo vicioso y una decisión difícil para los padres, porque funciona en ambos sentidos: Las conductas problemáticas de los niños crean el deseo de impartir una disciplina verbal dura, pero esa disciplina puede empujar a los adolescentes hacia esos mismos comportamientos problemáticos”

 
Para determinarlo, analizaron a más de 50 niños que padecían trastornos psiquiátricos, y los compararon con otros 100 niños sanos. Así, descubrieron que algunos de los menores mostraban una alteración en el cuerpo calloso, que es una estructura que conecta ambos hemisferios. Curiosamente, la alteración era más común en los niños que sufrían maltrato verbal o eran incluso víctimas de la humillación y gritos habituales. Lo más interesante del estudio es que no solo habla de las consecuencias de crecer en un ambiente disfuncional, sino que las huellas en el cerebro infantil pueden provenir incluso de la exposición a tensiones moderadas.

 
Y esto no sucede solo en la etapa infantil sino que una investigación de la Universidad de Oregón mantiene que los bebés ya pueden sufrir sus consecuencias. Un equipo de neurocientíficos analizó el cerebro de 20 menores -entre los 6 y 12 meses de edad- a través de resonancias magnéticas. En las pruebas, se puso a los bebés a dormir en el escáner mientras un adulto decía oraciones sin sentido pronunciadas con un tono de voz muy enojado, levemente enojado, feliz y neutro.

 

«Los gritos pueden llegar a modificar la estructura del cerebro infantil de forma permanente»

Ahí, pudieron ver que los bebés mostraban distintos patrones de actividad cerebral dependiendo del tono emocional de la voz que presentamos. Los bebés de hogares conflictivos donde los gritos son habituales mostraban una mayor reactividad a los tonos de voz enfadados, especialmente en las áreas cerebrales relacionadas con el estrés y la regulación emocional.

 
Incluso, se descubrió que las discusiones entre padres/madres en un volumen alto afecta la forma en que los bebés procesan los tonos emocionales de la voz también mientras duermen. «Lejos de ignorar los conflictos de los padres, el procesamiento de los estímulos por parte de los bebés, como un tono de voz enojado, puede ocurrir incluso durante el sueño», aclaran.

 
En investigaciones anteriores, ya se ha descubierto que tensiones graves, como el abuso, tienen un impacto perjudicial en el funcionamiento social y emocional de un niño. Ahora, este equipo de psiquiatras liderado por Graham cree que las tensiones moderadas tienen un impacto similar.

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