¿Obligarles a comer? La obsesión por el plato limpio
Ana Veiga
El 85% de los padres obliga a comer a sus hijos cuando ya han saciado su apetito, según un estudio realizado en la Universidad de California. Y, aunque se presupone buena voluntad y preocupación por la buena alimentación del pequeño, puede que en realidad le estemos transmitiendo todo lo contrario.
“Nadie debe obligar a comer a nadie”, sentencia tajante Carlos González, pediatra y autor del libro Mi niño no me come. “Cuando queda comida en el plato, hay que tirarla en la basura orgánica, y tomar nota para poner menos comida en el plato la próxima vez”.
No, González no es de la corriente de ‘lo que no comes, lo cenas’. Considera que lo ideal es conocer y respetar la cantidad de comida que requiere nuestro hijo/as. “Depende de cada niño, y se ha comprobado que algunos niños comen cada día el triple que otros de la misma edad y peso. Y para saber si el peso de un niño es correcto, hay que compararlo con las tablas de peso y talla, así como las de relación peso/talla, índice de masa corporal y velocidad de crecimiento”.
En caso de que el/la menor tenga un peso demasiado bajo para su edad o talla, debemos hacerle las pruebas oportunas, determinar si tiene alguna enfermedad y, si es el caso, tratarlo “pero jamás hay que obligarle a comer, porque sólo llevaría a retrasar el diagnóstico; la celiaquía, la tuberculosis, la insuficiencia renal, los parásitos intestinales… no se curan obligando al niño a comer”.
El estudio “Consecuencias de pertenecer al club del plato limpio” de la Universidad Cornell de Ithaca, afirman que los niños a los que se les ha obligado a comer tienen más posibilidades de padecer obesidad en la edad adulta. González matiza que el estudio solo les preguntó a un grupo de niños de cuatro años cuánta comida querían que les sirvieran, en una comida de prueba. “Aquellos niños cuyos padres afirman que les obligan a acabarse el plato, tendían a pedir que les pongan más cantidad” pero insiste en que “de ahí no se puede extraer que serán obesos en la edad adulta”. Aunque “dado que sufrimos una gravísima epidemia de obesidad infantil, cualquier factor que haga que los niños se sirvan más comida es preocupante”.
Esta tendencia a llenar el plato a pesar de lo que opine el pequeño comensal, puede venir de la educación alimentaria que hemos recibido en casa. Siempre es difícil romper con el ciclo en el que nos han criado. Aunque el pediatra ve una diferencia entre la forma en que nuestros padres nos obligaron a nosotros – y nuestros abuelos obligaron a nuestros padres-: “Los ahora padres y madres tuvieron poca obesidad infantil; y los ahora abuelos/as casi no la conocieron. Algo ha cambiado. Sí, los que ahora serían bisabuelos muchas veces obligaban a comer… pero obligaban a comer mucha menos cantidad, y sobre todo la comida era de mejor calidad que ahora. Los que ahora son abuelos pasaron toda su infancia sin probar la Coca-Cola, los donuts, el Cola Cao, las magdalenas, las bolsitas de patatas… No estamos haciéndolo “como nuestros abuelos, sino mucho peor”, remarca.
Y no solo eso. En muchos casos, se usa la comida como recompensa e incluso se podría decir que como herramienta para inculcar obediencia. En general, González está en contra de los premios y los castigos para modificar la conducta “Incluso si fueran útiles –muchos estudios demuestran que no lo son-, serían inmorales”.
Pero cuando el premio es algo comestible, hay un problema todavía más grave: sistemáticamente, el premio es comida insana. “Nunca ofrecemos como premio una manzana, unas acelgas o unas lentejas; siempre se «premia» con helados, pasteles, caramelos, aperitivos salados… Le estamos diciendo a nuestros hijos que ese tipo de comida es la mejor que hay, que es tan buena que es un premio. Esto es una de las razones que acaba provocando que sea precisamente esa comida que mostramos como trofeo aquella que el niño/a desea profundamente.
La neofobia
Hay muchas razones para que un niño rechace la comida. Para muchos niños, solo es una fase de su desarrollo. “Entre el año y medio y los seis años, la mayoría experimentan algo llamado neofobia”, explica Bee Wilson, periodista especializada en alimentación y autora de El primer bocado (First Bite).La neofobia es el miedo incontrolable e injustificado que se siente hacia cosas o experiencias nuevas. Y en el caso de lo niños, es habitual que se relacione con la comida.
Y manda un mensaje a los padres: “Cualquier niño es capaz de aprender a amar el brócoli. Pero se tarda a algunas personas más tiempo para llegar allí que otros”. Con esto, quiere tranquilizar a esos progenitores que se culpan –o que son culpados- por sus hijos e hijas ‘malcomedores’. Sobre todo, para que esa culpa no acabe derivando en una presión familiar a los niños para obligarles a comer. Si no tienen hambre, no la tienen. Es preferible enseñar sin obligar y “no convertir la cena en la hora más estresante y triste del día”.
CONSEJOS PRÁCTICOS
n Bee Wilson nos da pautas para gestionar el momento de la comida con nuestros hijos de la mejor forma posible.
n n Tres cosas que debes evitar:
n No lleves la culpa o la vergüenza a la mesa. El chocolate no es ‘malo’; y la ensalada no es ‘maravillosa’. Solo es comida.
n No les presiones para comer. El objetivo final es ayudarles a convertidse en adultos que disfruten de los alimentos en todas sus variedades.
n Si el niño/a no quiere probar comida nueva, prueba a ofrecérsela en pequeñas cantidades, tan pequeñas como un guisante. Con que lo prueben ya será suficiente; no esperes que coman el plato entero la primera vez.
n n Tres cosas que puedes hacer:
n En vez de insistir en que coman, trata de convertirte en el ejemplo que quieres ver en tus hijos e hijas.
n Sé amable y comprensivo/a, contigo y con ellos. Todos tenemos derecho a cometer fallos.