Padres de adolescentes
Somos sabedores de que la adolescencia
busca ser ella misma, desea
romper el cordón umbilical con los
padres, ser libre, autónoma. Y así ha
de ser. Existen ritos iniciáticos de independencia
para mostrarse a sí mismos
ante sí y ante el grupo.
Autor: JAVIER URRA PSICÓLOGO CON LA ESPECIALIDAD DE CLÍNICA, PEDAGOGO TERAPEUTA
Adolescencia, época de zozobra, de cambios, de riesgos reales, donde el hijo se va a independizar más, va a contactar con otros jóvenes de todo tipo. Es el momento de la vida en que no se entiende cómo nos ven los mayores. Se solicita puntualmente la presencia del adulto y en ocasiones se rehuye de él, en otras se enfrenta al mismo.
Somos sabedores de que la adolescencia busca ser ella misma, desea romper el cordón umbilical con los padres, ser libre, autónoma. Y así ha de ser. Existen ritos iniciáticos de independencia para mostrarse ante sí mismos y al grupo de referencia que ya son; algunos lo hacen con la ingesta de alcohol, de anfetaminas, con fugas o rotura de objetos o transgresión de normas. Los tutores hemos de propiciar los pasos iniciáticos adecuándolos a su edad y características (ir a un campamento, viajar por Europa en grupo…), canalizaremos sus impulsos y necesidades, no los cercenaremos. Pero para ello hay que haber ganado su confianza, haber estado a su lado desde pequeños, haberles acariciado con nuestra escucha, ser valorados.
Los niños pasan a ser jóvenes y un día se emancipan, pero hay algunos padres que no saben aprender a distanciarse. Se puede conocer a los hijos, se puede caminar y disfrutar juntos sin confundir el ser amigos con ser colega, pues los padres han de marcar límites; los niños los precisan.
Algunos posicionamientos erróneos con los adolescentes son el intentar seducirlos, buscar siempre su complicidad, es lo que menos precisan y en el fondo desean, esta tonta actitud les impele a huir, a liberarse de tan equívoca relación.
Otros padres desean identificarse y aún parecerse al adolescente (en ocasiones hasta en su forma de vestir, relacionarse y hablar), obviamente se dificulta su proceso de autonomía.
Los adolescentes tienen un profundo sentido del ridículo y a veces los adultos les dan razones para agrandarlo (¡quien no ha visto a un padre o madre joven recién separado de su pareja que se comporta en sus relaciones con el otro género como lo hacen sus hijos, cuando no compiten con los mismos!). Hay que erradicar el discurso problemático y de lamentaciones existente en relación con los adolescentes. Compadecerlos por sus dificultades es otra forma de equivocarse, como lo es pertrecharse en añoranzas o comparaciones «históricas».
Hemos de mirar sin miedo al horizonte y autoeducarnos. Dice una canción vasca, Txori, Txuria «si yo le cortara las alas, sería mío, no se escaparía, pero… de esa forma ya no sería nunca más un pájaro, y yo quería al pájaro».