Por qué los programas antibullying no funcionan
Prevenir y reparar sin castigar son algunos de los retos de los programas contra el acoso escolar y el ciberacoso.
Por Diana Oliver
En 2016, la organización Save the children publicaba ‘Yo a eso no juego’, un informe con el que buscaba dar respuestas a cuestiones como qué son el acoso escolar y el ciberacoso, qué formas adoptan y qué podemos hacer para evitarlos. “Ni exageración ni negación; es necesario enfocar adecuada y racionalmente la acción pública tanto a nivel nacional como autonómico y local”, reclamaban en el documento. Algunos de los datos que recogían ponían de manifiesto que, a pesar de un mayor esfuerzo y una mayor concienciación, falta un mayor compromiso de los poderes públicos para entender este fenómeno: “El conocimiento es esencial para poder traducirlo en campañas que atiendan a todos los agentes implicados y para dar formación a los profesionales de la educación que permita detectar tempranamente e intervenir ante situaciones de acoso”. También la ineficacia de muchos de los programas que recogían medidas enfocadas a la restauración de derechos de la víctima desde un enfoque punitivo hacia el agresor en lugar de hacerlo hacia medidas de reeducación y toma de conciencia.
Según Nora Rodríguez, pedagoga e investigadora de conflictos sociales, y autora de ‘Educar para la Paz, la neurociencia de la felicidad responsable’, los programas contra el acoso escolar y ciberacoso no funcionan precisamente porque no se les enseña a los alumnos que deben reparar sus errores, “haciendo algo por otros, por la comunidad educativa, o ayudando con generosidad a alumnos que más lo necesitan, incluso desde edades tempranas”. Insiste en que reparar no es castigar. “Hay que poner el foco en el cerebro social, en todas las capacidades propias de nuestro sistema interno para cuidar de otros, y cuidar de uno mismo. Los alumnos tienen que sentir los buenos efectos de reparar, que es hacer algo por otro, como recurso de aprendizaje social. Si no actúan desde otro lugar, es lógico que no funcionen los programas”, explica.
Lamenta Rodríguez también que muchos de los programas elaborados contra el acoso escolar y el ciberacoso se centren en observar lo que está sucediendo y tomar medidas disciplinarias firmes cuando se produce el acoso escolar. De esta forma no se sabe realmente lo que está sucediendo: “La intimidación ocurre en compañía de compañeros y, rara vez, en compañía de docentes. Los alumnos lo ven y lo saben, los docentes no”. Es por esto que la segunda parte de todo programa debería centrarse, según la experta, en empoderar a los alumnos para ayudarles a tomar consciencia de lo que pueden hacer y que así puedan participar activamente para pararlo. “Los alumnos no apoyan de manera efectiva programas disciplinarios, pero sí encuentran respuestas y soluciones cuando hablamos con ellos sobre intimidación. Después de 10 años hablando claramente con ellos sé que hay que tomar enserio a la audiencia cuando se trata de preadolecentes y adolescentes, saber cómo hablarles y promover el contagio emocional para que se impliquen”, cuenta la pedagoga a Padres y colegios.
Los efectos del acoso escolar y el ciberacoso
Las consecuencias del acoso y la violencia son lo bastante importantes como para actuar con urgencia. “Esta forma de violencia tiene importantes consecuencias para las personas y la sociedad en su conjunto. Más allá de los riesgos físicos a veces padecidos por los niños y niñas, sabemos que las consecuencias psicológicas pueden ser graves: depresión, abandono escolar, absentismo por miedo a acudir a la escuela; y, lo que es peor, pueden llegar hasta el suicidio”, señala Andrés Conde, Director General de Save the Children España, en el informe citado.
Según Nora Rodríguez no sólo las víctimas sufren las consecuencias, sino que los tres actores del bullying son perjudicados. “La víctima, porque la violencia en cualquiera de sus formas puede causar trastornos físicos y mentales o enfermedades importantes. En casos extremos pueden desear atentar contra su vida o contra otros como venganza. El acosador también necesita ayuda porque psicológicamente sufre alteraciones importantes. Y los testigos, porque las investigaciones demuestran que los alumnos que son testigos de la intimidación también pueden sufrir estrés postraumático”, explica.
¿Se recupera emocionalmente una persona que ha sufrido acoso? Responde la pedagoga que si la víctima recibe ayuda y apoyo de su familia y amigos, así como apoyo a nivel psicológico, sí, pero considera que es urgente hablar de prevención. “Es mucho lo que se puede hacer desde los colegios para prevenir conociendo cómo actuar en cada fase del bullying –según la edad de los alumnos–, dinamizando espacios con estrategias adecuadas para la prevención e intervenciones neuroeducativas”.
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¿Sabemos las familias hacer frente al bullying?
Apunta Nora Rodríguez que las familias, aunque tienen generalmente buena voluntad hacia el acoso escolar y el ciberacoso, no disponen de estrategias adecuadas. “Muchos padres desconocen que desde la pubertad hay un gran deseo de armonizar con el grupo, y que esa necesidad de estar “en sintonía” no siempre les lleva a tomar buenas decisiones”, señala como ejemplo. Añade que si partimos de la base de que en todos los colegios puede haber bullying, los padres pueden prevenir que sus hijos se conviertan en víctima, acosador o testigo mudo, y que si están en esa situación, no lo lleven en silencio. “Es necesario empezar a darles otros marcos de referencia a niños y adolescentes y siempre mediante emociones constructivas”, concluye.
Para Nora Rodríguez hay tres aspectos básicos en la educación contra el bullying que las familias y educadores deberían saber:
- Cómo los niños y adolescentes construyen sus fortalezas.
- Qué los adultos sólo pueden enseñar lo que entienden y encarnan, y es posible enseñar a tener buenos vínculos con los demás.
- La importancia de educar en la empatía, la creatividad y el autocontrol.
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