Series poco serias
Los datos no mienten: los adolescentes que ven con frecuencia series con escenas de sexo, reconocen haberse iniciado antes en las relaciones sexuales. Y no es el único comportamiento que imitan. ¿Simple casualidad?.
La profesora manda callar a un alumno y éste, desafiante, le espeta:“A mí no me mandas”. La escena, ocurrida hace meses en un instituto de Madrid, no sólo resulta preocupante por la falta de respeto, sino porque la noche anterior, una serie de televisión para adolescentes mostraba un comportamiento similar. Los profesores lamentan que cada vez que sale algo así por la tele, pasa algo parecido. Y no es la única actitud que parecen copiar los púberes. Según un estudio de la entidad norteamericana RAND, los adolescentes que ven con más frecuencia los programas con más escenas de sexo reconocen haberse iniciado antes en las relaciones sexuales. Además, entre los jóvenes seguidores de estas series el número de embarazos no deseados es dos veces superior al de quienes no seguían esa programación.
Los factores que inciden en ambos ejemplos son múltiples, pero, como reconoce el psicólogo Jaime Serrada, “los modelos de comportamientos y de relaciones que presentan las series afectan a los adolescentes. Lo que ve en las series le afecta en cuanto que éstas sólo enseñan las consecuencias que interesan por motivos de guión, y eso acaba generando una forma de ver el mundo del tipo carpe diem: vive el momento sin preocuparte por lo que puede pasar”.
Más allá de la fantasía
Serrada es miembro de la fundación Gift&Tasck y coordinador de Storyboarding, un programa de educación integral de la persona dirigido a adolescentes que usa el cine como metodología. Por eso, sabe que “a pesar de lo explícita que puede llegar a ser una escena de sexo o de lo disruptiva que puede llegar a ser una conducta en un centro escolar, lo que más afecta negativamente al adolescente no es visualizar la conducta en sí, sino ver que este tipo de acciones apenas tiene consecuencias en el personaje, en sus relaciones, en su identidad personal y en su búsqueda de la felicidad.
El error está en no mostrar cómo los actos definen al personaje, en intentar demostrar que una persona puede ser en el fondo de una manera, cuando con sus acciones se define de otra. O que puede ser feliz sin construir una relación sincera con nadie y viviendo como si la libertad fuera hacer todo lo que se proponga aún a costa de uno mismo y de los demás”.
Serrada asegura que, “partiendo de que los actores pasan una selección para que en la serie se garantice un atractivo físico innegable, se pueden enumerar roles en casi todas las series: encontramos al ‘malote’, que actúa dañando al resto pero que en el fondo tiene buen corazón; el personaje homosexual, que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, es buen consejero, el mejor amigo… Otro es aquel que no es muy afortunado en las relaciones sociales, inseguro, sin amigos, y que suele identificarse como tradicionalista, de familia religiosa, y que transmite valores como la virginidad, la fidelidad, la familia tradicional o el estudio”.
El psicólogo apunta que “los comportamientos más frecuentes suelen tener que ver con la sexualidad, las relaciones personales y la libertad. Cualquier personaje puede actuar a conveniencia según su criterio, y si algo se lo impide es que es un esclavo o entra en un conflicto con la estructura que se lo dificulta. La promiscuidad aparentemente conlleva pocos sufrimientos a nivel afectivo, y es un ‘todo vale’ en el ámbito de la sexualidad: como, donde y con quien quieras”.
¿Qué pueden hacer los padres?
Muchos padres se sienten violentos ante lo que sus hijos ven por la tele. Otros se desentienden. ¿Qué deben hacer los padres de hijos adolescentes? Responde el psicólogo Jaime Serrada:
• Prohibir ver determinadas series con contenido no apropiado no es la solución, porque la censura despierta precisamente una mayor curiosidad y fantasía por lo prohibido.
• Tampoco sería acertado dejar que los adolescentes vean lo que les venga en gana, “porque así conocen lo que hay y no se les coacciona”. La mente de un adolescente necesita forjarse con ayuda de alguien que le vaya enseñando las fronteras de la realidad, y que le descubra las acciones y modelos de relaciones que llevan a la felicidad.
• Una solución es, primero, que los padres conozcan qué series suelen ver sus hijos, quiénes son los personajes, cuáles son los conflictos… Y segundo, analizar con ellos qué valores de fondo están sujetando la trama, si las consecuencias de las acciones son reales o no, y desenmascarar los modelos superficiales de felicidad, amor y libertad.
Mentiras y gordas, a caballo entre lo explícito y lo absurdo
Uno de los últimos trabajos como guionista de la actual ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, fue el que desarrolló en la película Mentiras y gordas, dirigida por Alfonso Albacete y David Menkes. El filme tenía todos los ingredientes para ser un taquillazo, y lo ha sido: en el primer fin de semana de proyección, ya era la película más vista de nuestra gran pantalla. El secreto de su éxito es, básicamente, haber sabido reunir a los principales actores y actrices que protagonizan las series para adolescentes más vistas: Mario Casas, Ana de Armas, Hugo Silva, Maxi Iglesias, Ana Polvorosa…
Por si tal reclamo no fuese suficiente, los responsables de la película lo aderezaron con escenas de sexo explícito (heterosexual, homosexual y hasta orgiástico), de diversión desenfrenada y de una trama digna de un consultorio de revista para púberes. El psicólogo Jaime Serrada asegura que, durante los talleres de formación afectivo-sexual que imparte por centros escolares, ha preguntado en varias aulas sobre el film: “Uno de los adolescentes me contestó: ‘tiene más argumento una peli porno’”. Serrada afirma que “es una película demasiado explícita, y muestra una imagen de la sexualidad y de las relaciones humanas muy pobre, falsa y dañina”.
Sin embargo, el psicólogo quita hierro al asunto, sobre todo porque los adolescentes son jóvenes, pero no tontos: “A veces, –dice el psicólogo– este tipo de películas hacen menos daño, precisamente por ser tan explícitas y tan obvias en lo que presentan, que otras que muestran modelos equivocados, ocultos bajo otras capas de aparente positivismo”.
En prime time
Para poder orientar a los hijos, primero hay que conocer qué es lo que ven. José Ángel Agejas, periodista y profesor de Ética General y Profesional de la Universidad Francisco de Vitoria, disecciona cuatro de las series más vistas por los adolescentes españoles.
El internado. Antena 3
Ficción poco creíble. No sólo porque casi hay más profesores que alumnos, sino porque juega, a fuerza de presentarlo todo bajo el halo de lo oculto y misterioso, con el verdadero sentido de la vida, la sexualidad, la filiación, la maternidad y la paternidad. Nadie es quien parece ser. Ninguna vida se vive realmente como se quiere. Y ninguna relación (noviazgo, matrimonio, familia) se vive de verdad. Todo un caos. Muy bien realizado, eso sí.
Sin tetas no hay paraíso. Tele 5
No se esconde nada. Si se trataba de introducir la aceptación generalizada del po
rno ‘light’, nada como esta serie. El mundo de las mafias del narcotráfico y la prostitución se presenta con tanto glamour que no basta sólo un supuesto final tierno para dar la vuelta a una falsa escala de valores, falazmente fundada durante toda la serie en un explícito erotismo.
Cuestión de sexo. Cuatro
La audiencia la abandonó. Quizá porque además de contar que todos engañan y son infieles, faltaba la corroboración de más escenas subidas de tono. La institución del matrimonio ha desaparecido como la única forma seria de compromiso entre hombre y mujer. Pero no resulta divertido ridiculizarla: quería ser comedia, y se quedaba en chiste zafio. Y nada sensual.
Física o Química. Antena 3
El falso dilema utilizado como título nos sitúa bastante bien en lo que ofrece: las relaciones entre los alumnos y profesores de un instituto (si fuera real estarían en los juzgados) no llegan ni siquiera al ámbito de los sentimientos o emociones. Y menos al del amor. La adolescencia no es una etapa caótica transitoria camino de la madurez, sino un estado de vida en el que profesores y alumnos compiten en inmoralidad.