"Un niño que no conoce la frustración no podrá ser feliz de adulto"
Haga un ejercicio: respire siendo consciente de lo está haciendo. Verá qué diferencia. Escuche la voz de Frank Sinatra con atención. Note cómo se acelera su pulso.
Ponga sus sentidos en ver, oler y escuchar el paso firme del otoño hacia el invierno, con las hojas rojas crujiendo bajo sus pies. Verá cómo todo es diferente. Muchas veces huímos de los tópicos, pero en ocasiones, los tópicos esconden verdades que conocen abuelos y nietos. Refranes y dichos populares anidan en las conversaciones de los tertulianos y en las barras de las cafeterías, y muchas veces son menospreciados, precisamente, por la manía de recurrir a lo usado para sobrevivir. Lo malo de esto es, precisamente, que esos lugares comunes, esas frases gastadas que sirven para rellenar silencios de ascensor o primeras citas, pierden eficacia y se esconden en el cajón de los trastos viejos por mucha razón que guarden: “Las cosas no son menos ciertas porque les prestemos menos atención. En ese punto es donde está la felicidad, en saber valorar lo cotidiano”.
Pues bien, hay uno de esos tópicos que ha ido diluyéndose entre primas de riesgo y neologismos tecnócratas: la felicidad se esconde en los gestos aparentemente más sencillos: “No es una cuestión de conformarse con las lentejas, sino de aportarle trascendencia a aquellas cosas que, precisamente por su cotidianidad se han convertido en habituales y, en demasiadas ocasiones, en secundarias: el café de la mañana, un fin de semana de viaje con tu pareja, preparar una cena a tus amigos que visitan tu casa o sorprender a tu madre con un regalo”. Actos frecuentes que perdieron la vitola de especiales, sin que percibiéramos que eran los que realmente rellenaban nuestras vidas. Ya saben aquello que decía Lennon sobre que la vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes. Pues es cierto: uno se descuida y se olvida de vivir, se olvida de la consciencia en sus actos. Respira, come o ama por inercia. Y eso es inadmisible. Antonio San José es uno de los grandes periodistas de nuestro país. Y se dio cuenta, tras acabar su aventura en CNN+, que había algunas cosas que le hacían feliz, y que necesitaba contarlas: “El placer de las pequeñas cosas” trata de aquellos resortes que están en nuestra vida cotidiana y que, bien apreciados y disfrutados, pueden proporcionarnos felicidad. Una felicidad accesible, posible y cercana. Placeres sencillos para que el oficio de vivir merezca más la pena”.
P. Pero usted venía del cierre traumático de CNN+, algo que había visto nacer…
R. Y no fue sencillo. Aquella fue una aventura apasionante y ahora cada vez quedan menos lugares en la televisión para ejercicios como el de CNN, pero en la vida hay que saber levantarse. Por eso me puse a escribir.
P. La eterna duda entre audiencia y calidad…
R. En realidad, no tiene por qué ir separado. Cierto es que la información en televisión tiene que acompasarse, poco a poco, a los nuevos usos del público. Seguramente iremos viendo una transformación en los modos y maneras de hacer periodismo en televisión, y aunque soy crítico con la televisión que se hace, el ejemplo de TVE es una buena noticia.
P. En su libro habla de pequeños rituales, pero huye de las catarsis, de las experiencias únicas.
R. No es cierto. En realidad de lo que hablo es de hacer de cada experiencia algo único. En ocasiones soñando con una gran felicidad imposible, dejamos de reparar en placeres cotidianos que bien aprovechados elevan nuestro estado de ánimo y nos proporcionan una felicidad pequeña y confortable, pero muy real. La acumulación de todos esos pequeños momentos es la que da como resultado una tasa vital de felicidad razonable. De hecho, muy razonable.
P. Con la que está cayendo, casi parece un ejercicio de masoquismo lo que propone…
R. No son tiempos fáciles, desde luego, pero la felicidad es una actitud que está en nosotros mismos. Si la hacemos depender de los demás, políticos incluidos, será realmente difícil que la logremos.
P. La felicidad, ¿nos convierte en mejores personas?
R. En el fondo se trata más bien de una necesidad. En tiempos tan duros como los que estamos viviendo no hay que renunciar a disfrutar de una sonrisa, un libro, un café compartido o un paseo por un lugar que nos gusta especialmente. Todo ello nos hace mejores personas.
P. Tiene usted un oficio en el que todas estas cosas se valoran difícilmente por culpa del tiempo…
R. Es uno de los males del periodismo, sí; pero, aunque la prisa no está mal siempre que no se transforme en atolondramiento, vivir más despacio, sin caer en la pachorra o el desinterés universal, resulta mucho más recomendable. Desde luego, hace que vivamos conscientemente y esa es la primera premisa para poder percibir, apreciar y valorar lo que nos rodea.
P. En el fondo, hablamos de una manera de vivir que puede trasladarse a la educación de nuestros niños.
R. Desde luego. Se trata de educar a los niños para que sean felices y eso no implica darles todos los caprichos ni hacerles consumidores precoces. Un niño que no conoce la frustración no podrá ser plenamente feliz nunca de adulto, porque la vida está llena de renuncias y de situaciones adversas a las que hay que saber hacer frente con inteligencia. Esa tarea educativa es apasionante, imprescindible… y muy difícil.
P. Supongo que algunas de estas cosas reflejarán vivencias, recuerdos, anhelos…
R. Siempre que se escribe algo resulta inevitable recurrir a las propias vivencias, aunque en el fondo lo importante es que cada uno sea capaz de analizar qué cosas le llenan, le satisfacen. Este libro puede dar pistas, porque muchas las compartimos, pero no es un dogma: cada uno debe rellenar sus propios capítulos.