Amor, paciencia y respeto son claves para un crecimiento mentalmente sano
En una entrevista con Efe en la que ha hablado de su último libro La magia de los niños, Gemma Díaz (El Prat de Llobregat, 1980) ha propuesto «huir tanto de la sobreprotección», que «se acerca más a anular que a proteger», como del «todo vale» para buscar un equilibrio con «límites sensatos» donde los niños «se conviertan en personas emocionalmente plenas». La obra, publicada por Desclée De Brouwer, se estructura en ocho capítulos que reflejan los aspectos «más esenciales» del proceso educativo y es una «guía práctica» para «educar en la vida real dirigida a padres, abuelos, educadores y todas las personas que se relacionan con niños», afirma su autora.
Díaz pone en valor «el poder mágico de los niños» puesto que son capaces de «hacernos parar, de reconectar y de volver a lo esencial» y subraya que los niños de ahora «son iguales a los de antes», pero en un contexto «muy distinto» en el que «lo tenemos todo y estamos más insatisfechos que nunca» y donde «la figura del adulto cuidador está muy ausente y sufre muchas contradicciones».
En la obra, la autora defiende el error «como parte del aprendizaje» y, por ello, propone «dejar espacio al niño para equivocarse, para descubrir, para tener la satisfacción de superarse a sí mismo, pues la sobreprotección va de la mano de la inseguridad y de la poca tolerancia a la frustración» y «no debe confundirse con el amor». En este sentido, la psicóloga recomienda a los educadores «aguantar un poco antes de aclarar alguna palabra, antes de intentar hacer algo por ellos, antes de intentar contestar en su nombre cuando les pregunten, antes de resolverles algo, para que tengan tiempo de pensar».
En la obra, la autora defiende el error "como parte del aprendizaje" y, por ello, propone "dejar espacio al niño para equivocarse, para descubrir, para tener la satisfacción de superarse a sí mismo..."
Aparte de la sobreprotección, «existe otra modalidad, aún más peligrosa, que es la del ‘todo vale'», según la psicóloga, que afirma que «rechazar el autoritarismo no significa vernos abocados a la permisividad» ya que «existen caminos intermedios» en los que «debemos fijar límites con sensatez» para que a los niños «no les falte seguridad». La infancia «no entiende ironías ni frases hechas» y tiene una «lógica aplastante» por lo que al comunicarnos con los niños «hemos de tener en cuenta que lo mejor es ser claros y concisos», añade.
Gemma Díaz, madre de tres hijos, aconseja que los niños «vivan la realidad proporcionándoles las herramientas para desenvolverse en este mundo con alegría y confianza», y recomienda «tener la suficiente delicadeza para explicarles las cosas en su idioma y sin dramatismo, respondiendo a sus preguntas». En este sentido, indica que «no es recomendable mantener a los niños alejados de los problemas para evitar que sufran».
«Respetar el proceso madurativo de un niño y concienciarnos de lo que transmitimos a los menores» es otro de los consejos que aparecen en el libro, donde su autora afirma que un niño que crece rodeado de frases de ánimo y positividad «tendrá menos posibilidades de desarrollar miedos y bloqueos para afrontar la edad adulta».
"Respetar el proceso madurativo de un niño y concienciarnos de lo que transmitimos a los menores" es otro de los consejos que aparecen en el libro
La psicóloga pone como ejemplo que «no es lo mismo decir ‘qué buena idea, confío en ti, me encanta estar contigo’ que ‘lo vas a estropear, tienes que hacerlo así o qué pesada'». «Si los adultos respondemos con intolerancia, haciendo sentir culpable al niño, tratándolo de caprichoso, egoísta e insensato, no estaremos educando, estaremos reprimiendo», afirma la psicóloga, quien añade que «a veces tildamos a nuestros hijos de maleducados, desobedientes, caprichosos, pesados, llorones, mandones y otros adjetivos» cuando «deberíamos preguntarnos si queremos niños felices o niños sumisos».
Según Díaz, los menores «también tienen derecho a expresar su malestar» y «no se trata de eliminar estas emociones ni de teñirlas con nuestro mal humor, sino de encauzarlas por un camino más constructivo». «Si enseñamos a los niños a dominar su cerebro, serán capaces de no quedarse estancados en sus pensamientos o emociones y podrán resolver sus problemas de forma más constructiva», subraya.
Acerca del amor hacia los hijos, asegura que «la manera de entender y transmitir el amor no es igual para todos» ya que «existen padres que se preocupan muchísimo por sus hijos, que hacen importantes sacrificios por ellos, y sin embargo sus niños no se sienten queridos», cuando «por el contrario, existen padres que no dicen nunca te quiero y en cambio sus hijos se sienten profundamente amados».
En el caso de niños más mayores, Díaz ve «un error transmitirles que siempre sabemos lo que les conviene, porque esto nos conducirá a un fracaso estrepitoso en la comunicación y a un estallido de rabia asegurado». «Si los padres estamos continuamente diciendo lo que hay que hacer, el mensaje entre lineas que leerá nuestro hijo será que él no es capaz de hacerlo», concluye.